Libia se está hundiendo en el caos
al borde de la implosión, pudiendo arrastrar en su caída a
sus frágiles vecinos magrebíes y desestabilizar aún más los
países del Sahel. Claro que en cuanto al caos… perdonen,
pero ¿no era eso de lo que se trataba? Porque la caída de la
Yamahiria, con la oportuna ejecución de Gadafi el 20 de
octubre durante el proceso de la mal llamada “Primavera
Árabe”, fue inducida desde el exterior. Sin los bombardeos
de la Alianza Atlántica, 19 de marzo de 2011 en adelante, el
régimen de Gadafi se habría sostenido al menos en similares
condiciones al sirio de Al Assad. Lo reconoce pudorosamente
Escobar Stemmann, Embajador de España para asuntos del
Mediterráneo: “En Libia la caída de Gadafi fue posible
gracias al apoyo que recibieron los rebeldes de una fuerza
aérea internacional” (Cuadernos de Estrategia 163, IEEE,
2013). Desde el planificado desorden de Oriente Medio a la
forzada dimisión del rais Mubarak en Egipto, tal parece que
el proceso es causal, siguiendo un guión preestablecido de
antemano en el que la oportuna aparición del Estado Islámico
(IE), clave de bóveda del dispositivo estratégico empleado,
no sería sino el cisne negro de todo el complejo operativo.
¿Libia..? Atesora bajo su suelo (¡y Rommel con su Africa
Korps sin saberlo!), además de petróleo, importantes
yacimientos de gas y sobre todo ingentes cantidades de agua,
el oro líquido del inmediato futuro y fuente determinante de
conflictos a dirimir, en última instancia, por la fuerza de
las armas.
¿La pista libia? Esa es la
conclusión de las agobiadas autoridades tunecinas, que tras
los dos últimos y sangrientos atentados yihaterroristas
sobre objetivos turísticos (22 muertos el 28 de marzo en el
museo del Bardo y otras 38 personas asesinadas el pasado 26
de junio en las playas de Susa) afirman que ambas células
terroristas se habrían entrenado en la ciudad libia de
Sabrata. Por lo demás, en Túnez viven refugiados tras la
caída de la Yamahiria más de medio millón de libios,
mientras que en Libia y capeando la inseguridad existente
residen todavía sobre 30.000 tunecinos. En paralelo, fuentes
occidentales parecen esforzarse en identificar a los
antiguos gadafistas como estrechos aliados de los tentáculos
del delirante Estado Islámico (EI). La actual y balcanizada
Libia es hoy tras la guerra civil un Estado fallido, que al
igual que Siria corre grave riesgo de desmembrarse, en el
caso libio, en cuatro grandes espacios políticos: Tobruk
(Cirenaica) y Trípoli (Tripolitania) en el norte y fachada
mediterránea, más sus regiones clientelares en el interior,
los tuaregs de Fezzan al suroeste y los Toubous en el gran
sur, mientras que los bereberes del noroeste (Zouata, Zintan
y Nalut) podrían intentar correrse hacia Túnez. Es curioso
lo de insistir ahora por parte de la diplomacia europea en
esta atípica alianza contranatura de ex gadafistas y
yihadistas, pues tras las primeras manifestaciones de
Bengasi en la noche del 16 de febrero de 2011, al día
siguiente elementos terroristas del Grupo Islámico
Combatiente Libio (GICL), filial entonces de Al-Qaïda,
atacaban la base aérea de Al-Abrag y cuarteles en varias
zonas del país, degollando sin piedad a decenas de soldados
libios. Gadafi por su parte (lavando de esta forma su
controvertida imagen), no dudó en emplearse a fondo contra
el terrorismo yihadista en suelo libio, facilitando incluso
información sensible al respecto, como reconocía en junio de
2003 su hijo Saif al Islam, afirmando que Libia estaba
cooperando activamente con Estados Unidos en la lucha contra
el terrorismo intercambiando información de inteligencia
sobre la red Al-Qaïda. En cuanto al actual Estado Islámico
(EI) en el frente sirio, habría recibido dos importantes
contingentes libios: sobre 1500 afganos que fueron una vez
más reubicados y más de 3000 yihadistas del GICL, efectivos
que las fuentes occidentales habitualmente minimizan. Habría
que preguntarse por qué.
Por otra parte y tras la asunción
de la jefatura, al menos sobre el papel y con apoyo
occidental, de una parte del ejército libio por el general
Jalifa Haftar (quien se instaló en los Estados Unidos tras
su deserción en 1983), estalla en mayo del 2014 la segunda
parte de la guerra civil, tras diferentes bombardeos
ordenados por el militar en el marco de la operación Al-Karama
(Dignidad) para erradicar a las fuerzas yihadistas, mientras
que desde las Naciones Unidas el diplomático español
Bernardino León, nombrado representante oficial para Libia,
intenta templar gaitas.
Varios son actualmente los
escenarios que inquietan a la comunidad internacional: para
Europa, el auge de la migración clandestina desde las costas
libias; para Europa y el Magreb (además del Sahel), la
“exportación” del yihaterrorismo, con Túnez como primer
afectado por imperativo geográfico. Desde las conversaciones
de Sjirat (Marruecos) de principios de marzo, entre
representantes del gobierno reconocido por Occidente
(Parlamento de Tobruk) y el Congreso Nacional General (CNG),
apoyado por las milicias islamistas, el fiel de la balanza
no para de oscilar. ¿Tendrá algo que ver en ello el último
atentado de Túnez…? (quizás el del museo de El Bardo no fue
suficiente para decidir la situación). Al día de hoy el
juego de la estabilidad regional es muy fuerte, así como el
papel de los diferentes Estados en liza. Tanto Argelia como
Rabat, además de los países del Sahel, no verían con buenos
ojos otra intervención militar, aun indirecta, de la Alianza
Atlántica. Francia por su parte, desplegada en Mali, tampoco
da para más. Tan solo en Egipto el mariscal Al-Sissi,
apoyado financieramente por los Emiratos Árabes Unidos
(EAU), estaría por la labor a fin de asegurar sus fronteras
si las tenues conversaciones políticas se suspenden o se
saldan con un fracaso. ¿Estados Unidos….? Observa desde el
patio trasero, moviendo sus peones pero sin implicarse
abiertamente, mientras todavía siguen sin despejarse algunos
puntos oscuros sobre el grave atentado terrorista de
septiembre de 2012 sufrido por el consulado de los Estados
Unidos en Bengasi. En cualquier caso, en Libia las espadas
están en alto.
Haya salud.
Visto.
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