En política, una de las claves
para ganar en el terreno de la batalla ideológica es
conseguir marcar el debate político, lograr que se hable de
lo que a ti te conviene que se hable. No es casual que
durante tanto tiempo Venezuela haya ocupado portadas de
periódicos españoles y horas y horas de televisión nacional.
A Felipe González y a José María Aznar no les interesan las
violaciones de Derechos Humanos en Marruecos ni las atroces
salvajadas con rango de ley que imperan en países como
Arabia Saudí. No conocemos el nombre del Presidente de
nuestra vecina Portugal, pero sabemos hasta lo que desayuna
Nicolás Maduro.
En los últimos días, Venezuela importa un poco menos. Con la
conformación de ayuntamientos del cambio en nuestro país, el
adversario ha asumido un objetivo: crear polémicas
artificiales e infladas para desprestigiar a los nuevos
representantes electos. Lo que está pasando en Madrid es
paradigmático. Ni dos días de ventaja le han dado al equipo
de Manuela Carmena, cuyo primer Concejal de Cultura,
Guillermo Zapata, ha tenido que dejar dicho cargo por la
publicación en twitter de chistes de dudoso gusto en 2011.
En la España de la corrupción, el saqueo, las tramas
mafiosas, los plasmas, las mentiras y las políticas
antisociales, los concejales de Ahora Madrid tienen que
dimitir por haber metido la pata en una red social hace
cuatro años, cuando ni siquiera eran cargos públicos. No
basta con pedir disculpas. Eso sólo sirve si te vas a matar
elefantes a Botswana.
Ahora, a quien se le pide la dimisión es a Rita Maestre,
portavoz del Gabinete de Carmena. Como ha escrito el
periodista Javier Gallego: “Era muy ingenuo pensar que la
dimisión de Zapata amansaría a las fieras. Los tiburones, al
olor de la sangre, se excitan”. Resulta obvio que los
poderes fácticos han hecho los deberes y, a día de hoy,
tienen un dossier completo sobre la vida y obra de cada
“subversivo”, con detalles que abarcan desde el petazetas
robado al kiosco en tercer curso hasta las multas por
aparcar en doble fila, pasando por algún novillo de
adolescencia.
Algunos dirán que lo de Maestre es grave. Al fin y al cabo,
existe una imputación. Sí, una imputación por haber
participado en una protesta estudiantil por la laicidad de
la Universidad Pública y en contra del tratamiento machista
de la Iglesia Católica hacia las mujeres. Quienes dicen que
“una imputación es una imputación” sólo pueden estar
obedeciendo a intereses partidistas y mezquinos, amén de
defender una visión dogmática y totalitaria del derecho y la
democracia. No, no todas las imputaciones son iguales y, por
tanto, no todas las imputaciones merecen la misma
consideración moral, que es lo que debería valorarse a la
hora de exigir dimisiones. Nadie en su sano juicio puede
defender la irrelevancia del motivo de una imputación. Nadie
en su sano juicio puede defender que, a efectos de asumir
responsabilidades políticas, sea lo mismo estar imputado por
robar al resto de ciudadanos que estarlo por participar en
una protesta, independientemente de la opinión moral que
cada uno pueda tener acerca de las formas de dicho acto: que
a usted le moleste que hace algunos años unos activistas
interrumpieran una misa es legítimo. Que usted pretenda
exigir que una persona dimita porque hace algunos años
interrumpió una misa es otra cosa.
Rita Maestre no tiene nada de lo que avergonzarse. Más al
contrario, merece admiración, pues pudiendo ir a lo suyo
decidió dar la cara por una causa justa por la que acabó
siendo imputada, del mismo modo que muchos demócratas
pasaron por las cárceles para que hoy podamos disfrutar de
los derechos que, aquellos que atacan a Rita, nos reducen
diariamente. Mientras que, probablemente, los jóvenes de las
Nuevas Generaciones del Partido Popular jamás hayan tenido
problemas de este tipo porque los derechos colectivos suelen
importarles un bledo, las biografías políticas de los nuevos
concejales de ayuntamientos como los de Madrid, Barcelona,
Cádiz o Zaragoza están marcadas por el compromiso y la
militancia. No es sólo que Rita Maestre no deba dimitir; es
que Rita Maestre es un ejemplo de ciudadanía.
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