La lucha de los movimientos
emancipadores, esos que tras una accidental distribución de
asientos en los tiempos de la Revolución Francesa se unieron
bajo la etiqueta de “izquierda”, es la lucha histórica
contra el poder, entendiendo el poder como ese conjunto de
relaciones, costumbres, procedimientos e intereses que
terminan provocando que en lugar de ser los Parlamentos
escogidos las estructuras que lleven las riendas del futuro
de los pueblos, esta tarea recaiga en una serie de
organismos privados sin ningún tipo de legitimidad
democrática. Así las cosas, asumiendo que el verdadero poder
-el poder económico-, no sale de las urnas, un Gobierno
puede asumir dos roles: 1) Defender los intereses del poder.
2) Enfrentarse a tal poder y defender los intereses de la
ciudadanía, esto eso, erigirse en un contrapoder.
La experiencia histórica nos deja constancia de que aquellos
que de verdad mandan jamás han asumido de manera deportiva y
democrática la posibilidad de que un Ejecutivo haya podido
ser ocupado por aquellos partidarios de la segunda opción.
Los ejemplos durante el siglo XX son múltiples. Los
fascismos de entreguerras, el franquismo nacionalcatólico o
las brutales dictaduras latinoamericanas que asolaron la
región durante varias décadas son algunos casos extremos, lo
que Santiago Alba Rico ha llamado la “pedagogía del millón
de muertos”: ante el peligro de perder el gobierno, es
decir, ante la posibilidad de legislaciones en contra de sus
intereses, el gobierno del dinero, el poder, da un golpe
encima de la mesa, instaura un régimen de terror en el que
reprime, tortura y asesina a sus anchas durante años y,
posteriormente, cuando ya no hay peligro, deja votar a los
supervivientes, unos supervivientes que ya saben que no
tienen que “equivocarse” cuando voten. En España, el “No te
metas en política” aun domina la conciencia de muchos
mayores. Y no tan mayores.
Afortunadamente, hoy no estamos en esas. Múltiples y
diversos factores hacen que la posibilidad de algo parecido
en los tiempos actuales y en Europa Occidental sea
prácticamente imposible. Pero eso no quiere decir que
debamos olvidar el fin último de todas aquellas medidas de
terror: la conservación de un orden económico injusto. Un
orden económico, un poder, que durante muchos años se ha
sentido cómodo en nuestro país bajo la alternancia en el
Gobierno de dos partidos políticos en nómina, pero cuya
situación cambia tras la crisis económica de 2008. Las
conquistas sociales ganadas gracias a las luchas de los de
abajo (derecho a un empleo digno, a vivienda, a pensión, a
Sanidad, a Educación, etc.) sufren una ofensiva dirigida a
erradicar lo que conocemos como Estado de Bienestar y a
retrotraernos a épocas pasadas, todo ello, paradójicamente,
bajo consignas modernizantes. Debido a este contexto, en el
último año hemos asistido a algo histórico: los peores
resultados en la historia del PP y el PSOE y la aparición de
Podemos. El descenso de quienes defienden la actual
situación de servilismo y el ascenso de una nueva fuerza que
propone lo contrario: defender los derechos sociales
conquistados ante los poderes no sometidos a las elecciones.
Después de que Podemos irrumpiera con cinco escaños en el
Parlamento Europeo y comenzase a escalar en las encuestas de
intención de voto, el poder reaccionó: si PP y PSOE no eran
suficiente, habría que hacer algo más. El director del Banco
Sabadell, Josep Oliu, fue bastante explícito: “Necesitamos
un Podemos de derechas”. Albert Rivera es su hombre.
Ciudadanos es su herramienta. Las propuestas económicas del
partido naranja, dirigidas por Luis Garicano, reputado
economista liberal (es decir, partidario de privatizar), sus
lazos con FEDEA (el “lobby” de las empresas del IBEX) y su
actuación durante ocho años en el Parlament de Cataluña
dejan en evidencia que Ciudadanos no representa un cambio,
sino una perpetuación de lo mismo con un barniz diferente,
más joven, pero igual de viejo.
Hoy por hoy, en nuestro país siguen existiendo las dos
opciones citadas al principio de este escrito: que los
gobiernos sirvan al poder o que se conviertan en
contrapoderes. Partido Popular, PSOE y Ciudadanos
representan la primera opción. A nivel nacional y
autonómico, es Podemos la fuerza política que puede
protagonizar el cambio. A nivel municipal, este papel lo
pueden ocupar diversas candidaturas municipalistas y
partidos políticos localistas formados por ciudadanos y
ciudadanas con años de lucha a sus espaldas. Porque al
contrario de lo que piensa Albert Rivera, construir
democracia no es sólo cosa de jóvenes. Él es el mejor
ejemplo.
Debo confesar que durante semanas he evitado hablar de
Ciudadanos, pero su ascenso en las encuestas hace
obligatorio reconocer que el poder ya no dispone de dos
formaciones, sino de tres. Hace unos días, leía en un
periódico local un artículo que sostenía que el hecho de que
Podemos atacase a Ciudadanos convertía a Podemos en aquello
a lo que combatía. Un error de apreciación de quien se queda
en lo superfluo y confunde continente con contenido. Si
Podemos, durante este largo año, ha protestado ante los
ataques vertidos desde las formaciones dinásticas y
diferentes medios de comunicación ha sido porque tales
ataques se fundamentaban y fundamentan en la mentira. Lo
repugnante en política, lo que debe ser algo de la “vieja
política”, no es que se ataque al adversario, sino mentir.
Pablo Echenique, candidato a la Presidencia de Aragón por
Podemos, lo expresaba bien con la siguiente afirmación: “La
diferencia entre Esperanza Aguirre llamándonos ETA y Pablo
Iglesias llamándoles ladrones es que lo primero es mentira y
los segundo es verdad”. Decir que Vicenç Navarro, uno de los
dos economistas que elaboró el programa-marco de Podemos,
desea volver a la peseta o que Podemos quiere convertir
España en Venezuela, ambas afirmaciones de Albert Rivera, es
mentir. Decir que Ciudadanos, al igual que el PP, le resulta
simpático a los poderes económicosy que Rivera representa
una operación lampedusiana es decir la verdad. Esa es la
diferencia.
|