Hace unos días tuve que contestar a unas preguntas que un
amigo, para una tesis, me hizo sobre la barriada “ más
peligrosa de Europa, El Príncipe”, al menos, así la definía
el título, y me vino muchas cosas a la cabeza, en primer
lugar, su imagen, su aban-dono, la visión que muchas
personas de Ceuta tienen sobre ella y que, en la mayoría de
las ocasiones, nada concuerda con la realidad. Sinceramente,
yo no considero que sea una barriada peligrosa, si bien es
cierto que se están produciendo demasiados acontecimientos
allí, no es menos cierto que si se producen esos sucesos es
culpa de la sociedad de Ceuta, en general, y del Gobierno
Local, en particular. Son muchas las ocasiones en las que,
como política, he visitado la barriada, callejeado sus
calles, he hablado con sus vecinos y vecinas y me he
adentrado en sus casas. Ir allí y mantener conversaciones
con las personas que residen a diario en esa zona es una de
las mejo-res cosas que he experimentado en la política. El
desconocimiento a una realidad es lo que te provoca el miedo
y yo, desde el primer momento, me he planteado un gran
objetivo: hacer que mi hija no tenga el sentir de esa
barriada como algo negativo. Por eso, siempre que he podido,
me la he llevado conmigo y a mí me ha fascinado ver la
percepción que tiene, en estos momentos, de ella y como
transmite esa percepción a sus amigos y amigas, así como al
resto de su gente. Quizás, ante esta vivencia, con-sidero
que la inacción del Gobierno es la consecuencia de la
exclusión y el aislamiento que sufre esta zona de Ceuta. Son
muchas las veces que se ha mencionado la idea de hacer un
Plan Integral, pero muchas más las veces que la pasividad ha
dominado a quienes han tenido la oportunidad de llevarlo a
cabo. Siempre se utiliza la barriada para pedir presupuestos
a Europa, pero luego esos presupuestos no se ven reflejados
en la misma. Y sí, demasiados euros para una serie, que no
veo nada mal, pero pocas ideas para sacarle rentabilidad.
Hoy he leído un artículo de opinión “Si Bertuchi retra-tase
El Príncipe”, que comparte lo que yo pienso sobre el tema.
Estamos perdiendo la posibilidad de usar la barriada como
reclamo cultura, y no estoy ironizando con esta cuestión.
Todo lo que se hace en esta vida tiene un fin, pero hacer
las cosas sin mar-carse un objetivo es como caminar sin
destino, y eso te lleva al país del nunca jamás.¿Quién no
estaría encantada o encantado de vivir la ficción de una
serie, en sus retinas? Pero para eso hay que pensar y
negociar, y ya sería demasiado para la carte-ra de turismo
de Vivas.
Luego está querer centrar el
debate de la barriada exclusivamente en la seguridad, y eso
es un gran error. Es verdad que se necesita una policía de
proximidad, la de ba-rrio, esa que ayuda a sentirte bien,
segura, tranquila y respaldada, pero ¿con sólo la presencia
de la policía acabaremos con la violencia? Evidentemente,
no. Independien-temente de la necesidad de la colaboración
ciudadana, la cual es imprescindible, es necesario una
intervención integral también desde la parte social y
educativa, la vio-lencia no es un hecho aislado que se
produce de manera esporádica, la violencia tiene sus
consecuencias, pero también sus causas. Rechazar la
violencia y el delito nos obligan a un ejercicio de
coherencia elemental porque hay que actuar en el momento,
pero también debemos identificar y trabajar por culminar la
raíz. Debemos atender con la mayor seriedad la prevención y
la aplicación de medidas compensatorias. Preven-ción,
Planificación y control. Y no veo a nadie diciendo que el
paro y la exclusión no son causantes de la violencia.
Quizás lo llamen utopía,
pero yo lo llamo coherencia. ¿Y si, además de hacer cultura,
probamos a educar, a empoderar, y a dignificar? Quienes más
pueden enseñar son quienes han experimentado aquello que van
a transmitir, por eso seria ideal llevar a cabo un programa
de resolución de conflictos en el colegio de la barriada, en
el cual tuve la suerte de trabajar, para que luego estos
menores y sus familiares fueran por el resto de los colegios
de nuestra ciudad, transmitiendo lo aprendido. De esta
manera conseguiríamos una cadena de valores éticos y
asertivos, y acabaríamos con el es-tigma de El Príncipe. Sí,
acabar, porque ¿cuántas son las personas que tras leer esto
pueden confirmar que han estado percibiendo sus aromas, sus
texturas, sus vistas, y sus melodías? Que todo no sea una
noche y una canción desesperada.
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