Andamos en una tensión permanente,
pero esto no es malo, es la vida, lo nefasto es que no
entremos en diálogo, permanezcamos pasivos, y que germine el
conflicto donde nadie respete a nadie. La ciudadanía en
ocasiones es pura contradicción, pero otras veces también
está crecida de sensatez. Sin duda, pues, el desafío para
todos nosotros radica en buscar la conjunción de
sentimientos, y así, poder emanar climas más armónicos y
habitables, incluso en tiempo oscuros, en los que impera la
sinrazón y la inmoralidad. Indudablemente, lo fundamental es
potenciar la cultura del entendimiento a través del orbe
creativo del encuentro. Es una evidencia, el mundo se ha
desintegrado de su propio pulso, el de la supervivencia, y
precisa integrarse más con el alma, que con los vínculos del
interés o utilidad.
Ya se ha incorporado a nuestro
lenguaje hablar de la tragedia de los migrantes, de los
niños abandonados, del incumplimiento de los derechos
humanos, hasta convertir al mundo en una verdadera selva.
Desde luego, no es bueno acostumbrarse a este tipo de
paisajes y permanecer insensibles a sus voces desconsoladas.
También han crecido los actos intimidatorios. Yo diría que
nos desbordan en un planeta de rica diversidad étnica; lo
que evidencia la importancia del intercambio de ideas entre
culturas, sin murallones ni cortafuegos, para promover el
conocimiento y el enriquecimiento recíproco. Ya está bien de
que cohabite un mundo privilegiado frente a un mundo de
rechazos. Si reflexionásemos más, puesto que todos los
ciudadanos nos merecemos vivir seriamente por dentro, quizás
entonces empezaríamos a vivir de otra manera por fuera.
Naturalmente, sería saludable
tener claro y convenir, que vivir no es únicamente respirar,
es también compartir esa respiración, obrar en sintonía con
los demás, hacer repaso de lo vivido e inventario de lo que
llevo consigo. El día que hagamos realidad, lo de “vivo sin
vivir en mí y tan alta vida espero que muero porque no
muero”, de la imperecedera escritora mística Santa Teresa de
Jesús, habremos entendido que son las relaciones de uno
consigo mismo y con las personas, lo que da sentido a
nuestro proceder. Por consiguiente, más allá de nuestro
estado anímico, requerimos de la quietud, tal vez fabricando
más sueños y menos armas.
Hay algo tan necesario como el
aire que respiramos y es el equilibrio natural entre lo que
soy y lo que aspiro a ser, sin otro abecedario que la bondad
como tacto, el respeto como acción y la clemencia como
horizonte. Asumir este camino de vida, no sólo comporta
empatía intergeneracional entre culturas diversas, sino
también metodología de escucha y sistemática de espíritu
comprensivo. Por eso, espero ardientemente que se instauren
en el mundo espíritus libres encaminados a ayudar a la gente
a vivir, despojados de cualquier condicionamiento
ideológico, manteniendo vivo el sentido del amor auténtico.
La cuestión no es sólo dar pan para el sustento, que es el
más básico de los derechos, sino también ayudar a
redescubrir el valor del camino como reencuentro y, el del
caminante, como vía de asistencia que todos necesitamos.
Tras sorprendernos que somos
y existimos, con la tensión de vivir cada día, debiéramos
pensar al igual que en otro tiempo ya lo hizo un científico,
Albert Einstein, que “solamente una vida dedicada a los
demás merece ser vivida”. Dicho lo cual, hemos de
recapacitar y no desterrar de nuestro horizonte la
marginación de quien piensa y vive de manera distinta a la
nuestra. Difícil de entender esta cuestión si mostramos
indiferencia y desgana por nuestro análogo, y aún más
complicado poder avanzar, si continua creciendo el número de
niños y adolescentes sin escolarizar, y otros que sí lo
están, apenas dominan lo más básico en lectura y escritura.
Así no se puede construir un mundo en el que cada persona
sea capaz de participar en el destino de su existencia.
Desde luego, el futuro al que debemos anhelar empieza por
formarse para poder convivir, adquirir conciencia de lo que
significa vivir, templando el alma para sobrellevar las
tensiones que la propia vida nos injerta a través del
asombro. Convencido de que una humanidad que sabe asombrarse
ante las maravillas que se encuentra, pienso que sabe
resistir a los ídolos del mundo, y, sobre todo, plantar cara
a todo aquello que no sea un acto de amor y camine por la
vida.
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