Hoy podemos abrazarnos más
fácilmente a través del mundo, pero la humanidad no se
abraza, quizás porque no se comprende o no quiere soñar.
Estoy convencido de que no se puede tener una familia sin
penetrar en el amor y sin ahondar en los sueños. Necesitamos
soñar para crecer en los sentimientos antes que la vida se
nos marchite y muera con nosotros. Todo se resuelve con
muchas dificultades, pero al final todo se remedia. Querer
es poder. Y en la vida matrimonial hay mucho de sueño, pero
también debe haber mucho de bondad y de compartir. De ahí la
importancia de amar sin medida, de no perder esa capacidad
de soñar por el futuro que a todos no pertenece por igual,
de dejarnos convivir por la generosidad y el perdón. Y en
este sentido, pienso, que tenemos que comprometernos mucho
más por hacer familia desde nuestra propia familia, por
muchas fuerzas contrarias que cohabiten socialmente por todo
el orbe. No perdamos la libertad de hacerlo, ante una
cultura que todo lo disocia y lo vende a un interés mundano.
Si en verdad queremos avivar nuestra específica existencia,
hemos de abrirnos a la vida, de donarnos a esa vida, lo que
conlleva al propio ser humano.
¡Cuántos hogares sin familia!. Ciertamente, precisamos
reconstruirnos como familia. Es el amor quien ha de estar
presente. No me sirven otros sueños. Convendría reflexionar
sobre esta unión, máxime cuando celebramos por estas fechas
el Día Internacional de la Familia (15de mayo), teniendo en
cuenta que aglutina a las sociedades y perpetúa a la propia
especie. Precisamente, en toda familia el único sueño
posible, ha de ser el de esperanzarnos ante la vida y por
nuestra exclusiva vida como donantes. Necesitamos
entregarnos, convivir y vivir en comunidad y, para ello, no
hay otro vínculo que el del incondicional afecto. Nadie
puede recibir lo que él no dona. Eso está claro. Partiendo
de esto, debemos reforzar nuestro determinado hábitat,
puesto que venimos de la familia y en nuestro horizonte está
la familia como hogar. Tanto es así, que cuando se carece de
familia, todo se va a la deriva y al desorden. No olvidemos
que este mundo camina por la familia, y también ha de
hacerlo con la familia. De lo contrario, se oscurece
cualquier camino, se acrecientan las tensiones y las
divisiones, y hasta el negocio comercial del deseo tomará
posiciones ventajosas. Un deseo, que al no sustentarse en el
amor, se convertirá en una alianza de intereses con final
(de odio) en cualquier momento.
Tenemos que dejarnos engrandecernos por el amor, es nuestra
propia esencia y nuestra propia naturaleza comunitaria. Por
eso, deberíamos apoyar todas aquellas iniciativas que
contribuyan a acercarnos entre generaciones, para establecer
auténticos lazos afectivos que nos revitalicen como seres
humanos, en pos de la creación de un planeta más familiar
para todos. Nuestro personal linaje nos activa a llevarlo a
cabo. No tiene humanidad ninguna, pues, que estemos en una
guerra de contiendas entre géneros. Cualquier acto de
violencia, que se produzca en el seno de la familia, daña
enormemente la estructura misma de la sociedad. De ahí, la
necesidad de poner orden reeducando a las nuevas
generaciones, a la vez que reiterar el convencimiento de que
la familia es una unidad colectiva natural y, como tal, ha
de gozar de protección por parte de las instituciones de
gobierno. Nada hay más incoherente con nuestra razón de ser,
que una familia disgregada, incapaz de fiarse de los suyos,
sin pedagogía alguna, desmembrada de su propia vocación de
entrega, tanto de sus ascendientes como de sus
descendientes. El reflejo de lo que vivimos nos deja sin
palabras en tantas ocasiones, que creo debemos adentrarnos
más en nuestras raíces más profundas. La misma cultura
actual no soporta esta mística de donación total, y así no
puede germinar vinculo familiar alguno. Sin duda, tenemos
que fortalecernos más interiormente, escucharnos,
respetarnos tomando conciencia de que únicamente el amor nos
basta, y de que todo lo demás es necio y posesivo. Con
razón, hemos hecho de la familia un nido de perversiones, en
lugar de un paraíso de amor. Cambiemos el abecedario. Para
empezar, seamos más corazón que cuerpo.
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