Si el dinero es el nervio de la
guerra” (Napoleón dixit), parece que tan importante o más
que el bombardeo de objetivos militares y, por ende, la
labor de inteligencia, es cortar de un tajo las fuentes de
financiación de la hidra yihaterrorista del Estado Islámico
(EI para nosotros, ISIS en los países anglosajones y DAESH
en su acrónimo árabe), al menos en lo que a Occidente
respecta.
En primer fila está Turquía,
aliado en la OTAN, un país que si quiere ganar
respetabilidad como socio en la coalición internacional
contra Estado Islámico (EI) debe centrarse en una labor
primaria y sobre suelo propio, donde afloran desde los
tiempos de Sadám Hussein (quien también tuvo que enfrentarse
a un embargo) las tuberías de crudo que conducen,
clandestinamente, el petróleo desde el Irak actualmente
ocupado por EI hasta la cuenca del Mediterráneo, donde es
vendido a mitad de precio (actualmente el barril oscila
entre los 48,93 WTI y los 53,90 dólares del Brent) y
transportado en buques-cisterna, también subrepticiamente,
hasta los puertos de destino. Y asimismo acarreado por
flotas enteras de camiones cisterna. Jordania y el mismo
Irak también participan con redes de transporte menores. El
contrabando de crudo a través del Kurdistán es muy residual.
La ecuación que hay que asfixiar es triple: transporte de
salida y comercialización por mar, con documentos falsos,
además de la inspección en los puertos de llegada pues todo
petróleo tiene su “firma” o “huella dactilar”, es decir una
composición química característica.
En definitiva, nuestro objetivo
sobre EI es múltiple: además de golpear su infraestructura
militar y desmontar su bien montada propaganda, es preciso
cortar sus finanzas, ralentizándolas al máximo. Y aquí
Turquía tiene un papel de primera magnitud, al igual que la
coalición de países árabes, Europa y Estados Unidos. EI no
es una mera organización criminal, sino un Estado en ciernes
(Territorio+Población+Administración) que controla ricos y
cuantiosos recursos naturales. EI contaría con capacidad
logística para producir más de 100.000 barriles al día
(0,13% mundial), que abastecerían a bajo precio el mercado
negro de petróleo. Además de controlar pozos en Siria (El
Omar y cinco más) y siete irakíes, tiene el control de
importantes refinerías como la de Baiji, con capacidad para
tratar hasta 1/3 de todo el petróleo producido en Irak.
Según estimaciones contrastadas
del Departamento del Tesoro de los EEUU, en 2014 Estado
Islámico ingresó 100 millones de dólares solo con la venta
ilegal de petróleo, mientras que para la lista Forbes los
ingresos anuales de EI podrían estimarse en 2000 millones de
dólares. En septiembre del año pasado, el Parlamento Europeo
aprobó una resolución pidiendo la sanción contra las
empresas y países que se beneficien del crudo irakí vendido
clandestinamente por EI, instando a la Unión Europea (UE) y
al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (CSNU) a que
intervengan con firmeza para impedir esta importantísima
fuente de financiación terrorista. La embajadora de la UE en
Irak, Janaz Hybaskova, advertió que algunos estados de la
Europa Comunitaria (¡!) estaban implicados en el comercio
ilegal de crudo del EI. ¡También la Siria de Asad, forzada
por la situación!
Otro área de actuación es recortar
al máximo las donaciones internacionales que pueda recibir
EI, fundamentalmente a través de los países del Golfo. El
ambiguo papel de Arabia Saudí (el Reino de las tinieblas) al
respecto, sigue estando a mi juicio cuestionado. De ello les
escribiré próximamente. Aquí puede trabajar bien, si le
dejan y facilitan datos, el Grupo de Acción Financiera
contra el lavado de dinero (FATF), institución
intergubernamental fundada por el G7 en 1989, pues Estado
Islámico (EI) contaría incluso con una red de bancos
colaboradores con los que opera.
Y por supuesto el pago de rescates
de rehenes, con Francia y España (Mali por ejemplo) en
cabeza. En 2013 los países del G8 reseñaba en un comunicado
de rehusar el mismo, a la vez que la Resolución 2133 de
2014, del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas,
advierte lo obvio: el pago de rescates es una importante
fuente de financiación del yihadismo y, por tanto, genera a
corto y medio plazo más víctimas.
El combate clandestino tiene
también suma importancia: al daño infligido en sí se añade
la desmoralización del enemigo. Las fuerzas especiales
norteamericanas se apuntaron un buen tanto al eliminar a
mediados de mayo pasado, en la Siria ocupada, a un
importante dirigente del Estado Islámico (EI) y alto
responsable de la comercialización clandestina de petróleo y
gas: Abu Sayyaf, capturando de paso a su esposa (yihadista
también) y transfiriéndola a una prisión en Irak.
Pero volvamos a la vista gorda de
otro país ambiguo en su lucha contra EI, la Turquía del AKP
(PJD turco, fundado en 2001) de Erdogán. Dos semanas después
de que el Estado Islámico (EI) reivindicara el sangriento
atentado del museo de El Bardo, el ministro de Relaciones
Exteriores de Túnez (un país ejemplar en su proceso de la
“Primavera Árabe”), Taieb Baccouche, acusaba abiertamente el
3 del pasado abril a Turquía de su laxitud al “facilitar”
(sic) el tránsito de yihadistas a Siria, yihadistas que
luego viajan a Libia y a través de una frontera altamente
porosa tras la “oportuna” ejecución de Gadafi (ésta frase es
mía) infiltrarse hacia Túnez. Según cálculos fiables, sobre
500 yihadistas tunecinos (de una cifra de 3000, similar a la
marroquí) habrían retornado ya al país. Sobre el doble juego
de Turquía hay mucho más, valga un ejemplo: fuentes propias
en Estambul me confirmaban en su momento que Sümeyye (Sumía)
Erdogán, la atractiva y velada hija del presidente Recep
Tayyip Erdogán, dirige en Sanliurfa, cerca de la frontera
con Siria, un hospital militar clandestino donde serían
atendidos yihadistas (no civiles) del Estado Islámico,
transportados hasta el mismo en camiones del ejército turco.
Y volviendo al petróleo clandestino del EI, nos encontramos
con que Bilal Erdogan (otro hijo del mandatario turco) está
implicado en el tráfico de crudo, dirigiendo compañías
marítimas que trafican con el mismo.
Sabido es que los Estados no
tienen ética, tienen intereses encarnados en las sacrosantas
(valga el término) “Razones de Estado”, tanto de puertas
adentro como hacia el exterior. En Oriente Medio, Israel es
uno de los paradigmas expuestos: así mientras el director
del Ministerio de Exteriores y Jefe de la Cancillereía, el
diplomático Dore Gold (Likud), escribía en 2003 un
interesantísimo libro cuyo título les traduzco (El reino del
odio: cómo Arabia Saudí apoya al nuevo terrorismo mundial) y
cuyo contenido muy documentado asumo, en una reciente
disertación durante la Conferencia de Organizaciones Judías
de Norteamérica se refirió a los intentos de conquista de
Oriente Medio por Irán, “y eso no lo dice Israel, lo están
diciendo nuestros vecinos árabes sunnitas. ¿Y saben por qué?
Voy a usar otra expresión: es lo que están diciendo nuestros
aliados árabes sunnitas”.
Para entendernos. En Oriente Medio
(el “problema” ya no es Israel) están dos cosas en juego: el
reajuste de fronteras (la herencia de los Acuerdos
Sykes-Picot ha muerto) y el último capítulo de la
sanguinaria guerra civil islámica (abierta virtualmente tras
la muerte de Mahoma, 632 de la Era Común) entre sunníes y
shiítas, o lo que es lo mismo la supremacía regional entre
el Reino de Arabia Saudí (wahabismo sunní) y la antigua
Persia, la República Islámica de Irán (shií). Conflicto
llevado incluso a la geografía: ¿Golfo Arábigo o Golfo
Pérsico?.
El “juego” de Oriente Medio es más
que complejo y una potencia mundial como los Estados Unidos
pierde fuerza y credibilidad cuando, como advierte el
congresista demócrata Jim Himes, “tolera el doble juego” de
sus oficialmente “amigos” en la Coalición internacional
contra el Estado Islámico, en velada referencia a Arabia
Saudí. Himes llegó a reconocer algo obvio, es decir los
“errores” (sic) cometidos por el liderazgo norteamericano en
crisis internacionales durante los últimos años. Errores
evidentes desde luego (los de Paul Bremer en Irak,
mayo-junio 2004, son clamorosos y de escándalo), pero no
solo por parte republicana: la Presidencia (1977-1981) del
demócrata Jimmy Carter fue realmente calamitosa...
Haya salud.
Visto.
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