Sus armas eran los dedos con los
que acariciaba su guitarra y la lengua con la que modulaba
letras de pueblo y vida. Y fue la lengua y los dedos lo que
le cortaron antes de asesinarlo como asesinaron a Pasolini,
como fusilaron a Lorca. No fue en Granada el crimen, sino en
Chile, en el estadio de fútbol que hoy lleva su nombre para
que nunca olvidemos lo que es capaz de hacer la bestia
capitalista cuando se torna en fascismo ante el temor de que
cineastas, poetas y juglares puedan destapar sus miserias y
crímenes diarios a través del lenguaje universal del arte.
Víctor Jara es tan sólo uno de los
miles de muertos y desaparecidos que se cobró la dictadura
del General Pinochet, el amigo de Thatcher, el chico de
Kissinger, el baluarte del mundo occidental en la América
Latina de los últimos años de la Guerra Fría. Manuel
Contreras fue durante años uno de sus hombres de confianza,
el jefe de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), la
policía secreta del régimen. Bajo su mandato, al menos 3.200
personas fueron ejecutadas y más de 33.000 sufrieron
tortura, manteniendo secuelas físicas y psicológicas de por
vida. El viernes, este asesino, este funcionario de la
muerte que, como el Eichmann que inspiró la tesis de “la
banalidad del mal” de Hannah Arendt, debía ser un hombre
vulgar y corriente en su vida privada, dejaba este mundo. Si
Benedetti viviese, seguro que le hubiera dedicado algunas
palabras parecidas a estas que escribió en 2006 para el
Pinochet anciano que partía a reunirse con los genocidas de
la historia:
No valdrá el falso Te Deum,
ni las misas compradas y falsas.
Al diablo dictador,
lacayo imperialista,
mercenario terrorista.
Hasta nunca asesino,
criminal irresponsable,
traidor del pueblo y de Allende.
Te vas sin honores,
por los abismos oscuros
del implacable destino.
No eras eterno e invencible,
como te lo hizo creer el imperio.
Marchaste hoy hacia el olvido,
hacia las profundidades del
infierno.
Manuel Contreras ha muerto después
de días de agonía. Yo no me alegro de que haya sufrido, ni
siquiera me alegro de que ya no viva. Lo que me alegra y me
reconcilia con el mundo es que Contreras ha muerto
cumpliendo condena. En nuestro país, ninguno de los
dirigentes de la dictadura franquista, de sus cómplices y de
quienes se beneficiaron de ella, ha sido juzgado. Algunos,
incluso, son hoy considerados “padres de la democracia”.
Exigir que los criminales paguen pos sus crímenes no es
venganza; es derecho, es ley. Es justicia. Los genocidas y
los torturadores deben ser juzgados en juicios justos, con
todas las garantías procesales, y acabar, como Manuel
Contreras, con sus huesos en la cárcel. En una cárcel
democrática donde se respeten todos sus derechos.
Que las dictaduras no
respetan los Derechos Humanos es una obviedad. Lo que
debiéramos preguntarnos es si lo hacen las autoproclamadas
democracias y sus representantes. Si pudiéramos preguntar al
millón de muertos causados por la Guerra de Irak, apuesto a
que no pensarían que Estados Unidos, Reino Unido y España
sienten demasiado respeto por el famoso documento de 1948.
Bush, Blair y Aznar, los tres de las Azores, tampoco han
pagado por su guerra ilegal. El tercero incluso parece que
sigue con ganas de sangre. En un artículo publicado en “The
Wall Street Journal”, el presidente que nos mintió a todos
acerca de unas armas de destrucción masiva que no existían,
el que, por miedo a perder unas elecciones nos dijo que los
atentados del 11-M eran producto de ETA, el miserable que
opina que el ataque de Israel a Gaza en el que 2.251
palestinos (1.462 civiles de los cuales 551 eran niños)
perdieron la vida en 2014 fue moderado, arremete contra el
pacto entre EEUU e Irán, optando así por la confrontación,
por una nueva guerra. Este señor sigue siendo un referente
en las filas del Partido Popular. También le deseo un juicio
justo con todas las garantías. Y que se le respeten todos
esos derechos que el negó y pretende seguir negando.
|