No es la primera vez que escojo
este titular o al menos parecido y desde luego con las
mismas intenciones. Y me remito a este medio en su
contraportada de hace ya unos cuantos años, en la que me
interrogaba abiertamente sobre ese “terrorismo islamista del
que tan poco sabemos, no nos engañemos”.
Hoy, con los cuerpos aun calientes
de las víctimas del yihaterrorismo en las playas de Túnez,
Francia y Kuwait, además de la matanza de Kobani, mis dudas
cartesianas siguen vigentes: si por un lado y objetivamente
el terrorismo de matriz islamita (yihadista le llaman con
cierto pudor) es un hecho empírico también, como oportuno
comodín, este modelo de terrorismo (también llamado
“global”) es fácil y oportunamente manipulable. Sometidos
desde todos los ángulos a una formidable ceremonia de la
confusión, adobada con hábiles maniobras de intoxicación
enroscadas en una sarta de mentiras goebbelianas que se
repiten como un mantra, la lucha antiterrorista contra el
nuevo enemigo nace tras la masacre de los atentados del 11-S
en Nueva York (septiembre de 2001). Tras los mismos, la
“lucha contra el terror” (sic) se convierte en axioma, es
decir partiendo de unas proposiciones que se consideran
“evidentes” y se aceptan sin requerir exhaustivas y
concluyentes demostraciones previas.
Tengo más detalles en mis
cuadernos de campo: por ejemplo, los atentados de Casablanca
(16 de mayo de 2003) generaron condiciones sine qua non para
los atentados de Atocha (11 de marzo de 2004). Es decir, los
confusos atentados en la capital económica de Marruecos
ofrecieron la cobertura discursiva necesaria para los no
menos atentados confusos en la capital de España,
posiblemente aliñados (al menos por pasiva) con salsa de
perejil.
Y si del pasado saltamos al
presente, la génesis, evolución e implantación del
autoproclamado Califato del Estado Islámico (EI) en Irak y
Siria, amén de obedecer a razones estrictamente endógenas
del caótico mundo árabe responde, en su explicación
geoestratégica, a una moderna versión del “Gran Juego” (The
Great Game), que podemos rastrear en la región desde la
guerra ruso-persa de 1813, pasando por la colonia británica
de la India y la Guerra Fría, con los conflictos de
Afganistán en sus diferentes fases (soviética primero,
occidental después). Enlazando con los últimos atentados, la
reciente infiltración del jueves 25 de las bandas
terroristas takfiris del EI en el enclave kurdo sirio de
Kobani, masacrando a más de 150 personas, solo pudo ser
posible si no con la colaboración si con la vista gorda de
la Turquía del islamista Erdogán, como han reconocido
fuentes de la propia oposición turca. De hecho, el gobierno
de Ankara ha sido clave en el pasado para facilitar apoyo
logístíco a los milicianos terroristas del Estado Islámico
(EI). Todavía el pasado 18 de junio, medios turcos citando
fuentes de la fiscalía de la provincia de Adana (Turquía)
advertían que la Inteligencia turca (MIT) estaba implicada
en el sistemático envío de armas y municiones, a veces
ocultas entre cajas de medicamentos y ayuda humanitaria, a
la llamada “oposición siria” a sabiendas de que acababa en
manos de las bandas de EI, como ya denunció con imágenes y
entre otros medios el periódico turco “Cumhuriyet”
(República).
El yihaterrorismo o terrorismo
islamista no tiene, por sí solo, fuerza ni capacidad
suficiente para desestabilizar, primero Oriente Medio y
desde luego Occidente. Estado Islámico (EI) y la hidra
yihaterrorista no son, militarmente, enemigos preocupantes.
Por lo demás, diferentes grupos y grupúsculos actúan, cada
vez más, como meras franquicias.
Dos observaciones sobre la marcha:
primera, detrás de los movimientos yihaterroristas, sin duda
coordinados, desde el Sahel a Siria e Irak, se esconde una
oscura y fría mentalidad estratégica. Segundo: si el Estado
Islámico (EI) sigue militarmente operativo, es porque
interesa. ¿A quién o quiénes...? Ese sería otro asunto de
particular enjundia.
Retomando nuestro inestable flanco
sur, nos encontramos en el área magrebí con una nueva y
preocupante situación acentuada desde la imprudente (¿o
calculada?) y decisiva participación de Occidente en el
derrocamiento de Gadafi (parecido guión en Siria con Assad,
pero ésta vez no funcionó por la implicación rusa). Con
Argelia cerrada sobre sí misma, Túnez acosada y Marruecos
echado en brazos de los países del Golfo y sus intereses
regionales, la Unión del Magreb (lo de “Árabe” es un
espejismo) hace aguas por los cuatro costados. A primera
vista parece que solo Marruecos estaría resistiendo el
envite del terrorismo yihadista, a cambio desde luego de
cerrar los ojos ante la progresiva e implacable islamización
radical del país que, en cierto modo y solo por el momento,
funcionaría como un peculiar “cortafuegos”. ¿Pero por cuánto
tiempo....?
En sus recientes declaraciones a
Jeune Afrique (nº 2841, de 21 de junio), semanario
internacional presuntamente independiente (habría que ver su
financiación y no les digo más), el ministro marroquí de
Interior, Mohamed Assad, asegura en una amplia entrevista
concedida a Francois Soudan como “nosotros hemos vencido al
terrorismo”. Sin duda los éxitos son notorios, ¿pero no
estará el ministro Hassad vendiendo la piel del oso antes de
cazarla...? Porque sobre el terreno esa es mi impresión. Por
lo demás los datos que aporta Hassad están a la baja y él lo
sabe. Después de reconocer lo obvio y es que, no solo
Marruecos, sufre “un contexto marcado por la proliferación
del radicalismo” (pág. 48), Hassad tiene el coraje de
denunciar algo a mi juicio gravísimo no solo para los
intereses generales del Magreb sino también de Europa:
“Estamos a nivel cero en cooperación securitaria con
Argelia”. En cuanto a Marruecos, el ministro de Interior del
gobierno Benkirán (PJD) reconoce que “Desde 2013 hemos
desmantelado 27 células yihadistas, 14 en 2014 y 8 entre
enero y mayo de este año”, asumiendo que al menos 286
marroquíes habrían muerto combatiendo en las filas del
Estado Islámico (EI).
Haya Salud. Visto.
|