Durante muchos años, los partidos
y sus representantes se han estado mirando el ombligo,
cuidando más a los que decidían las listas electorales, los
programas, todo, en lugar de mirar a los ciudadanos, sus
intereses, sus preocupaciones... La cosa funcionaba
razonablemente bien. La sociedad parecía dormida y conforme,
o resignada, con esta situación. Hasta que llegó la crisis y
los descontentos alzaron su voz y se organizaron. La crisis
ha obligado a tomar medidas duras, que no siempre los
políticos han explicado -ni bien ni mal- y los ciudadanos se
han rebelado. Hace ya algún tiempo que los ciudadanos vienen
diciendo, por activa y por pasiva, que no aceptaban más esta
situación. Y nuestros políticos tampoco han sabido
responder.
Ahora no tienen más remedio que hacerlo. Parece que han
entendido el mensaje. Muchos ciudadanos han votado con la
nariz tapada y otros han decidido tirarse al monte para
castigar los errores. Se ha terminado una forma de hacer
política y van a tener que gobernar de otra manera. Incluso
donde hay una mayoría suficiente para gobernar, los partidos
van a estar obligados a dialogar, a buscar acuerdos con
otras fuerzas, a escuchar el sentir de las mayorías y de las
minorías. Diálogo frente intolerancia. Escuchar al ciudadano
frente a la dictadura de los partidos. Poner a los
ciudadanos en el centro de todas las políticas en lugar de
ser ellos, los políticos, el centro único.
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