El osculum era la parte más íntima del homenaje feudal, el
clímax que cerraba una ceremonia que exponía en clave
teatral la firma de un contrato de dependencia. El señor
cerraba las manos sobre las de su vasallo en señal de
aceptación y se daban un beso (osculum). Tenía que ser digno
de ver, aquellos caballeros en sus flamantes armaduras,
besándose por las esquinas de los castillos, a veces a bien,
a veces a mal, pero todos tan contentos de participar en un
sistema, que al menos en su parte superficial era tan
romántico.
Lástima del tiempo que no borra la
esencia, pero sí las bellas costumbres, la Edad Media fue
atroz en muchos sentidos, pero elevaba el ritual a la
categoría de evento social y eso se ha perdido. Ahora
cualquiera se pone al servicio de otro, sin más que un
tácito acuerdo a la luz de unos neones de oficina, o al
amparo de la sombrilla de un bar de copas. La finalidad es
la misma, el carácter de los señores parejo y el interés del
vasallo análogo, pero la intimidad del acto es sin duda
mucho menos intensa.
Dos ventajas fundamentales tenía
esta manera de hacer medieval, sobre el tibio costumbrismo
moderno. La primera, el osculum, es una forma preciosa de
comunicar a todos, a las claras, sin medias tintas ni
ambigüedades, quién estaba al servicio de quién: así los
siervos, sabían a quién temer y con quién no debían en
ningún caso osar enfrentarse. Ahora ya no hay siervos, sólo
ciudadanos, y no sabemos de forma clara cuales son los
arreglos, a quienes dejar pasar, hagan lo que hagan, o cómo
se organizan para repartirse las tierras, que ahora son el
erario público.
La segunda es, que la proclama del
amor sellado, por íntimo contacto, es perenne, y difícil que
se marchite, mientras todo sonríe al señor, la evocación es
acicate, para otros, recuerdo recóndito y sagrado. Pero
también cuando llegaban los malos tiempos, que a todo señor,
a una edad le iban llegando, cuando la lealtad del vasallo
flaqueaba, y la felonía planeaba sobre el juramento, el
beso, quizás lograba aguantar por algún tiempo, la lealtad
de los más sentimentales.
El daño social que provocan
las relaciones de dependencia, es manifiesto, pues sólo
benefician a los que organizados en estructura paralela, se
nutren de los acuerdos, que ellos mismos generan. Este vicio
sólo lo curará el tiempo, y la educación. Mientras tanto,
ruego a los partícipes de este complejo juego de la
mediocridad humana, que aprendan algo de las virtudes del
pasado; y ya que se ponen, por favor, en medida de lo
posible, recuperen la bella tradición del homenaje, y nunca
olviden cerrarla con un bello osculum que deje a todos con
la boca abierta y las cosas bien claras. ¡Piensen ustedes en
sus beneficios!
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