El inmovilismo, ante la
superioridad moral de los valores de quienes se sitúan en
contra del injusto sistema económico predominante, siempre
actúa de la misma forma: acusando al adversario de ser igual
que aquello a lo que combate. Al no poder rebatir el
argumentario de quien tiene enfrente, trata de “desplazarlo”
para que, en lugar de estar enfrente, esté a su lado,
hacerlo igual de feo, de cínico, de injusto, de criminal que
él. Como no puede decir: “Yo no soy un ladrón”, lo que hace
es decir: “Sí, yo soy un ladrón, pero tú también”.
El sistema no puede rebatir la
verdad de nuestras palabras; sólo puede acusarnos de
hipócritas, de no cumplir con lo que predicamos…porque no
puede discutir que lo que predicamos es lo justo.
Resulta obvio que contra Podemos,
por ejemplo, se ha usado siempre esta estrategia. El
concepto de “casta” sirvió para definir el comportamiento de
cierta clase política que, alejada de los problemas de la
ciudadanía, usaba su dimensión pública para el lucro
privado. Como muchos dirigentes y periodistas a sueldo de PP
y PSOE no podían negar que fueran casta, lo que hicieron fue
acusar a Pablo Iglesias, Íñigo Errejón o Juan Carlos
Monedero de ser iguales que ellos, de ser casta también.
Surgieron entonces un montón de “escándalos” que, algunos
más pronto, otros más tarde, quedaron en nada, pero que sin
duda tuvieron como objetivo (y lo cierto es que lo lograron)
manchar la imagen de estos “intrusos” que lo habían puesto
todo patas arriba. De repente, Pablo Iglesias era un
explotador, un tipo que humillaba a sus alumnos y alumnas,
un hijo y nieto de terroristas que apoyaba todas las
dictaduras y todos los movimientos violentos del mundo, un
ladrón, un listo que se estaba forrando y volaba en bussines,
un asesor en medidas represivas, un loco del poder, un nazi,
un etarra. Íñigo Errejón era un vago y un caradura que
cobraba por no ir a trabajar. Juan Carlos Monedero, aparte
de lo mismo que Pablo Iglesias, era además un millonetis que
había “estafado” a la hacienda pública no sé cuantos cientos
de miles de euros. Que los tribunales dijeran que no había
fraude por ningún sitio dio igual. El daño, que era lo que
se buscaba, ya estaba hecho. Los tres eran aquello que
decían combatir y mucho más. Conclusión: no les votes, son
como nosotros.
Si luchas contra el machismo, los
machistas no rebatirán tus argumentos, sino que te acusarán
de ser machista. Si luchas contra el racismo, los racistas
no te defenderán el racismo, sino que te dirán que tú eres
igual de racista. Así ha sido siempre. Y así será.
Con el tema de las muertes de
inmigrantes ocurre lo mismo. La imagen del niño sirio de
tres años muerto en una orilla de Grecia ha dado la vuelta
al mundo. Resulta imposible verla sin luchar por evitar
soltar lágrimas de impotencia, tristeza, rabia e
indignación. Ante esto, los de siempre y los tontos nos
acusan a quienes nos posicionamos en contra de este sistema
injusto y criminal, de este modelo económico irracional que
condena a la miseria y la muerte a continentes enteros, de
formar parte del mismo sistema que decimos combatir. Como si
eso fuera una acusación y no algo lógico, normal e
inevitable que todos asumimos.
Sí, es cierto. Todos formamos
parte de la sociedad de mercado y es que resulta que la
sociedad de mercado todo lo invade, todo lo convierte en
mercancía, todo lo hace suyo. En un mundo globalizado
resulta imposible no “colaborar” con el sistema, pues todas
las facetas de nuestra vida, todas nuestras necesidades han
sido “absorbidas” por el sistema. Si compras comida en
cualquier tienda estás colaborando con el capitalismo; si
ves un partido de fútbol en la tele estás colaborando con el
capitalismo; si te montas en un coche estás colaborando con
el capitalismo; si compras ropa colaboras con el
capitalismo, igual que si te tomas una cerveza un sábado por
la noche, haces una llamada a tu madre desde el móvil,
escribes un artículo desde tu PC, vas al cine, al teatro o
haces prácticamente cualquier cosa de las que todos hacemos
a diario. VIVIR es formar parte del sistema global
existente. Lo contrario es irse a una cueva en el monte y
estar en taparrabos. No hay que ser pobre ni renunciar a la
vida para reclamarse de eso que siempre se llamó “la
izquierda”. Al contrario, la obligación de dar limosna y
compartir lo que se tiene, el voto de pobreza y la
penitencia es cosa de religiones. Que tomen nota quienes van
a misa el domingo por la mañana y piden vallas con
electricidad y mano dura con los “sin papeles” los lunes por
la tarde.
No, no somos iguales quienes
nos movilizamos, quienes protestamos, quienes votamos a
partidos cuestionadores del orden social existente, quienes
nos preocupamos, quienes escribimos, quienes colaboramos con
asociaciones defensoras de los trabajadores o los
inmigrantes, quienes divulgamos teorías de autores críticos.
No, no somos iguales que quienes defienden lo que hay y,
ante la evidente falta de moral que conlleva su posición,
sólo son capaces de acusarnos de ser como ellos. No, no es
lo mismo quien ve “natural” la muerte de un niño en el mar
que quienes pretenden cambiar el sistema que lo hace
posible.
|