Vivimos en un mundo diverso, forma
parte de nuestra propia existencia y de nuestra propia razón
de ser. Pero todo ha de ser uno, porque además todo es
único, pero no uniforme. Cada especie tiene su identidad,
cada latido también tiene su sintonía, y hasta cada ritmo
tiene su pausa. Al final, todos formamos una naturaleza en
un planeta vivo. Precisamente, Naciones Unidas coincidiendo
con el Día Internacional de la Diversidad Biológica (22 de
mayo), ha tomado como lema para este año, propiciar un
desarrollo sostenible para el bienestar de los humanos.
Resulta que más de tres mil millones de personas, según los
datos de la citada organización internacional, dependen de
la biodiversidad marina y de los litorales para subsistir y
otros mil seiscientos millones están en manos de los
bosques. Por consiguiente, la degradación de nuestro planeta
y la pérdida de la biodiversidad, esencial para la
subsistencia de sus moradores, amenazan el sustento de más
mil millones de personas que viven en zonas secas y
subhúmedas.
Ciertamente, vivimos en un mundo cada día más inseguro,
también por esa falta de protección a esa biodiversidad. En
la mayoría de las veces, hablamos mucho pero hacemos poco.
Hasta el mismo agua es escasa, y la inseguridad hídrica no
cesa de aumentar. No podemos ir contra la naturaleza,
tenemos que cultivarla y retenerla, jamás descuidarla, forma
parte de nosotros, aparte de sustentarnos, es nuestro
hábitat, y ahí están las consecuencias de los cambios
ambientales, que ya se sienten de modo dramático en muchas
naciones, y que nos recuerdan la gravedad de la dejadez y de
la pasividad. El tiempo para encontrar soluciones globales
se está agotando. Solamente podremos hallar procedimientos
adecuados si actuamos juntos y unidos. Existe, por tanto, un
claro, definitivo e improrrogable imperativo ético de
proceder. La lucha será más eficiente en la medida que la
respuesta sea colectiva, que supere intereses y
comportamientos egoístas, mediante una cultura solidaria,
basada en el encuentro de esa diversidad y en el diálogo
permanente con esa diversidad. Esta es la cuestión. Sin
duda, es desde esta pluralidad cultural como se pueden
alcanzar todas las metas.
Indudablemente, tenemos un patrimonio común que es de todos
y de nadie en particular. El día que aprendamos esta
lección, la humanidad dejará de deshumanizarse. Por ello,
considero, que hemos de hacer de la cultura una prioridad
permanente en todas las naciones. Sólo así podremos avanzar
y no destruirnos. También el 21 de este mes de mayo,
conmemoramos el Día Mundial de la Diversidad Cultural para
el Diálogo y el Desarrollo. Naturalmente, esta celebración
debe ayudarnos a comprender el valor de esta multiplicidad
natural, sobre todo para mejorar la convivencia y establecer
pautas de entendimiento ante los problemas que genera esta
variedad, tan distante en ocasiones, y sin embargo, tan
común en nuestras específicas existencias. La gran
asignatura pendiente, en este sentido, es concienciar a toda
la especie sobre la importancia de arroparse y entenderse.
No cabe la exclusión. Esta diversidad nos enriquece y
complementa. Deberíamos empezar por ejecutar los derechos
humanos. Estoy convencido que la unión sería más fácil. Este
vínculo entre la diferencia y los derechos humanos, a mi
juicio, es primordial para vivir en esa unidad, y máxime
para poder vivir en armonía en un mundo globalizado.
Por desgracia, los grandes poderes destructores seguirán
intentando demoler toda esta diversidad, puesto que es el
símbolo de la autonomía del espíritu, de la dignidad humana
y de la creatividad infinita de todo ser vivo. No tiene
sentido, luego, ni las divisiones y mucho menos la
uniformidad. Cada uno ha de ser como quiera ser, eso sí
respetando los derechos humanos en todo momento. En
consecuencia, estas voraces fieras, verdaderamente
adoctrinadas contra su propia especie, deben saber que la
destrucción de las culturas es un auténtico crimen contra su
específico linaje. No podemos continuar bajo las directrices
de esta decadencia, precisamos la estabilidad y el
desarrollo; y, por ello, la cultura en su fructífera
variedad, posee un valor inherente tanto para el progreso de
la especie como para su cohesión armónica. No nos
confundamos. Es hora de actuar, con la fuerza precisa y
necesaria, no sólo para un bienestar económico, también para
desarrollarnos afectivamente, conciliando posturas y
reconciliando divergencias. Pienso, además, que las
diferentes religiones y tradiciones espirituales pueden
ayudar mucho a que este clima de identidades diversas puedan
convivir y entenderse.
En todo caso, estimo, que situar el cultivo del culto a la
cultura, en el núcleo del desarrollo de la especie, sería la
mejor inversión, sobre todo para mitigar el aumento
devastador, causado por nuestros derroches o por el
incremento de las emisiones de gases de efecto invernadero.
Por nuestro bien y el de las generaciones futuras, estamos
obligados a rectificar de inmediato, a comprometernos con
otros modos de vida, más respetuosa con las diversas
culturas y con la preciosa biodiversidad del mundo. Para
mantener este equilibrio armónico en el mundo, no sólo hay
que proteger algunos espacios, puesto que todo forma una
unidad, sino todo el orbe. Es por ello, que todos los
gobiernos, organizaciones y personas, no pueden desfallecer,
han de renovar permanentemente sus esfuerzos, para hacer del
planeta un lugar más habitable y en el que todos quepamos
con idéntica dignidad. Esto es fundamental para una
población que cada día demanda más recursos naturales y que,
a su vez, van disminuyendo.
Precisamente, los desajustes han de hacernos reflexionar a
todos, para entre todos, hallar las mejores maneras de
salvaguardar la existencia desde la diversidad. Tenemos que
ver el modo de obtener empleos dignos para todos.
Necesitamos salir de la pobreza y vivir con dignidad.
También tenemos que ver el modo de facilitar a todos los
seres humanos el acceso a una energía limpia, a unos
alimentos y a una nutrición saludable. Por otra parte, nos
merecemos una vida decente, donde todo ser humano tenga lo
imprescindible para cohabitar, incluida una educación y una
sanidad universales. Junto a esto, hemos de asegurarnos que
nuestros ríos, mares, océanos, y la misma tierra no se le
contamina. Asimismo, tenemos que prepararnos para los
desastres naturales. Las resistencia a todas estas fuerzas
contrarias para que la especie perviva ha de ser
contundente.
Así pues, es hora de trabajar. En este sentido, el grupo de
alto nivel sobre la sostenibilidad mundial creado por
Naciones Unidas, señala que un futuro que merezca la pena es
aquel basado en los costes verdaderos para la gente y el
medio ambiente. Es hora que elijamos nuestro propio futuro,
pero con humanidad, sabiendo de que esta diversidad nadie la
puede destruir, excepto nosotros mismos. La regla de juego,
efectivamente, es bien clara, la de la unidad en la propia
diversidad de cada uno, pero pluralidad libre, sin poner
condiciones, tan solo el cultivo real de los derechos
humanos como pentagrama de abecedario armónico inherente a
nuestro espíritu.
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