Desde muy antiguo, el ciudadano ha
buscado la forma de ordenarse para convivir en sociedad,
estableciéndose las reglas de juego y buscando a ese líder
que fuese capaz de guiarlo y resolver los problemas que día
a día se le presenta a la colectividad y a los que hay que
darles la solución adecuada.
Para ello, se hace necesario dotar de poder a una o pocas
personas para que resuelvan el problema de tomar decisiones
de manera oportuna, pero ese mismo poder fácilmente puede
ser mal utilizado, con lo que la sociedad en general, es
decir, los ciudadanos, pueden ser gravemente perjudicada. La
democracia propone una forma de organización por el cual ese
riesgo puede disminuir significativamente: por un lado,
otorga cierto poder a quienes han de gobernar la
institución, pero no es un poder absoluto, sino limitado. A
través de las elecciones es posible sustituir, de manera
pacífica a un partido o candidato que por cualquier motivo
haya perdido la confianza de sus electorado, y de esa forma
castigar alguna mala acción realizada por su parte.
Es ahí donde radica la conveniencia de acudir a votar.
Porque ejercer ese derecho legítimo se convierte en una
herramienta tan buena como eficaz para el ciudadano. Con su
pronunciamiento a través de las urnas, el administrado o
votante elige a las personas o al partido que mejor
entiendan pueda representarles. Es un mecanismo que permite
que los electores, los votantes a fin de cuentas, dejar
clara su conformidad o disconformidad sobre un determinado
proyecto político
Por eso es importante, muy importante, que el ciudadano
hable cuando se le presenta como la que hoy, y es de ahí de
donde nace la conveniencia de acudir a la cita con las
urnas.
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