El mar se ha convertido en un
inmenso cementerio para quienes huyen del hambre y la
guerra. La Guardia Civil localizó de nuevo el cadáver de un
inmigrante subsahariano en aguas próximas a Ceuta,
concretamente a unas seis millas de Punta Almina. Y lo peor
es que sigue buscando a más personas que pudieran estar en
aguas del Estrecho.
En este sentido, la durísima
imagen del cuerpo del pequeño Aylan, de apenas tres años, en
una playa de Turquía ha provocado un aldabonazo sobre la
magnitud de la tragedia de la inmigración en Europa,
provocada por los miles de sirios que huyen del conflicto
armado en su país y del horror que impone el yihadismo del
Estado Islámico. Pocas imágenes son capaces de desgarrar el
alma como la que este miércoles recorrió el planeta en
cuestión de minutos. Su fotografía se ha convertido en el
crudo reflejo del horror que día a día se vive en el mar
Mediterráneo. Una estampa terrible que parece haber
conseguido despertar la ira de Occidente, cuya conducta ante
la tragedia oscilaba hasta ahora entre el ensimismamiento,
la impotencia y la aprensión. Este dolor se une a la
vergüenza que supone para todos los europeos contemplar cómo
desde que comenzó este año hayan perecido ahogadas más de
1.500 personas. No podemos permanecer ajenos ante el drama
que suponen estos hechos, ante la indiferencia de nuestros
gobiernos y nuestras sociedades, que miran hacia otro lado
cuando millones de personas sufren las consecuencias de un
sistema económico injusto. Es necesario proteger las vidas
humanas bajo los principios de solidaridad, dignidad e
integridad.
Por ello, España ha de ser
capaz de organizar planes de ayuda que den respuesta a las
necesidades de estos miles de refugiados. Debemos
corresponder a la solidaridad que obtuvimos cuando eran los
españoles quienes protagonizaban la emigración económica y
política.
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