No me fluyen las musas creadoras
con la claridad deseada. Costándome un mundo comenzar a
escribir los primeros renglones de esta tribuna, dedicada a
la memoria del gran cantaor de flamenco Alejandro Segovia
Camacho, Canela de San Roque. Fallecido en Algeciras el
pasado martes, 4 de agosto, a los 68 años de edad. Artistas
que, al haber sido con su genuina personalidad, una
primerísima figura de la pureza del cante. Fue recogida y
publicada, la luctuosa noticia de su muerte, por las
agencias de prensa y hasta por los diarios más prestigiosos
a nivel nacional, revistas especializadas de flamenco, etc.
Siendo declarado día de luto oficial en la ciudad que lo vio
nacer, San Roque (Cádiz). Instalándose la capilla ardiente
en el Palacio de Los Gobernadores, con sus restos mortales
cubiertos por la bandera del pueblo gitano...
Al proseguir totalmente apenado,
abro de par en par las ventanas inspiradoras, para volver a
impregnarme del azahar del gran maestro. Porque aunque se
nos fue de este mundo hace unas horas, siempre permanecerá
con nosotros, debido a que, la pura canela de su
discografía, está desparramada por todas las redes del
firmamento. Hasta el punto que, con varias toques con las
yemas de mis dedos, no a las cuerdas de una guitarra sino al
teclado y ratón del ordenador, su indiscutible voz brota en
mis oídos, deleitando los paladares de mis sentidos. Siendo
eso, escucharlo cantar, el mejor reconocimiento y homenaje
que le puedo rendir, porque el majestuoso duende de su
cante, es cátedra para las futuras generaciones, que irán a
beber de su ortodoxia.
Por ello, a las 07,15 horas de la
mañana, del viernes 7 de agosto, que es cuando estoy
escribiendo esto en su memoria. He pinchado al azar un vídeo
de Alejandro Segovia, Canela de San Roque, correspondiente
al de la Bienal de Sevilla de 2014. En el que aparece
cantando primero su hijo, José, para a continuación,
arrancarse él con su exclusivo pellizco. Provocando su voz
que se me estremezcan los pilares de los fragmentos de mi
prosa. Aflorándome contrarios sentimientos a través de los
quejidos profundos, que al gran Canela le brotan del alma.
Embargándome, por una parte, un hondo dolor y tristeza por
su gran pérdida, cayéndose lágrimas como perlas. Y, por otra
parte, la agridulce alegría que siento, con los vellos a
flor de piel y las lágrimas en los ojos, escuchándolo cantar
un fandango dedicado a su mujer, cuya letra dice: “Tú por
qué lloras, / con esa penita tan grande, / si tú eres la
Dolorosa. / Tú por qué lloras, / con esa pena tan grande. /
A Dios le pido una cosa, / que tú a mí me vivas siempre, /
porque yo con tu calor, / soy más rico que nadie, / yo soy
más rico que nadie”.
El maestro, ha sido tan rico y
privilegiado como el que más, en ese y en otros aspectos,
porque siempre estuvo acompañado y arropado por su esposa e
hijos… acorde a la doctrina de su noble pueblo gitano, y a
la casta y vergüenza de su distinguida familia. Hasta el
punto que, la última imagen que guardo en vida suya, fue de
unos días antes de ingresar en el hospital. Saludándolo,
María Teresa y yo, cuando iba paseando cogido de la mano de
su esposa, por la Avenida España de la barriada. Y ahí, en
la terraza de La Unión, en los últimos años coincidimos
muchas veces, estando él, casi siempre, con su esposa o
hijos, desde que se vinieron a residir a esta zona,
procedentes de otra céntrica avenida de Algeciras.
Terraza en la que, cuando pasaba
por la misma me decía: “Siéntate, José, que te voy a contar
unas cosillas”. Y cuando me hablaba de flamenco o de cómo
había estado en sus últimas actuaciones... Lo escuchaba
atentamente, al ser lo correcto ante un sabio del cante como
lo era él. Sin embargo, cuando charlábamos de otros temas,
especial de uno y que me reservo detallar. Profundizábamos
separando, al mismo son, el ‘trigo de la paja’.
Por ello, fue mucho el respeto y
admiración que nos profesábamos. Sintiéndome más que honrado
con la amistad que me transmitía. Habiendo sido todo un gran
honor y privilegio, haber sentido las palpitaciones del
genio amigo, encima de un escenario cantando para el público
entendido o para un reducido grupo de amigos. Y más, cuando
le afloraba la alegría y se arrancaba para mí solito, a
media voz, haciéndose el compás con una mano en la mesa.
Floreciéndole, al final, su picarona y noble sonrisa.
El maestro, alcanzó la
gloria del cante hace muchos años, al ser fiel a sus
principios. Habiendo sido un cantaor muy grande entre los
más grandes de la historia del flamenco. Por ello, desde el
martes pasado se encuentra ya, por méritos propios, en el
altar que poseo con mis dioses creadores… preferidos: Miguel
Hernández, Machado, Paco de Lucía, Lorca, etc., etc. Así
que, descansa en paz, amigo. Porque, ante todo, eras y eres
una gran persona.
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