Se dice que la amistad lo es todo
en esta vida de tantos intereses. Algunos han llegado a
decir que vale más que cualquier tesoro, otros más que el
talento e incluso más que la propia familia. Sea como fuere,
para cultivar la solidaridad, en este planeta que todos
compartimos, hemos de afanarnos en hallar los vínculos que
nos unen, independientemente de la raza, la religión, el
género, la orientación sexual o las fronteras; y, para ello,
el afecto por cualquier ser humano, provenga de donde
provenga, es fundamental. Con razón y justo criterio, la
Asamblea General de Naciones Unidas designó en el año 2011
el Día Internacional de la Amistad (30 de julio), con la
idea de que la consideración entre los pueblos, los países,
las culturas y las personas puede inspirar iniciativas de
paz, presentando desde el aprecio por cada ciudadano una
oportunidad de tender puentes entre las comunidades.
Evidentemente, no podemos seguir levantando muros en un
planeta globalizado. Al fin y al cabo, todos somos
dependientes de todos. Es arcaico pues, declarar la
independencia de nada, por muy bien que suene la música, el
espíritu de apertura y comprensión es lo único que nos
armoniza. Por tanto, cuesta entender que individuos que no
tienen más remedio que vivir juntos, se distancien como
jamás, y pongan barreras a sus convecinos, en lugar de
abrazarse y compartir territorios.
El mundo, con sus poderes tan
competitivos y corruptos, tiene que integrarse más en la
ciudadanía, hacer valer el espíritu humano y, al mismo
tiempo, velar porque ese espíritu prevalezca. Por
consiguiente, sería bueno ahondar en la idea de la
concordia, tan presente en los ideales de las Naciones
Unidas, y, sin embargo, tan negada en los ambientes
poderosos de las diversas naciones. A pesar de que la Carta
proclama que uno de los propósitos de la Organización radica
en “fomentar entre las naciones relaciones de amistad”, lo
cierto es que las tensiones no cesan y las violencias nos
desbordan. La realidad no puede ser más horrenda, multitud
de familias en el mundo sufren espantosas atrocidades,
incluyendo asesinatos, secuestros y el reclutamiento de
inocentes (niños) para luchar en primera línea del
conflicto, también mujeres y niñas son golpeadas, violadas y
hasta quemadas vivas. Desde luego, este ciclo destructor de
existencias debe cesar cuanto antes y, para que cese, pienso
que primero debemos activar más que nunca las ayudas
humanitarias y, después, hemos de impulsar, con el coraje
necesario, el espíritu de la justicia universal, ante este
absurdo torrente de crímenes, que causan verdadera
catástrofe humana. Dado, precisamente, que en la
constitución de la UNESCO se señala la necesidad de que la
paz no se base exclusivamente “en acuerdos políticos y
económicos entre gobiernos”, sino en la “solidaridad
intelectual y moral de la humanidad”, convendría que toda la
especie humana mejorase la cooperación y comprendiese más la
voz de los sin voz, que al fin son los que primero fallecen,
y de qué manera a veces tan cruel.
La barbarie de los muros nos están
dejando sin aire para poder respirar, para sentir la agonía
de nuestro semejante; somos así de necios y, esta necedad,
por desgracia, alimenta el extremismo. Es verdad que la
sociedad civil es cada vez más fuerte, pero también la
intolerancia está aumentando, hasta el punto, que ningún
país u organización puede derrotar el terrorismo por sí
solo. A mi juicio, es vital que toda la ciudadanía
mundializada apueste por el respeto y el interés mutuo,
conceptos que han de formar parte de toda vida humana,
habite en el lugar que habite, sólo así podremos avanzar
hacia esa humanización del mundo e inspirar iniciativas de
sosiego. Naturalmente, va a ser más fácil trabajar si lo
hacemos con el vínculo de la unión, al menos nos impedirá
resbalar hacia el abismo, sabiendo que cualquier operación
antiterrorista no puede ignorar los derechos humanos y ha de
respetar las leyes, reconociendo la amistad como sentimiento
noble y valioso en la vida de los seres humanos de todo el
planeta. Por otra parte, convencido de la importancia de
implicar a los jóvenes y a los futuros líderes en
actividades comunitarias encaminadas a fomentar una cultura
más próxima, hermanada con las diversas civilizaciones, creo
que puede ser interesante estos cultivos encaminados a
hacernos más tolerantes, enalteciendo de este modo la
diversidad cultural, en detrimento de comportamientos
irreconciliables. En cualquier caso, consciente de que la
humanidad ha de preservar a las generaciones venideras de
estos azotes intransigentes, lo que exige una transformación
inmediata de todos los seres humanos para solucionar los
problemas mediante el diálogo y la negociación permanente.
Indudablemente, para tender
puentes hacen falta otras actitudes y conductas más
pacíficas. Quizás también se precisen otros lenguajes más
armónicos para abordar los malentendidos y la desconfianza
que subyacen en muchas de las tensiones y conflictos del
mundo presente. Las palabras sin el ejemplo son vacías. En
presencia de una cultura dominadora y dominante que cierra
puertas, que pone en primer lugar la apariencia, lo que es
superficial y provisional, el desafío consiste en elegir y
amar la realidad tal y como nos viene. Por eso, un mundo
nuevo precisa de gente que nos transforme hacia ese
horizonte común, del que todos formamos parte, con la
gratuidad de que todos somos caminantes y camino. Sin duda,
tenemos que aprender a mostrar otros rostros más humanos con
nuestra misma especie, viviendo y testimoniando una
solidaridad más auténtica, contra todo egoísmo y oscuridad.
Es hora de ganarnos la confianza, pero también el respeto,
de tomar decisiones que nos liberen a todos de tantas
cadenas impuestas. En consecuencia, la amistad, que es lo
que da valor a la supervivencia, únicamente podrá tener
lugar a través del desarrollo de la consideración hacia el
prójimo y dentro de un espíritu sincero.
No cabe duda que cada ser humano
se merece la consideración debida. Esto debe ser enseñado en
las escuelas. La promoción de una cultura de puentes y no de
muros, debe ser inculcada a las nuevas generaciones mediante
la educación. Si los niños aprenden a tender manos, el mundo
cambiará y será más cooperante y pacífico. Tantas veces
hemos promovido culturas de paz, desarrollos económicos y
sociales sostenibles, respeto de todos los derechos humanos,
igualdad entre mujeres y nombre, participación democrática,
comprensión, tolerancia y solidaridad, comunicación
participativa y libre circulación de información y
conocimientos, que deberíamos haber alcanzado el horizonte
de la fraternidad, pero no es así, nos queda mucho camino
por recorrer.
Quizás nos falte coherencia y nos
sobren palabras. O tal vez, compromiso, ya no sólo para
examinar y revisar las políticas educativas y culturales
para que reflejen un enfoque basado en los derechos humanos,
la diversidad cultural, el diálogo intercultural y el
desarrollo sostenible, sino también promover entornos
inclusivos que eliminen los mensajes o acciones que incitan
al odio y la venganza, la exclusión y la marginalidad.
Seguramente si practicásemos
más la amistad, tampoco tendríamos necesidad de la justicia
y, desde luego, nos entenderíamos mejor. Si el creador no ha
creado fronteras, ni tampoco frentes, que no sea el hombre
quien los invente. Ahora que estamos globalizados, tiene
bien poco sentido la enemistad de los muros. Nuestro
objetivo ha de ser la amistad con el mundo entero. Dicho
queda.
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