En torno a las 10.30 horas era el
momento en que la familia de Karim Emfeddal y su esposa
Lidia María Castellón Ulad esperaban, junto a sus cuatro
hijos, con edades de 9, 8, 5 y 4 años esperaban a ser
desahuciados del hogar en el que hacen su vida desde hace
casi diez años en la calle argentina. Un discreto operativo
policial se encontraba en los bajos de la calle y en el piso
tercero A había cierta resignación, aunque no perdían la
esperanza. Vecinos y amigos de la familia les arropaban
esperando alguna buena noticia.
Según explicaba Lidia María, ellos
tienen contratos de electricidad y suministro de agua, e
igualmente han venido satisfaciendo los pagos relativos al
catastro y también a la comunidad de vecinos. Los niños
asisten a clase en un colegio muy cercano. Se trata de una
familia arraigada y que cuenta con el apoyo de sus vecinos.
Sólo los niños mayores eran
conscientes de la situación, mientras que las dos pequeñas
estaban inquietas, pero sin saber bien qué era lo que estaba
ocurriendo.
Momentos antes de la hora del
desahucio, Karim, que se encontraba fuera y hacía gestiones
telefónicas y personales desesperadamente, habla con su
esposa y le comunica que ha recibido sendas llamadas
telefónicas por parte de la consejera Susana Román y del
líder de Caballas, Mohamed Alí, en las que le comunican que
tenga paciencia y que parece que el asunto va en vías de
solución.
Lidia María no oculta que entró
como ‘okupa’ en la casa, hace casi diez años. El propietario
de la vivienda falleció y Ldia explica que “Emvicesa se hizo
cargo de la casa”. Llevan bastante tiempo tratando de
regularizar la situación, pero por el momento no ha sido
posible.
Recibieron una carta de aviso de
desahucio y a partir de ahí se empiezan a precipitar los
acontecimientos. Lidia María subraya que habló con el juez
que instruye el caso y que éste les dijo que si Emvicesa
remitía un escrito en torno al caso, paralizaría el
desahucio.
El Pueblo de Ceuta fue el que dio
la buena nueva a la familia: “¿Lo saben ya?”, les dijo un
redactor. “¿Qué?”, respondía Lidia María. “Se acaba de
suspender el acto de desahucio”, se les respondió.
La alegría se desbordó: lloros,
abrazos, besos... Un momento de extremo sentimiento el que
se vivió durante poco antes de las 10.30 horas, el momento
señalado para que abandonaran la casa.
No sabían que iban a hacer.
De hecho, desde Servicios Sociales se les había puesto de
relieve que tenían que buscar una casa de alquiler y que se
les ayudaría con 400 euros además de la fianza y del pago
del recibo del agua, pero que tenían que mostrar un contrato
de arrendamiento, contrato del que hasta ayer carecían. Una
familia cuyos ingresos mensuales sólo llegan a 300 euros. De
momento, volvieron a lo que ellos entienden que es su casa.
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