Granada es de esas ciudades que se hacen querer. Siempre
vuelves. Y si te une a ella un vínculo familiar, entonces,
la llamada se hace irresistible. Y, además, si has vivido en
ella durante algunos periodos de tu vida y has recorrido sus
viejas calles y has montado en aquellos deliciosos y
románticos tranvías, que, desde el Triunfo, recorrían casi
toda la ciudad, y algunos llegaban hasta algunos pueblos
situados fuera de ella, e incluso hasta los aledaños de la
Sierra, entonces, volver a Granada es destapar el frasco de
la esencia de los recuerdos. ¡Cómo no recordar aquel último
tranvía que partiendo desde el Triunfo y pasando por San
Juan de Dios, por la mismísima puerta de la iglesia del
Perpetuo Socorro y por la Plaza de la Trinidad llegaba hasta
la calle Alhóndiga! Y qué decir del sabor de aquellas
callejuelas a tiro de piedra de la Gran Vía como la calle
Silencio, las Cocheras de Sta. Paula, Mano de Hierro, Niños
Luchando, Marqués de Falces y otras; y aquel Paseo de los
Tristes, al final de la Carrera del Darro, del que partía el
polvoriento paseo de los Chinos, que se empinaba hasta la
Alhambra. En fin, ya pocos recuerdan aquella plaza de toros
instalada en el Triunfo, en lo que es hoy una hermosa fuente
multicolor. Por supuesto, no es preciso recordar la Alhambra,
el Generalife, la Plaza Bib Rambla y/o el Realejo.
Para quien la ha conocido en su época provinciana, volver a
Granada, insisto, es volver a echarse en brazos de la dulce
melancolía. Y si además se tiene la suerte de encontrar a un
personaje como Chaster Poyaster, que aunque metido en edad
tiene las ideas claras y los recuerdos aún más, miel sobre
hojuelas. En Granada, la calle San Juan de Dios actúa
conmigo tal y como se comporta un imán respecto de unas
limaduras de hierro: me atrae sin remisión. Es una calle
luminosa, con numerosos comercios de todo tipo, ajetreada y
que sirve de paso para quienes van o vienen hacia el
Triunfo, la Facultad de Derecho, la de Sociología o, más
abajo, el carril del Picón. En fin, es una arteria clave en
el discurrir de la vida granadina. Pues bien, ahí en San
Juan de Dios, tal como se viene del Triunfo, por la acera de
la izquierda, enfrente del Hospital de San Juan de Dios,
haciendo esquina con la calle Mano de Hierro, se halla “Los
girasoles”. Es casa de comida, bar y cafetería al mismo
tiempo. Su comida casera es difícil de olvidar. Pues, sí,
fue en el mostrador de “Los girasoles” en donde trabé
contacto con el citado Chaster Poyaster, ese era su nombre,
según él. Un tipo también difícil de olvidar. En realidad,
apenas recuerdo cómo comenzó todo, tal vez fue porque andaba
yo buscando un lugar en el mostrador para acomodarme, y él,
amablemente, me hizo un hueco, echándose a un lado. De un
primer vistazo, reparé que era un tipo curtido, con voz
trabajada por el tabaco y por el anís o por el coñac. De
estatura media, pelo escaso, ralo y cano. Sus ojos me
parecieron extremadamente burlones, ojos de haber visto todo
o casi todo, ojos en cuyo fondo se podía adivinar, tal vez,
cierta melancolía. Averiguar su edad no era sencillo, en una
primera impresión deduje que tendría alrededor de setenta y
muchos años. En su antebrazo izquierdo exhibía un tatuaje,
ya un tanto desvaído y descolorido. No pude adivinar qué era
aquello. Todo un personaje, a primera vista, que podía dar
mucho juego.
Después de unos prolegómenos de cortesía, pareció que tenía
ganas de compañía, ganas de hablar. Su timbre de voz me
resultaba un tanto particular, hablaba bien español, pero su
pronunciación denunciaba, muy sutilmente, una procedencia
ajena a España. En efecto, pude averiguar que había nacido
en la isla de Malta, eso dijo, en el año 1938, tenía, pues,
en aquel momento 75 años. Me pregunté ipso facto qué hacía
un tipo como aquel, a su edad, nacido en Malta, en Granada,
en España. Enseguida salí de dudas. Empezó a contar y no
paró.
Con 22 años había embarcado para Sicilia, los orígenes de su
familia eran sicilianos, en donde vivió en casa de una
parienta de su padre. Anduvo trabajando en lo que le salía,
y cuando se hartó de la isla volvió a embarcarse, esta vez,
para la península italiana. Allí pasó un par de años de una
ciudad a otra y cada vez iba más al norte de la citada
península, hasta que atravesó la frontera con Francia y allí
hizo de todo, o de casi todo. De un lado a otro de Francia
llegó hasta los Pirineos y los atravesó. Estuvo entre
Barcelona, Madrid y Granada más de año y medio. Alguien, en
Granada, le habló de la Legión en Ceuta. Y sin pensárselo
dos veces se vino para acá. Y se alistó en el Tercio Duque
de Alba, en la 4ª Bandera, en García Aldave. Aquí se casó
con una ceutí y tuvo dos hijas. Cuando le llegó la licencia,
decidió irse a vivir a Granada, ciudad que ya conocía. Y
allí, en Granada, está desde entonces. Su vida discurre
entre el paseo matinal, su café en “Los girasoles”, pegar la
hebra con algún vecino de mostrador y vuelta a casa. Se le
hace difícil salir por la tarde, aunque reconoce que su
mujer lo saca a empellones. Recuerda con cariño su pasado y,
sobre todo, su paso por la Legión. Tan solo ha vuelto una
vez a Malta, y se siente español por los cuatro costados.
Eso sí, una sombra recorre su cara y sus ojos cuando hace
alusión a estos tiempos tan “raros”, así los llama él. No
puedo acabar sin hacer alusión, también, a algo que me dijo,
y fue que había asistido alguna vez el 2 de enero a la Plaza
del Carmen, lugar en donde el Ayuntamiento granadino celebra
la ‘Toma de Granada’ por los Reyes Católicos. Hace ya mucho
tiempo que no va porque le entristece que haya individuos,
muchos de ellos “forasteros”, que se oponen a dicha
celebración. Nada le dije, entonces, que aquí en Ceuta
también los hay que se oponen a celebrar el 6º Centenario,
en 2015, de la conquista de la ciudad por los portugueses.
(PD/ Recuerde: faltan 12 semanas para celebrar el 6º
Centenario de la conquista de Ceuta por los portugueses: el
21 de agosto de 2015)
|