Es cierto que el mundo no fue
hecho en el tiempo, sino con el tiempo y, con ello, para
diversas épocas; pero las alarmas actuales son tan acusadas,
que tampoco conviene perder estación en ese hacer otro mundo
más de todos y, por ende, más habitable. No podemos seguir
engañándonos unos a otros. El hombre razonable piensa en
esto e intenta buscar respiros para toda la humanidad. No se
trata de que vivan únicamente los seres privilegiados, las
prioridades han de ser precisamente todo lo contrario.
Europa hoy tiene una clara obligación de auxiliar a quienes
buscan protección. Mirar para otro lado representa una
amenaza a las bases del sistema humanitario que los europeos
lucharon por construir para toda la ciudadanía.
Naturalmente, cada Estado tiene la responsabilidad de
proteger el bienestar de su población y ésta incluye la
soberanía fiscal, que no debe ser subordinada a actores
externos, pero la solidaridad es un abecedario perfecto que
ha de tomar vida en todo gobierno que se preste de
europeísta. No se trata de ser caritativos, que sería
humillante, sino de ser personas solidarias, lo que implica
respeto por la ciudadanía y fraternización, términos clave
en la esperanzada Europa de los pueblos.
Hagamos meditación histórica. En el proyecto de los
artífices de esta vieja Europa, que sin duda ahora hemos de
reconstruirla entre todos cada día, siempre estuvo ese
espíritu de concordia, de servicio mutuo, de ayuda
incondicional en favor de la libertad y la dignidad humana,
sin otra frontera que la unión por principio. Eran
conscientes de que las contiendas se alientan desde la
indiferencia y de que las guerras se alimentan de las
divisiones de unos y otros por los intentos de apropiarse de
espacios y poderes, que nos llevan al retroceso humano. Por
eso, cuesta entender que, bajo estas bases de solidaridad
democrática, el continente europeísta no apueste por más
unidad y más apertura, ante los desafíos de un mundo
globalizado. Me parece fundamental, pues, que la
responsabilidad ciudadana madure y pueda colaborar, mediante
referéndum o cualquier otro tipo de acciones participativas,
lejos de una cultura de conflicto. Esta estética ciudadana,
que busca la armonía democrática en sus relaciones,
respetando la justicia siempre, es la que hay que propiciar
desde las instituciones. Por desgracia, cuánto dolor y
cuánto sufrimiento se produce todavía en este Continente,
que anhela la paz, pero que retorna a las tentaciones de la
apatía, la desgana, y el desprecio de otro tiempo.
En todo caso, la Europa de las diversas velocidades, no es
la Europa que han querido construir sus fundadores. A mi
juicio, ante este cúmulo de desajustes y desconciertos, el
continente ha de reaccionar con otro espíritu más valiente,
para hacer frente con la vitalidad y la energía del pasado,
a los muchos problemas actuales. Unidos, nada se nos puede
resistir. El mundo de los emprendedores siempre ha partido
de este viejo Continente, el que ahora parece estar cansado
y, lo que es aún peor, sin nervio; para poder reiniciar una
apuesta contundente, en vista a que la ciudadanía pueda ser
auténticamente solidaria y libre. Ya está bien de herirnos,
de derrotarnos como ciudadanos, de sentirnos asediados por
el pesimismo, es hora de hacer frente a las muchas
oportunidades que se nos presentan, a través de una Europa
mucho más dialogante, que escucha a los más vulnerables, y
que sabe tender puentes de entendimiento. El compromiso,
evidentemente, ha de ser común, comenzando por la acogida de
los emigrantes, y apelando a la solidaridad con países que
lo estén pasando mal, acogiendo con beneplácito cualquier
decisión democrática que se tome.
Hoy Grecia lo está pasando mal, debido en gran parte al
colapso financiero de 2007-08, del cual no fue responsable
la nación helena, mañana puede ser otra nación; de ahí, la
necesidad de reflexionar sobre la solidaridad, ya no como
simple asistencia con respecto a lo más necesitados, sino
como conciencia global de algo que no funciona, y como tal
hay que buscar caminos, entre todos, para corregir o
reformar lo que ha dejado de ser efectivo. No se trata de
dar limosnas sociales, la ciudadanía pide dignidad, como es
propio de un estado social, democrático y de Derecho. Por
consiguiente, Europa debe volver a sus raíces de unidad y de
ciudadanía, con una visión mucho más ética de las
instituciones, de sus actividades y de las propias
relaciones humanas, sin temor a nada, sabiendo que el valor
del ser humano es lo verdaderamente prioritario. No
obviemos, en consecuencia, que la ciudadanía de la Unión se
crea, precisamente, para reforzar y potenciar esa identidad
europeísta (solidaria), haciendo que los ciudadanos
(solidariamente) participen más estrechamente en el proceso
de la integración comunitaria.
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