Un cobarde es incapaz de mostrar
humanidad alguna; hacerlo está reservado para los valientes,
que saben lo que es amar sin condiciones, ni condicionantes.
El mayor acto de valentía siempre nace en lo profundo del
alma, y se alienta con el compromiso del amor hacia nuestros
semejantes. Ellos son los artífices de la paz. Me estoy
refiriendo a aquellos ciudadanos, grupos de personas o
instituciones que promueven y protegen los derechos humanos
de manera armónica, rechazando todo tipo de violencia. Sin
duda, son nuestros ángeles. Muchas de esas personas
arriesgan su vida, soportan multitud de intimidaciones y
represalias, son víctimas de ejecuciones y torturas, sufren
detenciones arbitrarias, amenazas de muerte, pero continúan
con su quehacer callado, a pesar de los acosos y
difamaciones que suelen recibir a diario. Inadmisiblemente,
a esta gente de buen hacer y mejor obrar, que son la luz, en
excesivas ocasiones se le intenta apagar la llama.
Comprenderá el lector mi
admiración. Estos héroes de la vida suelen tener un corazón
muy grande, fruto del verdadero amor, injertado como
abecedario de su existencia. Ciertamente, han optado por un
futuro pacífico y no escatiman esfuerzo alguno; es su
oportunidad, la de hacer valer los derechos humanos con la
firmeza necesaria. Sin duda, saben mejor que nadie que
vivimos tiempos espinosos, que nos desbordan por su
violencia y venganza, hoy mismo un grupo de expertos de
Naciones Unidas y del sistema Interamericano de Derechos
Humanos, lamentan los intentos de desacreditar e intimidar a
defensores de derechos humanos en una televisión pública de
un país, en represalia por activismo y su cooperación con la
ONU y organismos regionales que se ocupan de las garantías
fundamentales. Indudablemente, todos los gobiernos del mundo
mundial deberían saber que deben respetar y defender la
participación de estos gentíos de paz.
Lo mismo sucede con las
agresiones, secuestros y crímenes a periodistas, que lo
único que hacen es mostrar al mundo el aluvión de
contrariedades e injusticias, con el fin de que la
ciudadanía esté informada para que pueda tomar decisiones
acertadas. Por consiguiente, es esencial que estos hechos no
queden impunes, y la comunidad internacional debe actuar con
la contundencia necesaria para que no vuelvan a suceder.
Este es el momento de contrastar la lógica del miedo con la
ética de la responsabilidad, para promover un hábitat más de
todos y de nadie, y para ello pienso que el respeto a los
derechos humanos fundamentales, junto con el desarrollo
socioeconómico y la libertad, son esenciales para el futuro
y la supervivencia de la familia humana. La idea
aristotélica de que la excelencia moral es resultado del
hábito, puesto que nos volvemos justos realizando actos de
justicia; templados, realizando actos de templanza;
valientes, realizando actos de valentía; puede ayudarnos a
tomar la orientación debida.
Si en verdad nos moviera el amor,
nuestra acción debe ser valiente, no tibia; pues, nos
consta, que todavía hay demasiada represión en todo los
continentes, exorbitante irresponsabilidad, lo que nos exige
a toda la ciudadanía retomar una nueva conciencia de los
derechos humanos, tan devaluados hoy en día. Por tanto,
bravo por esos defensores que hacen lo posible, y a veces
hasta lo imposible, para defender los ideales y las
aspiraciones que son válidas para todas las culturas y todas
las personas; y también bravo, por esos periodistas
entregados en dilucidar las verdad de los acontecimientos.
La libertad de expresión es la piedra angular de este
combate de valentía, que no es otro, que advertir que los
derechos humanos pertenecen a toda la humanidad, y nadie
debería invocar diferencias para atentar contra algo que es
inherente al ser humano y a cada uno de nosotros.
Al fin y al cabo, por mucho
que un ser humano valga, jamás tendrá valor más alto que el
de ser ciudadano del mundo, con lo que eso conlleva, de
valentía y de humanidad. ¿Qué mayor prueba de afecto?.
Recuerden, que siempre se ha dicho, que allá donde reina el
auténtico amor, sobran las palabras. Qué gran verdad.
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