De vez en cuando me gusta salir a
la calle a deshojar las páginas reales de nuestra oportuna
presencia, no en vano escribir es pensar sobre lo vivido y
protestar, aunque sea de uno mismo. Además de hacerse valer
siempre, hemos de pensar para decir lo que cada cual quiera
decir, y decirlo. La libertad no puede existir únicamente en
los sueños, ha de convivir con nosotros. Y por consiguiente,
la regla del que escribe no es otra que conversar mucho y
meditar más. En consecuencia, opté por beber de los
abecedarios de ciudadanos hallados en cualquier esquina del
camino. Ciertamente me encontré con mucha gente
desencantada, con una actitud acomodaticia y pasiva. Sentí
pena al observarlos, pues muchos de ellos eran jóvenes, con
cara de aburridos, resignados a los acontecimientos, sin
espíritu apenas para buscar nuevos horizontes. Intenté
hacerme un hueco entre ellos, para cuando menos soñar en un
futuro diferente, y la verdad que no sabían cómo cambiar su
vida. Realmente no tienen proyectos, viven una vida sin
sentido, esclavizados por las tecnologías, pero con el
aburrimiento de la soledad impuesta.
También observé gente mayor muy
sola, custodiada por animales de compañía, deseosa de
enhebrar palabras y que alguien les escuchase. Es verdad, a
veces el atardecer de la vida es un poco molesta por las
enfermedades que comporta, pero la sabiduría que tienen
nuestros abuelos es una herencia que no podemos obviar.
Precisamente, una de esta personas mayores, me comentaba
sobre la cantidad de enfermedades raras que estaban
surgiendo, incluso un familiar suyo que vivía en el campo,
me dijo que había contraído uno de esos malditos
padecimientos, que no saben cómo atajarlo, pero él estaba
convencido que el origen viene de muchos elementos químicos
de fertilización de las tierras, de productos fitosanitarios
y plaguicidas en definitiva. Quizás no le faltase un poco de
razón, entre la química y la tecnificación, no dejamos que
el ecosistema respire, se oxigene por sí mismo, y pueda
desarrollarse.
Movido por la pasión de estos
abuelos, decidí salir de la ciudad y perderme por las
montañas, alejarme y visitar pueblos perdidos, olvidados.
Pensaba que sería otra página de un libro más natural, más
auténtico, sin embargo, la desilusión también fue grande, la
deforestación y el abandono verdaderamente me dejó sin
verbo. Es una pena que nos descuidemos del medio ambiente y
que lo maltratemos con nuestras actitudes. Tanto el mundo
rural como el mundo de las ciudades, debe cuidar mucho más
su propio medio natural. Esta cultura de la dejadez tiende a
convertirnos en personas sin alma. La vida humana, el
ciudadano ya no siente como un valor primordial que su
existencia debe ser respetada y protegida. Debemos
reflexionar sobre esto, y ante todo, hemos de pensar que
todos somos ciudadanos del mundo, y que este hábitat es
común para cualquier ser vivo. Por desdicha, millones de
personas en el mundo, aún no son reconocidas como tales, lo
que dificulta su acceso a la justicia.
Tras la experiencia vivida,
anoté en mi agenda, callejear más por la vida, para escribir
mejor sobre ella, puesto que son las relaciones entre las
personas lo que nos enriquece y da sentido a nuestra propia
coexistencia. Naturalmente, aunque a solas sea un don nadie,
y en la calle menos aún, pienso que está muy bien lo de
leernos unos a otros y, luego, recapacitar sobre lo
compartido. A mi juicio, la actividad especulativa lo domina
todo y de qué manera, a su antojo y beneficio. No les
importa que la juventud camine sin esperanza alguna, o que a
los mayores nadie les atienda, con tal de acrecentar el
beneficio inmediato de los poderosos. Me parece muy
importante, pues, que la ética reencuentre su espacio en
este mundo, sobre todo en las finanzas y los mercados,
poniéndose al servicio de los intereses de la ciudadanía y
de su bien colectivo. Esta es la clave para esperanzarnos.
Lo mismo sucede con la especulación de los precios
alimentarios, otro escándalo más con graves consecuencias
para el acceso a la comida de los más pobres. O con la
explotación ilícita y de ruptura de la solidaridad en el
mundo laboral. Así podríamos seguir, para desgracia de toda
la especie humana, habite donde habite, ya que se ha
instaurado una nueva tiranía invisible, a veces virtual, que
impone, de forma unilateral e implacable, sus códigos y sus
pautas.
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