Confieso que la vida me fascina y,
sobre todo, el sueño de vivir, de hallarse y de celebrar el
disfrute del tiempo, tanto del vivido como del tiempo que
nos queda por vivir, hasta alcanzar a vislumbrar que todo
tiene su grandeza y también sus miserias. De ahí que la
máxima prioridad de la especie humana, apreciando que una
ilusión junto a otras visiones se convierte en realidad, ha
de ser la autenticidad del amor, o sea un crecimiento más
del espíritu que de la materia, y así, de este modo,
concentrar menos venganzas y más reconciliaciones para que
el orbe subsista armónicamente ante el cúmulo de
discordancias que nos invaden. Para Nelson Mandela, como
para cualquier ciudadano de amplitud de miras, su ideal más
querido es el de una sociedad libre y democrática en la que
todos podamos vivir en armonía y con iguales posibilidades.
Evidentemente, el mundo tiene que fraternizarse, y lo que
ahora puede parecer una quimera, será la gran conquista de
la humanidad. Claro está, tendremos que despojarnos de la
mentira, luchar contra las injusticias, liberarnos de
ataduras que nos aniquilan, desandar caminos competitivos,
reflexionar -en definitiva- más interiormente para poder
amparar toda existencia por minúscula que nos parezca. Para
ello, hemos de poner todo nuestro intelecto en ser
servidores y jamás dueños de nadie, en ser ciudadanos
dispuestos a abrazar la verdad y en sembrar de sonrisas
nuestro camino, que la paz va con uno y no hay que buscarla
por fuera.
Ya sabemos que no habrá sosiego
mientras perduren nuestras desventuradas hazañas, como son
las opresiones de los pueblos, las inmoralidades y los
desequilibrios económicos, la intolerancia y la
discriminación, el caos y el desorden. Tampoco se trata de
legislar más para reducir los riesgos, sino de legislar con
otros horizontes, quizás los de la universalidad natural,
para mejorar su cumplimiento. Las finanzas no pueden dirigir
nuestras vidas como vienen haciéndolo. Tenemos que construir
otra tierra, donde el mercado sirva al ser humano, y no
viceversa. Al final, todo hemos de centrarlo en la persona
como conjunto, como sueño, teniendo en cuenta que nada
sucede a menos que primero sea un deseo. Y la gran
aspiración de este linaje, en el momento actual, ha de ser
menos palabras y más hechos, o si quieren, más concreción y
menos abstracciones. Esta realidad de trabajar todos para
todos hay que entenderla bien. El ciudadano, por ende, ha de
poner más entusiasmo en las acciones que en los dichos.
Quien ama nada se le resiste y hasta los sueños dejan de ser
sueños. Es un poco el protocolo del instinto natural: tenía
hambre y me has dado de comer, sin importarte nada.
Considérese, pues, que al ser humano sólo le puede salvar su
análogo. No somos islas, y la verdadera donación no puede
aislarse en unos pocos, porque si se encierra no es amor, y
al final acabará buscando su propio provecho o el interés de
unos pocos.
Bajo este pensamiento de lo global
hemos de encauzar nuestra propia existencia. Hace tiempo que
lo vengo reivindicando en sucesivos artículos y no cesaré de
hacerlo, porque esta vida es de todos y de nadie en
particular. Únicamente podremos hallar soluciones adecuadas
si actuamos unidos y acordes. Existe, por tanto, un notorio,
definitivo e inaplazable imperativo ético de pasar de las
palabras a los hechos. En este sentido, es por ejemplo, un
gesto de avance que Italia haya sido designada como país
anfitrión de las celebraciones globales del Día Mundial del
Medio Ambiente (5 de junio) en un anuncio hecho público de
forma conjunta por el gobierno italiano y el programa de las
Naciones Unidas para el Medio Ambiente. Igualmente resulta
significativo que dicha jornada avive el uso eficiente de
los recursos y la producción, así como un consumo sostenible
en el contexto de la capacidad regeneradora del planeta, tal
y como capta el eslogan, por cierto elegido por la comunidad
mundial a través de sus votos en las redes sociales,
refrendando de esta manera el carácter planetario de dicha
onomástica: “Siete mil millones de sueños. Un solo planeta.
Consume con moderación”. Está visto que, mientras hay vida,
siempre está la esperanza de no desistir de los sueños.
Quizás deberíamos permanecer más atentos a este tipo de
señales, puesto que son estas conmemoraciones, donde aparte
de subrayar la posibilidad de trabajar unidos, lo que hace
que la vida se muestre interesante. Téngase en cuenta,
además, que así como una jornada bien empleada genera un
dulce sueño, también una existencia moderada, entregada al
bien común, de igual forma causa una dulce muerte. Sólo hay
que mirar y verlo que así es.
Naturalmente, cualquiera que
conserve la capacidad de ver la belleza como parte de sí
jamás se entristece y camina con la fuerza de la juventud,
deseoso de hacer camino sobre la propia existencia. Es
verdad que, en nuestros días, el ciudadano admirado por sus
propios descubrimientos, se endiosa pero, a la vez, también
se angustia sobre la evolución del mundo. Muchas veces
camina como perdido y llega a no reconocerse y rechazarse.
Otras veces recapacita, y esto es bueno, sobre el sentido de
sus esfuerzos individuales y colectivos, sobre el destino
último de las cosas y de la humanidad, e intenta abrir
nuevos sueños poniéndose a disposición de la ciudadanía. Tal
vez tengamos que renovarnos como sociedad, como familia
humana, juzgando menos y donándonos más. Al fin y al cabo,
nuestro dinamismo creativo es nuestro principal anhelo, pero
no podemos caer en contradicción. Activar la coherencia con
nuestra voluntad ha de ser prioritario. De lo contrario,
seguiremos reivindicando de palabra la libertad, mientras la
realidad será otra, y seremos más esclavos que nunca, tanto
social como psicológicamente. Lo mismo sucede con el poder,
en lugar de estar al servicio de toda la humanidad,
conviviremos con otras situaciones que amenazan con
destruirlo todo. Esta es la gran inquietud que debe hacernos
recapacitar, al menos para optimizar nuestras actitudes,
nuestro espíritu de concordia, nuestro vinculo de familia
fraterna.
Indudablemente, el curso de los
acontecimientos a veces nos deja sin palabras. Sin duda, el
espíritu técnico nos aproxima más unos a otros, también el
espíritu científico nos ayuda a vivir más y mejor, pero hace
falta otro espíritu, el humano, para que nos transformemos
en ciudadanos compasivos, en individuos con sentido de
estirpe, en pobladores solidarios más allá de las buenas
intenciones. Necesitamos socializarnos desde la fraternidad.
O si lo prefieren desde el amor más profundo. Esta es la
clave y ha de ser nuestra nueva mentalidad, nuestro renovado
espíritu crítico, lo cual hace que el ser humano tenga un
sentido más vivo de pertenencia al linaje. Por consiguiente,
ha de afianzarse la convicción de que los seres humanos nos
pertenecemos unos a otros y, en consecuencia, hemos de
perfeccionar el dominio sobre las cosas que nos circundan.
No olvidemos que todos tenemos capacidad de discernimiento
para dirigir correctamente las fuerzas hacia una comunidad
universal, que se alimente del amor, o bien optar por
aplastarnos con poderes que no dejan ni interrogarnos, y que
en absoluto van a respetarnos como habitantes. Por ello hay
que insistir sobre todo en que las culturas han de
armonizarse, lejos de cualquier poder político o económico,
con el único referente de que los sueños son posibles y de
que la vida es una permanente sorpresa de que vivo para los
demás y no para mí. Con razón una vida no ofrecida tampoco
merece continuidad alguna. Eso me parece a mí. Que cada
lector responda para sí.
|