Como introducción podría valer que España es de izquierda,
aunque ocasionalmente vote a la derecha. Y vota a la derecha
cuando aparece un inútil, un incapaz, como Zapatero, que no
se dio cuenta a tiempo de que una crisis del copón se nos
venía encima. Salvo en casos como el citado, España vota a
la izquierda. También no es menos cierto que los errores de
gobierno, las corrupciones y el filibusterismo de los
políticos son menos tropelías cuando se refieren a la
izquierda; las tropelías de la derecha, en cambio, no
caducan, pero las de la izquierda se desvanecen en el
tiempo. Nadie las recuerda. La derecha carece del poder de
fascinar a las masas, al margen de sus votantes
tradicionales; la izquierda, las encandila, las atonta. La
izquierda se ve orlada por una aureola romántica; en cambio,
los políticos de la derecha parece que andan siempre
pidiendo perdón por eso, por ser de derecha; a la derecha se
le asigna un pesado lastre de golpista, capitalista y de
olor a cera y a incienso. Todos hemos oído a cualquier ‘don
nadie’ de izquierda decir a voz en cuello, “como sabéis, yo
soy de izquierda”; ¿ha oído usted, lector, decir a un
político de derecha algo parecido a “como ya sabéis yo soy
de derecha”. ¿Sí, lo ha oído? ¡Rápido!, envíeme su nombre
sin demora. La izquierda sabe vender sus logros, sus
conquistas por modestas que sean; la derecha, es incapaz,
poco hábil para que la ciudadanía le reconozca sus éxitos.
No sabe venderse. A la derecha se le niega el pan y la sal.
La izquierda tienen patente de corso: el alcalde de
Valladolid, León de la Riva, fue poco menos que fusilado al
amanecer por sus declaraciones sobre “los morritos de Pajín”,
sin embargo, el socialista López Aguilar, envuelto en un
probable delito de agresión a su esposa, ha caído en el
olvido. La izquierda, socialista y/o comunista, es taimada,
marrullera, ladina, sectaria, perversa por definición, con
los resabios del marxismo leninismo, a cuyos pechos se ha
criado y crecido. La derecha es crédula, confiada e ingenua
respecto de lo que le manifieste la izquierda, recuérdese el
traspaso de poderes que los socialistas de Zapatero le
hicieron a los populares en los comienzos de esta
legislatura: los engañaron como a chinos, y la derecha no
tuvo el coraje, el valor, de desenmascarar públicamente el
estado calamitoso y desastroso en que estaba recibiendo el
país. Por haber callado en aquel entonces, y no haber
mostrado a la ciudadanía el estado ruinoso de la España
zapateril, Rajoy perdió credibilidad apenas a los seis meses
de haberse hecho cargo de la gestión del país. “La confianza
mata”, dicen en los bajos fondos, y a fe que la ruina en que
estaba la España que recibió de Zapatero lo puso contra las
cuerdas, y ese lastre zapateril ha sido la causa, entre
otras, de que Rajoy esté bebiendo ese cáliz de hiel. No se
entiende cómo es posible que el tal Pedro Sánchez, líder del
PSOE, con el escándalo de corrupción más grande de la
democracia, recuérdense, los ERE, Invercaria, Cursos de
Formación, entre otros, en Andalucía, ande dando cuartos al
pregonero diciendo que no hará pactos con un partido de
corruptos como el PP. Hay que tener la cara como el cemento
armado, y, en el caso del tal Pedro Sánchez, picada de
viruelas. La izquierda es tan marrullera, innoble y
maniobrera que construye un relato espurio de la gestión del
PP, lo difunde sin pudor y, lo peor, el ciudadano pica el
anzuelo. La izquierda es maestra en el “Arte de la mentira
política”. En el caso del Partido Popular, hay un claro
rechazo a la ‘marca’; se ve el PP como un partido anticuado,
gastado, obsoleto, fuera del tiempo en que vivimos, un
partido en “blanco y negro”. Sin embargo, parece que la
izquierda no envejece, su discurso siempre es nuevo, o lo
parece, es atractivo en toda época y en todo lugar, no
importa que sus líderes pasen por ser unos botarates,
sectarios, ruines y/o antiespañoles. No importa, es la
izquierda y con eso basta. Pero, eso sí, cuando abandonan el
poder dejan el país como un erial, recuérdese a Zapatero y
sus sicarios. Se ha sacado con demasiada frecuencia a pasear
las palabras ‘racista’ y ‘xenófoba’ para adjudicárselas a la
derecha, en este caso al PP; por el contrario, la izquierda
se arroga el prurito de la defensa de los inmigrantes que
saltan las fronteras con toda impunidad, pero, eso sí, todos
ellos instalados en los barrios obreros y proletarios, pero
lejos de las viviendas nobles de los gerifaltes socialistas.
Por otro lado, los populares, con Rajoy a la cabeza,
insisten en haber obtenido una victoria en la elecciones
recientes, a pesar de haber perdido un par largo de millones
de votantes, por el mero hecho de haberle sacado al PSOE
apenas un modesto medio millón de votos. Es lo de siempre:
“conflicto entre la realidad y el discurso político”. Y en
esas están instalados los populares, a pesar de que la
realidad se ha vengado y le ha atizado de lo lindo en todo
lo alto. Sin embargo, Rajoy insiste en ‘sostenella y no
enmendalla’. “Una victoria incuestionable”, se atrevió a
decir el presidente del Gobierno. En otras palabras, ‘una
derrota victoriosa’. Tal vez ya no se trate de conectar aún
más con el ciudadano, de bajar a la calle y mezclarse con la
realidad, que circula por nuestras ciudades, de ser menos
estirados y más cercanos, o tal vez se trate de todo ello,
pero también de por qué no calan sus argumentos, de que ahí
fuera existe un cambio social del cual no tienen noticias y
de adaptarse “al nuevo paradigma político”. Y también darse
cuenta de que el PP pasa por ser un partido antipático,
lejano, estático, inmovilista, gastado, miope. Lo que sí es
incuestionable es que nos acostamos con la derecha y nos
levantamos con la izquierda. Igualico, igualico que aquel
martes 14 de abril de 1931.
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