La mundialización más que un
proceso económico, tecnológico o de comunicación, también es
una nueva mentalidad de conciencia unitaria, que no
uniforme, lo que ha de comprometernos a ser tolerantes y
solidarios. Sin embargo, cada día vemos más seres humanos
con delirios de superioridad, dispuestos a desdibujar
cualquier vínculo humano y a no escatimar momento para
sembrar ideas perversas, de menosprecio hacia nuestro propio
análogo. Personalmente no me gustan las ideologías y menos
las que nos hacen perder hasta el sentido común. Pienso,
además, que cuando una persona se hace sectaria es que ha
perdido hasta su propia identidad. Ahí está la ideología de
género poniendo en discusión interesada y absurda, en la
mayoría de las veces, la complementariedad entre mujer y
hombre. Evidentemente, no se trata de contraponer, ni de
subordinar vida alguna, los seres humanos somos como somos,
y todos hemos de tener igual dignidad.
Al parecer, la honestidad de la
vida humana no estaba prevista en los planes de vida actual,
porque hay tantos sistemas sociales, políticos y económicos,
que en lugar de dignificar a la persona se valen de ella.
Por desgracia, el miedo es muchas veces superior al nivel de
la decencia. La concepción economicista de esta sociedad
aborregada suele hacer prevalecer el beneficio egoísta más
allá de los parámetros de la justicia social. Por tanto,
cuidado con los doctrinarios, suelen ser gente ensuciada por
la soberbia, poco transparente, y con modos dominantes en
sus hechos. En consecuencia, partiendo de que los ideólogos
suelen falsificarlo todo, debemos ser conscientes de que
nuestros pensamientos se convierten en palabras, y como
tales, han de nacer libremente, para que cuando se
transformen en acciones, no tengan una actitud rígida, sino
compasiva. Incumbe a todos, a cada uno de nosotros, aceptar
nuestra interdependencia y, de esta manera, activar nuestras
bondades, tanto las éticas como las estéticas, para tomar la
orientación debida que nos permita cuando menos convivir a
pesar de nuestras diferencias.
Naturalmente debemos permanecer
siempre atentos a cualquier factor de intransigencia. Las
ideologías extremistas, las tensiones comunitarias y la
discriminación de las minorías, se han convertido en algo
usual que soportamos con cierto aguante y resignación,
obviando que detrás de todo ello se alberga un odio tremendo
convertido en ideología, cuyo postulado cardinal es la
tendencia humana a falsear la realidad en función de los
intereses del grupo. Cualquiera que disienta pasa a ser un
problema, pues va contra el dogma de la verdad categórica
que proclama el ideólogo. Ciertamente, nos domina la mentira
permanente, la inseguridad y la escasez de recursos
dificultan hasta el mismo reparto de asistencia humanitaria.
La estampa cruel, de que miles de emigrantes continúen
siendo rescatados en el Mediterráneo camino de Europa, nos
deja sin palabras, pero todos hacemos bien poco por
evitarlo. Quizás el problema es que hoy, apenas nos dejan
ver, ni tener tiempo para meditar. La reflexión no es
incentivo del sistema.
Sin duda, malgastamos
energías en cuestiones inútiles. Por otra parte, las
ideologías están más preocupadas (y ocupadas) en defender su
poder y sus privilegios que en interesarse por la
ciudadanía. ¿Por qué hay aún gente que sigue pasando hambre,
mientras otros derrochan recursos, sin importarle la
carencia de otros? La mezquindad, el fanatismo, la ambición
de poder son motivos que alientan el espíritu guerrero;
alimentando, en ocasiones, una desvergonzada ideología que
todo lo justifica a su antojo. Eso sí, se les reconoce a
poco que ahondemos en sus hechos, que son unos auténticos
especuladores, aunque para ello aviven los desencuentros,
impulsen el terror, pero su corazón está tan corrupto que
han perdido hasta la capacidad de sentir por los demás.
Desde luego, no hay nada que desespere tanto a nuestras
habitaciones interiores como verse no asistido en nuestros
sentimientos. Al fin y al cabo, creo que nos deshonran
tantas estupideces ideológicas, que aparte de atemorizarnos,
nos dejan sin nervio, o lo que es lo mismo, sin espíritu. Y
ya se sabe, un alma desorganizada y sin deseo de
reencontrarse consigo misma; carga en su permanente
tropiezo, también su propia condena.
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