Corría la década de los años noventa del siglo pasado cuando
el párroco de la Iglesia de Nuestra Señora, el querido padre
José Béjar, emprendió una misión que en principio parecía
imposible. Restaurar el retablo del altar mayor del
Santuario.
No sólo lo consiguió, sino que
además la generosa aportación de miles de ceutíes fue
decisiva para que ahora pueda admirarse tal y como está,
cubierto de pan de oro. Fueron meses de trabajo incesante
que culminó en el hecho que todos pueden comprobar ahora.
El padre Béjar actualmente realiza
su labor pastoral en la península, pero siempre guarda en su
corazón a la parroquia. Este año, circunstancialmente, no ha
podido estar en los cultos que se han celebrado con motivo
de la festividad de la Alcaldesa Perpetua de Ceuta, bien a
su pesar. Por cierto, que durante su mandato al frente de la
misma se restauró la cripta de la parroquia, no muy bien
conocida y que ofrece un aspecto de paz y recogimiento
sencillamente maravilloso.
Pero para conocer bien la realidad
de lo que significa y es la imagen de Nuestra Señora de
África, basta acercarse a la Cofradía que dirige con experta
mano el hermano mayor Antonio Fuentes Viñas. Las referencias
a la talla de Nuestra Señora de África son múltiples y se
hayan a disposición de todo aquel que tenga un ordenador en
cualquier parten del mundo o bien quiera –o pueda- admirarla
in situ.
Aún se recuerda cuando la imagen
de la Patrona dejó Ceuta para viajar custodiada a la
península y ser restaurada. Ese día, hasta el cielo lloró.
Pero afortunadamente regresó para estar con sus fielesj con
el pueblo de Ceuta.
Un recorrido por la historia de la
venerada imagen no puede ir mejor que de la mano de la
Cofradía de Nuestra Señora de África. Llamémlosla por su
nombre: Primitiva Cofradía de Caballeros, Damas y Corte de
Infantes de Nuestra Señora de África Coronada.
La Virgen de África es una piedad,
fechada a finales del siglo XIV, de origen seguramente
centroeuropeo. La mejor descripción de la talla es la
realizada por Teresa Gómez Espinosa para el libro que se
hizo tras su restauración y que literalmente dice:
“La Virgen de la Piedad es una
imagen de marcado expresionismo en la que, como es habitual
en este tema iconográfico, la Madre con patética expresión
dolorida dirige la mirada hacia el cuerpo inerte del Hijo
que mantiene sobre sus piernas. Es una composición muy
estilizada que, aunque aún recuerda los esquemas
triangulares en los que primitivamente se enmarcaba, ha
perdido esa rigidez geométrica compositiva tan peculiar de
las obras más arcaicas de este tipo.
La Virgen, sedante sobre un
sencillo trono adornado sólo por astrágalos y listeles, es
una figura de proporciones largas y delgadas que presenta un
rostro de aspecto maduro con breves rasgos y una expresión
de dolor contenida entre sus finos labios apretados,
acentuada a través de la triste mirada de los ojos que
sobresalen bajo el dibujo de largas cejas arqueadas.
La toca que ciñe el rostro se
extiende sobre el pecho sustituyendo al velo habitual y
ocultando el cabello de la Virgen, como es característico en
estas imágenes dolorosas para denotar pena y ancianidad.
Viste túnica plegada por efecto del estrecho cinturón que
marca un talle alto; los pliegues son finos y regulares,
doblando en el mismo sentido hacia un eje central, en la
mitad superior, mientras que el bajo de la túnica quiebra su
caída vertical para plegarse sobre la peana dejando al
descubierto las puntas del sencillo calzado.
Esta manera de disponer la túnica
es frecuente entre finales del siglo XIV y principios del XV
en la imaginería española, aunque también hay que tener en
cuenta que el tema representado limita considerablemente las
posibilidades de desarrollar una indumentaria acorde con las
existencias de la moda de la época. Un amplio manto cubre a
la figura por encima de la toca y cae envolviendo hombros y
brazos para cruzarse a la altura de las caderas y descender
cubriendo la túnica casi hasta la altura de los tobillos,
donde remata adaptándose rigurosamente a los plegado
subyacentes. Son destacables los amplios pliegues ovalados,
en forma de semimandorla, que descienden en sentido
concéntrico dando cierto vuelo al manto en la zona inferior
del brazo izquierdo y que recuerdan a los que pueden
apreciarse en algunas imágenes de principios del siglo XV
que tienen su origen en la Europa oriental—véase, por
ejemplo la Virgen con el Niño de Cracovia (Polonia)- aunque
también podemos encontrarlos en la escultura funeraria
inglesa de la misma época y excepcionalmente en algún
ejemplo luso de dudosa cronología, como es el caso de la
estatua yacente del obispo don Tiburcio, que, aunque el
sepulcro es obra del siglo XIII, la imagen presenta rasgos
anacrónicos. Asimismo, destacan los armónicos pliegues
formados por el manto al descender sobre las rodillas y al
doblarse entre éstas creando sucesivos perfiles
triangulares, son pliegues rígidos y muy acusados que
denotan influencia francesa en una manera de hacer que puede
remontarse hasta el siglo XIII.
El cuerpo muerto del Hijo se
dispone sobre las piernas de la Madre, quien sostiene con su
mano derecha la cabeza, mientras dirige la izquierda hacia
su corazón. La imagen de Cristo se convierte aquí en una
figura realmente cadavérica llegando al límite del
patetismo: un cuerpo escuálido en el que se marcan con crudo
realismo los rasgos anatómicos, se coloca de tres cuartos de
perfil ante el espectador con la rigidez propia de un
cadáver. La cabes, originalmente ceñida por corona de
espinas — hoy aparece mutilada—, ostenta un rostro de rasgos
sumarios y agudo perfil, en la misma que el de su madre, con
los ojos cerrados bajo finas y largas cejas arqueadas. Los
brazos, pegados al tronco, se doblan para terminar cruzando
las manos — la izquierda sobre la derecha — encima del
vientre; bajo éstas arranca un estrecho paño de pureza que,
formando pliegues paralelos en sentido horizontal, abarca la
mitad de los muslos. Las piernas se doblan creando un ángulo
muy acusado para descender unidas, sin llegar hasta la
peana, creando un rígido esquema vertical de gran belleza
plástica y enorme expresividad.
La imagen, tallada en un solo
bloque de madera, salvo la cabeza del Cristo y la mano
izquierda de la Virgen, presenta un ahuecamiento en su zona
posterior como corresponde alas obras de imaginería
destinadas a ocupar un sitio en altares o retablos.
Actualmente, una tapa de madera compuesta por varios
tablones, cubre el hueco posterior. “
Respecto al aspecto de la Virgen
podemos decir que ha ido evolucionando con el tiempo. En un
primer momento, como indica el informe transcrito, la Virgen
tenía su propia corona, como también la tenia la imagen del
Cristo. Además, es posible que por estar unida a un retablo
no tuviera la tapa posterior, que constituye un esfuerzo
necesario, en especial para los extraordinarios casos en los
que ha procesionado, ya que esta no sólo le da consistencia,
sino también peso.
En 1986 la Comisión de Patrimonio
Histórico de Ceuta realizó gestiones para la restauración de
la imagen. Sin embargo, estas no llegaron a buen término,
entre otras razones, porque el Instituto de Conservación y
Restauración de Bienes de Interés Cultural necesitaba
trasladar la talla a Madrid.
Por fin, en 1990, todas las partes
se pusieron de acuerdo, y se firmó el traslado de la imagen
a Madrid, que se llevó a cabo el 7 de marzo de 1991. Por
primera vez, desde su llegada a Ceuta en el siglo XV, la
Patrona de Ceuta, abandonaba su ciudad.
La restauración fue encomendada a
los profesores Raimundo Cruz Solís e Isabel Poza Villacañas
quienes consultaron en todo momento con una comisión formada
por miembros de la Comisión de Patrimonio de Ceuta, la
Cofradía y el Santuario, cuyas reuniones y trabajos se
prolongaron durante prácticamente todo el año 1991.
El 21 de diciembre de 1991 llegaba
la Virgen de África a Ceuta. Dentro del templo la esperaban
autoridades civiles y eclesiásticas, los miembros de la
Comisión Provincial de Patrimonio y, naturalmente, la Junta
de la Cofradía de Caballeros, Damas y Corte de Infantes de
Santa María de África.
Fue algo inolvidable.
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