En una entrevista, el aficionado a
los toros Joaquín Sabina dijo: “Yo no discuto con
antitaurinos porque llevan razón”. La frase entraña una
carga filosófica más profunda de lo que parece. Lo que
Sabina estaba diciendo es que el apoyo a la tauromaquia no
responde a la razón, no encuentra su justificación en los
valores que conforman, o pretenden conformar, una sociedad
democrática basada en la verdad, el respeto, la tolerancia.
Quien pretenda apoyarse en tales conceptos a la hora de
defender la mercantilización, banalización y exhibición de
la tortura y la muerte está condenado al fracaso. Es
imposible. La única forma de defender el toreo es escapar de
la razón y acudir a lo irracional, a aquello que no responde
a un proceso de razonamiento. Joaquín Sabina sabe que la
tauromaquia es una brutalidad, pero a él le gusta. Ese es su
único argumento: que le gusta. Y es honesto a la hora de
renunciar a un debate que no pertenece al campo de los
gustos, sino que se encuentra en otro lugar. Sabe que su
argumento no es un argumento, que defender la práctica de
algo por el simple hecho de que a ti te reporta placer, por
el simple hecho de que te gusta, no es un argumento válido
cuando otros factores entran en juego.
La cornada que sufrió Fran Rivera
hace unos días ha inundado las redes sociales de comentarios
sobre el eterno debate que en nuestro país conlleva la
llamada “fiesta nacional”. Repasemos de manera rápida y
genérica cuales suelen ser los argumentos más socorridos por
aquellos que defienden tal práctica e intentemos rebatirlos:
1- “Es una tradición”. Una
tradición no es buena por el hecho de ser tradición. Las
sociedades son cambiantes, progresan, y las tradiciones que
no se amoldan a los nuevos valores se extinguen. En este
país, durante muchos años, fue tradición matar herejes o
penar la homosexualidad. En muchas culturas, la castración
femenina es tradición.
2- “Si no te gusta, no vayas”.
Esto sería como decir: “Si no te gusta pegar a tu mujer no
lo hagas, pero déjanos en paz a los que si nos gusta”. Estar
en contra de los toros responde a un posicionamiento ético,
no a un mero gusto como puede ser que no te guste el fútbol
o el balonmano.
3- “Eres hipócrita porque comes
carne”. Esto tendría sentido si estar en contra de la
tauromaquia fuese estar en contra de matar animales, pero no
es así. Estar en contra de la fiesta taurina es estar en
contra de hacer espectáculo con la tortura y la muerte,
estar en contra de una práctica que nos hace peores, que nos
denigra como sociedad, que nos embrutece.
4- “El toro vive muy bien y sólo
sufre un rato”. El tiempo que dure la tortura es
irrelevante, del mismo modo que el hecho de proporcionar
“buena vida” a un ser vivo no te da derecho a hacer con él
lo que quieras. Que trates bien a tu perro no te da derecho
a maltratarlo. Su vida no es tuya.
5- “El toro no sufre”. Los
estudios al respecto desmienten tal tesis. Por supuesto que
un
toro, como cualquier otro animal,
sufre si le clavas espadas y banderillas.
6- “Crea puestos de trabajo”. El
proxenetismo también. A la hora de determinar si una
práctica es positiva o negativa para la sociedad no podemos
apoyarnos en que crea puestos de trabajo, pues si la
práctica lleva años instalada es evidente que existen
personas que deben vivir de ella. De lo contrario, la
práctica no existiría y no habría debate.
7- “Hay otras prácticas salvajes y
nadie dice nada”. Aquí se admite que el toreo es una
práctica salvaje y lo que se hace es escurrir el bulto y
acusar a los demás. Sería algo así como: “Sí, yo robo, pero
también otros roban”. Directamente, ni siquiera es un
argumento. Si en una granja se producen abusos y se aplican
torturas y dolores innecesarios a los animales, tal práctica
debe ser perseguida. Utilizar este hecho para amparar tus
propias prácticas es, sencillamente, despreciable.
8- “Lo que a ti te molesta no es
que se mate, sino que se vea”. En el mundo hay sufrimiento,
en el mundo hay muerte. Aceptarlo no implica ver bien su
mercantilización, su conversión en mercancía. Pondré un
ejemplo algo extremo: un niño con una enfermedad requiere de
un tratamiento doloroso para sobrevivir. Nadie está en
contra del “sufrimiento” de ese niño, pues lo consideramos
necesario (de igual modo que consideramos necesario, los que
no somos vegetarianos, matar animales para comerlos). Ahora
bien, todos estaríamos en contra de que tal sufrimiento
fuese exhibido, de que se cobraran entradas para verlo, de
que se alargara el dolor del niño para hacerlo más
entretenido al público y de que todos pudiéramos ir con
nuestras cervezas y nuestros colegas a disfrutar del
“espectáculo”.
El debate sobre los toros es un
debate que pertenece a la ética. No es un debate sobre
tradiciones, ni sobre economía. Por supuesto que todos
estamos en contra de dejar a familias en la calle, pero ese
es otro debate que vendría después. Nadie habla de prohibir
los toros mañana y mandar a un padre y sus hijos en la
indigencia. Si se abre el debate de forma seria y se llega a
la conclusión de que el toreo es negativo para la sociedad,
su desaparición deberá darse, seguramente, de forma gradual,
y el estado tendrá que buscar soluciones para todos aquellos
que hasta entonces han vivido del toro.
Muchos “protaurinos”, en
lugar de defender su postura y de rebatir los argumentos del
contrario, se dedican a atacar al contrario, a acusarle de
hipócrita, a buscar contradicciones en su vida diaria. Ante
la falta de argumentos, en lugar de optar por la honestidad
de la frase de Sabina, deciden embarrar el debate para que
no haya debate, para que se hable de otra cosa como “la
superioridad moral de la izquierda” (como si fuera un debate
de izquierdas y derechas) o demás cuestiones que nada tienen
que ver con el tema a tratar. Es normal. Buscar argumentos
decentes para defender la tortura debe ser agotador y
frustrante.
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