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OPINIÓN - LUNES, 3 DE AGOSTO DE 2015

 
OPINIÓN / COLABORACION

El osculum

Por Agustín González


El osculum era la parte más íntima del homenaje feudal, el clímax que cerraba una ceremonia que exponía en clave teatral la firma de un contrato de dependencia. El señor cerraba las manos sobre las de su vasallo en señal de aceptación y se daban un beso (osculum). Tenía que ser digno de ver, aquellos caballeros en sus flamantes armaduras, besándose por las esquinas de los castillos, a veces a bien, a veces a mal, pero todos tan contentos de participar en un sistema, que al menos en su parte superficial era tan romántico.

Lástima del tiempo que no borra la esencia, pero sí las bellas costumbres, la Edad Media fue atroz en muchos sentidos, pero elevaba el ritual a la categoría de evento social y eso se ha perdido. Ahora cualquiera se pone al servicio de otro, sin más que un tácito acuerdo a la luz de unos neones de oficina, o al amparo de la sombrilla de un bar de copas. La finalidad es la misma, el carácter de los señores parejo y el interés del vasallo análogo, pero la intimidad del acto es sin duda mucho menos intensa.

Dos ventajas fundamentales tenía esta manera de hacer medieval, sobre el tibio costumbrismo moderno. La primera, el osculum, es una forma preciosa de comunicar a todos, a las claras, sin medias tintas ni ambigüedades, quién estaba al servicio de quién: así los siervos, sabían a quién temer y con quién no debían en ningún caso osar enfrentarse. Ahora ya no hay siervos, sólo ciudadanos, y no sabemos de forma clara cuales son los arreglos, a quienes dejar pasar, hagan lo que hagan, o cómo se organizan para repartirse las tierras, que ahora son el erario público.

La segunda es, que la proclama del amor sellado, por íntimo contacto, es perenne, y difícil que se marchite, mientras todo sonríe al señor, la evocación es acicate, para otros, recuerdo recóndito y sagrado. Pero también cuando llegaban los malos tiempos, que a todo señor, a una edad le iban llegando, cuando la lealtad del vasallo flaqueaba, y la felonía planeaba sobre el juramento, el beso, quizás lograba aguantar por algún tiempo, la lealtad de los más sentimentales.

El daño social que provocan las relaciones de dependencia, es manifiesto, pues sólo benefician a los que organizados en estructura paralela, se nutren de los acuerdos, que ellos mismos generan. Este vicio sólo lo curará el tiempo, y la educación. Mientras tanto, ruego a los partícipes de este complejo juego de la mediocridad humana, que aprendan algo de las virtudes del pasado; y ya que se ponen, por favor, en medida de lo posible, recuperen la bella tradición del homenaje, y nunca olviden cerrarla con un bello osculum que deje a todos con la boca abierta y las cosas bien claras. ¡Piensen ustedes en sus beneficios!
 

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