El presidente de la Ciudad, Juan
Vivas, comprometió ayer su “trabajo y dedicación” al
servicio de “la voluntad de diálogo, acuerdo y consenso con
toda la Corporación para, conscientes de las necesidades y
problemas de Ceuta”. Sin embargo, esta legislatura estará
marcada, más que por consecución acuerdos, en saber convivir
en condiciones de profundo y persistente desacuerdo.
En este sentido, los desacuerdos
son más conservadores que los acuerdos; cuanto más
polarizada está una sociedad menos capaz es de
transformarse. Ser fiel a los propios principios es una
conducta admirable, pero defenderlos sin flexibilidad es
condenarse al estancamiento. Si los acuerdos son importantes
es porque los costes del no acuerdo son muy elevados, sobre
todo en una ciudad como Ceuta cuyos serios problemas van a
peor cuando se los abandona a la inercia.
Generalmente no solemos conseguir
todo lo que nos proponemos, en el plano personal o
colectivo, aquello que está en el primer lugar de la lista
de nuestras prioridades. Las circunstancias nos obligan a
darnos por satisfechos con mucho menos. Deberíamos valorar a
las personas (o a los partidos, sindicatos e instituciones)
no por sus ideales sino por sus compromisos, es decir, por
lo que estamos dispuestos a aceptar como suficiente, por
nuestra segunda mejor opción. Nuestros ideales dicen algo
acerca de lo que queremos ser, pero nuestros compromisos
revelan quiénes somos.
Levi Eshkol, un antiguo primer
ministro israelí, era un político incansable a la hora de
buscar un acuerdo. Se decía de él que era tan partidario del
compromiso que, cuando se le preguntaba si quería té o café,
contestaba: “mitad y mitad”. A veces el deseo de encontrar
un compromiso puede ocultarnos el hecho, tan propio de
nuestra condición política, de que hay que elegir entre
bienes que no son del todo compatibles, que el acuerdo no
siempre es posible y que muchas veces resulta necesario
optar o decidir.
Por ello, durante la legislatura
que comienza sería conveniente economizar el desacuerdo, no
exagerarlo, defender las propias posiciones de un modo que
no necesariamente implique rechazar las posiciones
diferentes. En asuntos esenciales para el futuro de Ceuta
los acuerdos son muy importantes y vale la pena invertir en
ellos los mejores esfuerzos.
Suponer las peores intenciones en
quienes se nos oponen puede ser a veces psicológicamente
gratificante, pero erosiona las bases del respeto mutuo que
es necesario para construir compromisos en el futuro.
Como siempre, la democracia
es un equilibrio entre acuerdo y desacuerdo, entre
desconfianza y respeto, entre cooperación y competencia,
entre principios y circunstancias. Esperemos que nuestros
políticos sepan distinguir correctamente en cada caso entre
aquello en lo que deben ponerse de acuerdo y aquello en lo
que pueden e incluso deben mantener el desacuerdo.
|