Luchar por la defensa de la
religión y de las creencias es una responsabilidad
colectiva. No existe otra obligación, aparte del credo, que
la de luchar contra el enemigo que corrompe nuestra vida y
nuestra religión”. Palabra de Ibn Taymiyya, teólogo musulmán
del Medievo hacia 1300 de la Era Común (EC) y sin duda uno
de los iconos ideológicos de los nuevos yihadistas del siglo
XXI. Porque detrás de Al-Qaïda y del Estado Islámico (EI) no
se esconden unos brutos descerebrados, meros fanáticos. Nada
de eso. Fanáticos lo son, sin duda, pero fríos y cerebrales:
saben lo que quieren, de donde vienen y a donde van. Tienen
tácticas elaboradas y una cuidada estrategia. Por ejemplo,
EI (y en esto se diferencia de Al-Qaïda) utiliza el terror
en estado puro como un instrumento político en sí, única
forma por lo demás de estando en minoría controlar,
aterrorizando, a la población musulmana sunní bajo su
“administración” y mantenerse sobre un extenso territorio.
Lo recordaban ayer ambos ponentes, los generales Gan y
Ballesteros, en sendas brillantes conferencias: los
espectaculares mensajes mediáticos, ejecuciones incluidas,
son un mensaje dirigido tanto a la población musulmana bajo
su control como al resto de la Umma o comunidad islámica.
Consumo interno para una audiencia con un perfil religioso
determinado (musulmanes sunníes), la sofisticada propaganda
del Estado Islámico (DAESH en su acrónimo árabe) no está
dirigida al mundo occidental, otra gran diferencia con las
franquicias de Al-Qaïda, además de la acción terrorista en
sí: Al-Qaïda, con escasa logística y muy descentralizada, ha
priorizado grandes atentados contra intereses occidentales,
norteamericanos principalmente, mientras que Estado Islámico
(EI) se ha centrado en estados frágiles como Irak y Siria,
ocupando territorio y proclamando el Califato, concepto de
hondo calado histórico y sentimental entre los 1.500
millones de musulmanes (los árabes son minoría) repartidos
por el mundo.
Por la tarde cambiamos de tercio y
fue Rogelio Alonso, Profesor Titular de Ciencias Políticas
de la Universidad Rey Juan Carlos y con una dilatada
experiencia académica acreditada, quien nos ofreció en una
elaborada ponencia diferentes pautas para, desde los medios
de comunicación, no hacer el papel de tontos útiles y
bailarle el agua a los yihaterroristas, valga el término
habitualmente utilizado por este escribano del limes. A
través de numerosos ejemplos, el profesor Alonso se esforzó
en su ponencia “Yihadismo y comunicación” por ofrecer una
ponderada y didáctica exposición sobre las trampas de la
propaganda yihadista, su “lógica” y sus embozados objetivos
mediáticos, en los que a veces caemos, ilustrándonos sobre
lo que podríamos llamar “información con modelos
alternativos” que presentó con profusión.
Si las pésimas y torpes relaciones
entre dos grandes estados del Magreb, Marruecos y Argelia,
lastran la necesaria colaboración para luchar con éxito en
la región (y fuera de ella) contra la hidra del terrorismo
yihadista, en Oriente Medio las diferencias y profunda
competencia entre Estados Unidos y la Federación Rusa
complican, en grado sumo, la asunción de una estrategia
coherente que estabilice la convulsa región. La cooperación
interestatal se impone hoy más que nunca. Ya en una
conferencia impartida en noviembre de 2001 en la Duma
estatal de Moscú, poco después de los atentados del 11-S, el
profesor Ulrich Beck, catedrático de la London School of
Economics y director del Instituto de Sociología de la
Universidad de Munich, lo señalaba acertadamente: si por un
lado “El objetivo sería convertir el terrorismo en un crimen
contra la humanidad punible en todo el mundo”, por otro lado
para avanzar en la insoslayable lucha antiterrorista es
necesario “En primer lugar (…) crear un fundamento legal
internacional para el pacto contra el terrorismo, un régimen
antiterrorista que regule tanto la evasión de impuestos como
la extradición de criminales, las atribuciones de las
fuerzas armadas, las competencias de los tribunales, etc.
Solo por esta vía se hará frente de verdad a los desafíos a
largo plazo que se produzcan en contextos histórica y
políticamente cambiantes. En segundo lugar, sería necesario
que la promesa de la alianza no se difundiera únicamente por
medios militares, sino con una política del diálogo creíble,
ante todo con el mundo islámico, pero también con otras
culturas que vean amenazadas su dignidad a causa de la
globalización (…) En tercer lugar, los peligros de la
sociedad del riesgo mundial podrían transformarse en
oportunidades para crear estructuras regionales de
cooperación entre Estados multinacionales cosmopolitas”
(Sobre el terrorismo y la guerra, págs. 58 y ss. Paidós
Ibérica, Barcelona 2003).
¿Y Arabia Saudí….? Les seré
sincero: el wahabismo hambalí exportado por Ryad, matriz del
oscurantista salafismo rampante, supone una parte nada
baladí del problema islamista que nos embarga (islamismo no
es sinónimo de terrorismo, pero es la cuna del yihadismo) y,
en lo que a Europa se refiere, apoyar o seguir permitiendo
la expansión de la tenebrosa versión saudí del Islam es
mantener la zorra en el gallinero. Y con Qatar más de lo
mismo.
Haya salud. Visto.
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