El refranero popular de la lengua
castellana es muy expresivo, talentoso e ingenioso. Siendo
una gran parte sentencias, al ser tan verdad las respuestas
y justificaciones dadas, como que me pusieron de nombre
José, no Pepe, porque Pepe es hijo putativo de José, y
servidor no es ‘hijo putativo’ de José ni de nadie. Pero, en
fin, aquellos cercanos que me quieran llamar así, se lo
admito, al no hacerlo de forma despectiva sino todo lo
contrario.
No siempre estoy de acuerdo con dichos populares o refranes,
como por ejemplo: “del cerdo me gustan hasta los andares”.
Porque en una caseta de feria de Algeciras, un grupo de
féminas tras un repiqueteo de palmas, al finalizar la
segunda parte de un baile por sevillanas. Oí decirle una
mendas a las otras, con mucho retintín: “Esa gachí es como
un cochino blanco cebao”. Provocando que, una se tirara al
suelo ‘meá’ de risa, llenándose el traje de faralaes de
polvo, no como el del Camino, sino con el de la tarima de la
pista de bailes, porque el cachondeo que se formó fue
impresionante, teniendo la orquesta que hacer una pausa.
Porque hasta al vocalista se le saltaron las lágrimas, con
esa gracia que contagió a gran parte de los allí presentes,
menos a mí.
Pero, sin embargo, a pesar del revuelo formado, la zaherida
no se enteró de nada, como le suele ocurrir a las cornudas o
cornudos de turno, hasta que alguien los pone al corriente
de sus manifiestas ornamentaciones invisibles. Porque ella
iba a lo suyo con el clavel rojo chillón desteñido, que
adquiriría no en la mercería tradicional de su barrio, sino
en una tienda de los chinos. Pero para más inri, lo llevaba
colocado de aquella manera en forma de boñiga, como si se le
hubiera cagado encima de la chorla, una vaca retinta de
leche estreñida y recién parida.
Pero esas improntas, no eran solamente lo que les llamaba la
atención de la burlada, a pesar de dársela de culta y
finolis. Porque dejaba sus señas de identidad por donde
rondaba, con el traje con más remiendos que unas bragas de
ganchillos, y con más arrugas que los pantalones de
‘Estropajito’. Calzando, además, unos taconazos con
plataformas, como las de las refinerías petroleras en alta
mar, sin haberle quitado la etiqueta de la suelas.
Balanceándose, de un lado para otro, como los ferris con
temporal de Levante por el Estrecho, en sus travesías desde
Algeciras a Ceuta. Secándose los churretes de rímel y
sudores con el puño. Enfangándose la cara, como los cochinos
revolcándose en el barro.
¡Uf!, cómo se las gastan las lenguas de doble filo
viperinas. Porque la criticada, en el descanso, tras ‘romper
aguas’ guardando rigurosamente la cola, se puso a reponer
fuerzas, metiéndose entre pecho y espalda, un bocata mixto
de pan duro con salchichas (perritos calientes) con mahonesa,
y calamares fritos con no sé qué clase de aceite. Sabiéndole
a gloria bendita, porque ni balaba entre bocado y bocado.
Tragándose las ‘butifarras’ hasta dobladas.
Pero para golpe, el de Pepa, la Canastera, que se encontraba
sentada en una mesa contigua a la mofada. Porque cuando
empezó a comerse una tortilla española, la sopló
huracanadamente. Exclamándole mi compadre, el Tío Pericón de
la ‘Cañá de los Tomates’: “¡Para qué la soplas!, Pepa, si no
quema”. Replicándole, la Canastera, con mucha guasa: “Ya lo
sé, Pericón, es para quitarle el ‘porvo’, porque esta
tortilla no está recién hecha, al ser de las que le sobraron
a los del bar, en la pasada Feria de Abril de Sevilla”.
En fin, de algo tengo que escribir, a pesar de no tener
ganitas de hacerlo. Pero en la mañana del viernes de feria
de Algeciras (26 de junio), me puse a crear esta tribuna,
antes de irme a hacer footing a la playa. Y lo hice al son,
no de la música enlatada de los saraos cañeros y otros
eventos festeros. Sino escuchando la banda sonora de mi
música preferida, que me transporta hasta el más allá de los
sentidos. Llamándome la atención, en ese amanecer, en vez de
los románticos poemas diarios que me desayuno, un par de
refranes que leí: “el cerdo siempre busca el barro” y “a
todo cerdo le llega su San Martín”. Porque jamás ‘le echo
flores a los cerdos’. Pero a cierta edad hay que cuidarse,
porque los kilos se cogen con facilidad y después es
complicado perderlos, salvo haciendo dietas como la del
cucurucho (comer poco y joder mucho).
Pero como la jodienda en sus variadas facetas, dicen que no
tiene enmienda. Los de cierta edad, tenemos recomendado por
el médico de cabecera de la Seguridad Social, que lo hagamos
con moderación y sin pillar sofocos e irritaciones, para que
la ‘papa’ (corazón) no nos pegue un susto. Porque el que no
padece diabetes es hipertenso, sufre reuma en la lengua,
tiene la gota o un chaparrón. Debiéndose evitar consumir
magra de ‘cerdo’, para no padecer el colesterol contagioso
de los ‘hijos putativos marranos’.
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