La idea aristotélica de que “el
instante es la continuidad del tiempo, pues une el tiempo
pasado con el tiempo futuro”, me ha dado pie a dar
fundamento a este artículo periodístico. A veces uno se
sorprende hasta de que pueda existir y cohabitar en ese
proceso, pero realmente es la vida la que da vida o la que
nos dona luz, es decir, sabiduría para dar prolongación
histórica a un modo de pensar y de hallarse. Por eso, en
algunas ocasiones, uno se puebla de coraje y surge la
esperanza, en base a unos valores compartidos, para
contribuir a un futuro habitable para todos. No olvidemos,
que al igual que los individuos, los pueblos nacen y mueren;
pero la población persiste sobre el planeta, permanece como
secuencia de la propia especie en el tiempo, a pesar de las
muchas contrariedades que nos degradan la savia.
Ciertamente, a lo largo de nuestra historia hemos tenido la
oportunidad de celebrar nuestra humanidad común y nuestra
diversidad, pero creo que ha llegado la hora de reflexionar
sobre tan importante cuestión de persistencia y permanencia.
Sería saludable, pues, que coincidiendo con el día mundial
de la población (11 de julio), nos replanteáramos cuestiones
que son básicas, para que la cadena, tanto de convivencia
como de existencia, no se tambalee o se rompa.
Para despuntar, somos tan
minúsculos que cada ser humano puede nacer en cualquier
sitio y formar parte de una cultura u otra. Nuestras
poblaciones están observando, a mi juicio como jamás ha
sucedido en nuestra tradición, procesos de mutua
interdependencia e interacción a nivel global, que, si bien
es verdad que toleran elementos problemáticos como las
migraciones, tienen el objetivo de mejorar las condiciones
de vida de la familia humana, no sólo en el aspecto
económico, sino también en el humano. Por consiguiente, toda
persona pertenece a la humanidad y comparte con la entera
familia de los pueblos, la ilusión de un futuro mejor y la
expectativa de una especie en unión. Dicho esto, conviene
recapacitar sobre el desbordamiento del nivel del mar, que
puede ser un auténtico problema. Téngase en cuenta que la
cuarta parte de la ciudadanía mundial vive en zonas costeras
o muy próximas. Por otra parte, multitud de moradores,
especialmente en África, carecen de agua potable segura o
padecen tremendas sequías que dificultan la producción de
productos alimenticios. Un problema, particularmente grave
hoy en día, es el de la calidad del agua disponible, si nos
atenemos a las muchas muertes producidas. Además, la vida en
los ríos, lagos, mares y océanos, que alimentan a gran parte
de los humanos, mal que nos pese, aparte de verse afectada
por el descontrol y el despilfarro en la extracción de los
recursos pesqueros, también sufren una gran contaminación.
Cerrarse en banda y no querer ver esta situación, por
tremenda que nos parezca, para no corregirla cuanto antes,
pienso que es cargar sobre nuestra conciencia el peso de
negar la continuidad de algunas especies.
Verdaderamente, el mundo está
hecho para repoblarse continuamente de seres vivos. Y en
este sentido, para forjar un futuro mejor para las
generaciones venideras, es imperioso promover una economía
al servicio de toda la población mundial, así como activar
una sana política, capaz de poner las instituciones al
servicio de los ciudadanos, para superar presiones o
cualquier otro síntoma de corrupción. Por eso, los Obispos
de Nueva Zelanda se preguntaron qué significa el mandamiento
“no matarás” cuando “un veinte por ciento de la población
mundial consume recursos en tal medida que roba a las
naciones pobres y a las futuras generaciones lo que
necesitan para sobrevivir”. Tema grave, gravísimo, y aunque
puedan parecernos palabras densas y fuertes, la crueldad
radica en dejar que la desesperación de algunos no cese
jamás en vida, mientras otros, hasta por divertimento, lo
derrochen todo, sin importarles para nada el bien colectivo,
adueñándose del planeta como si fuera exclusivo de los
poderosos, obviando muchos gobiernos el respeto a los
derechos humanos y a las libertades fundamentales, cuando en
verdad deberíamos responder eficazmente ante cualquier
violación.
Pese a los enormes desafíos del
momento actual, creo que han de propiciarse los debates a
escala global y nacional sobre los derechos humanos y el
desarrollo de la especie, centrándose a mi manera de ver,
mucho más en el ser humano como tal, que es víctima y
verdugo a la vez en tantísimas ocasiones, sobre todo a raíz
del aluvión de deterioros humanos percibidos ante la falta
de ética y, por ende, de humanidad perdida, proyecto que ha
de ser recuperado cuanto antes. Por desgracia, no se puede
avanzar en la medida en que los políticos caminen
obsesionados sólo por atesorar o agrandar el poder, en lugar
de servir a la ciudadanía. Junto a este pelaje ha crecido,
asimismo, una legión de oportunistas que únicamente piensen
en el rédito económico, en vez de activar el capital humano,
que es lo verdaderamente progresista y rompedor. Pensemos,
que mientras más vacío esté el alma de los moradores, más
necesitados andaremos de objetos de deseo; aunque luego,
tras su uso, los tiremos porque ya no sirvan para nada.
Naturalmente la humanidad tiene que humanizarse con otros
hábitos, para empezar renunciando a un mercado tentador y
muy acaparador, sólo así podrá revivirse en esa deseada
alianza entre la hoy maltrecha población y el actual
maltratado medio ambiente.
Hace falta, por tanto, que la
población vuelva a sentir que todos somos parte de un todo,
que tenemos una responsabilidad de poner orden en nuestras
existencias. De ninguna manera podemos resistir ante este
huracán persistente de degradación moral que nos invade. No
me cansaré de escribirlo, de vociferarlo, puesto que estoy
sugestionado que burlándonos de la honestidad nos estamos
engañando, primeramente cada cual consigo mismo, y después,
mofándose de nuestra propia bondad interior, como si
fuésemos un trozo de materia sin voluntad. En consecuencia,
es el momento de situar los problemas de la población en la
perspectiva de un destino armónico, donde la decencia sea el
abecedario permanente, mediante acciones conjuntas y
valientes, para que cada ciudadano pueda hallar, por sí
mismo, ese horizonte humanitario de autenticidad que
engrandece al propio linaje. Todos somos conscientes de que
ese camino no es fácil, porque se trata nada menos que de
cambiar mentalidades, formas de vivir y de ser, pero
confiemos en ese reforzarse como ciudadanía nueva, bajo el
referente de la escucha a todo y a todos.
Hoy más que nunca, las
personas de todas las culturas pueden influir de manera
positiva unas en otras, cuando menos para hacernos
reconsiderar nuestras acciones, crecidas por la violencia y
la dominación de pensarnos dueños del universo. En cualquier
caso, es bueno que nos interroguemos, y tengamos tiempo para
hacerlo, máxime cuando cavilamos por un mundo más
equitativo, y no escuchamos a los excluidos. Por ello, estoy
convencido que la nueva población necesita otras
motivaciones y, sobre todo, un camino educativo más acorde
con la propia naturaleza creada. En definitiva, lo que le ha
pasado a nuestra población es que su retroceso está ahí, más
allá de la crisis financiera; y, lo nefasto del momento, es
no ir al corazón del problema, que radica en el desprecio
por algunos seres humanos (los marginados) y en el menoscabo
de buena parte del hábitat; a la que, por cierto, ya le
cuesta seguir la secuencia de vivir y dejar vivir.
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