El imperativo ético social se impone. El mundo necesita
acciones conjuntas responsables. Tenemos que superar los
comportamientos individuales. A mi juicio, por la misma
continuidad de la especie humana, apremia superar los
intereses y las actuaciones particulares. Lo cierto es que
se requieren cada día, luchas más directas y eficaces, ante
temas comunes como puede ser el mismo calentamiento global o
las diversas amenazas de seguridad que soportamos, incluido
el aumento del extremismo violento. Nuestra responsabilidad
de proteger el planeta y, por ende, la propia humanidad, ha
de hacernos verdaderamente observadores de nuestros
semejantes, sobre todo para iniciar y fortalecer un proceso
de autenticidad que favorezca el encuentro y la convivencia.
Ahora bien, difícilmente se puede observar nada, si luego
algunos países no permiten visitas a miembros activos de
asociaciones de gobierno global, dispuestos a facilitar la
cooperación en temas de asuntos humanitarios y derechos
humanos. Estas figuras públicas, que son vitales para la paz
en el mundo y para el fomento de la acción colectiva
responsable, precisan del apoyo íntegro de toda la
humanidad. De lo contrario, las trágicas experiencias de
anteriores siglos volverán a repetirse y la más elemental
comprensión de la dignidad humana quedará en entredicho, con
lo que ello supone de sufrimiento y desesperación para
todos.
Ciertamente, vivimos en la desconfianza más universal ante
la multitud de muros instalados. El virus de la apatía
también se ha instalado en nosotros, lo que nos impide hasta
reencontrarnos con nosotros mismos. La desilusión nos puede
tantas veces, que apenas avanzamos para encuadrar los
intereses particulares de los pueblos en una visión
coherente de familia humana y de bien colectivo.
Difícilmente vamos a transformar patrones de consumo con
esta mentalidad absurda y egoísta de algunos actores.
Sabemos que ningún sector puede detener el cambio climático
o restaurar la biodiversidad por cuenta propia, que ninguna
entidad puede acabar con la pobreza o promover la equidad
por sí sola; sin embargo, hacemos bien poco por actuar
concertadamente.
Insisto, es tiempo de la acción colectiva responsable, de
que los diferentes gobiernos, empresas, inversionistas,
educadores, científicos, y toda la ciudadanía en general, se
disponga a trabajar por la equidad social y la protección
ambiental, por la especie humana en definitiva habite en el
lugar que habite. Es urgente, entonces, promover iniciativas
globales que tengan como objetivo principal a toda la
especie humana, bien sea para la educación de los hijos,
bien sea para la atención de los ancianos, bien sea para
activar la dignidad de todos los ciudadanos, consolidando
las relaciones entre todas las generaciones, para caminar
unidos en la misma dirección de reforzar el tejido humano.
La deshumanización nos encamina a un mundo de imposible
convivencia. No podemos ser tan irresponsables. Hoy más que
nunca demandamos el compromiso de la acción acumulada e
intergeneracional; puesto que, hasta la misma alegría de
vivir frecuentemente se desvanece, la falta de consideración
y la violencia crecen, la desigualdad entre unos y otros es
cada vez más evidente. Hay que luchar por encontrar una luz
y, a menudo, para vivir con poca dignidad. Realmente cuesta
entender la pasividad con nuestra propia estirpe. ¿Cómo
podemos permanecer indiferentes ante tantas muertes humanas
que pueden evitarse? Esta es la cuestión que debiéramos
reflexionar.
En este sentido, un experto de Naciones Unidas acaba de
señalar que, cerca de trece millones de muertes y una cuarta
parte del total de las enfermedades, se deben a factores
ambientales, como la contaminación del agua, el aire y la
tierra. Ante este desolador panorama hay que decir ¡no! a
esta forma de vivir, tomando parte activa en asegurar el
valor de la vida humana, y esto no hay otra forma de
conseguirlo que con la acción colectiva responsable.
Multitud de seres humanos, no sólo se ven excluidos y
marginados, se les condena de por vida, a una existencia sin
horizonte y sin salida alguna. Ya no sólo se explota y se
oprime a seres humanos, se les trata como productos
sobrantes de un sistema selectivo y antihumano. Esta es la
realidad de un mundo cada vez más anestesiado, adherido a un
poder dominador que mata en lugar de servir. Comprenderá,
pues, el lector que subraye la urgencia de establecer un
final para este desconcierto mundano, o acabará
estableciéndose un fin para la humanidad más pronto que
tarde. Tiempo al tiempo.
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