Durante el año 2014 han entrado en Europa 270.000
inmigrantes ilegales, la inmensa mayoría de ellos llegados
desde Libia a Italia a través del Mediterráneo, y, sin
embargo, desconocemos hasta este momento qué va a ser de ese
cuarto de millón largo de inmigrantes ingresados a nuestro
continente, no sabemos cuál va ser su destino, a qué se van
a dedicar o sin van a ser retornados a sus países de origen.
Nada, el más espeso silencio ha caído sobre estos
inmigrantes llegados ilegalmente a Europa. Nos ocultan
taimadamente el destino final de estos inmigrantes ilegales.
Tan sólo nos cuentan por activa y por pasiva los naufragios
y las tragedias en el Mediterráneo, pero nadie nos dice nada
sobre el destino que les espera a los que han logrado entrar
en Europa sin permiso. Realmente, no albergamos ninguna
esperanza de que la UE los expulse a sus países de origen:
ya han llegado, ya no se van. Entonces, ¿qué hace la UE con
esos inmigrantes ilegales que no logra, o no quiere,
retornar? Creo que la respuesta no es difícil de hallar: al
principio, recién llegados, los asiste y auxilia durante un
tiempo, después, los que tienen suerte, son asistidos por
diferentes ONGs, y la mayoría se busca la vida como puede, y
buscarse la vida consiste, principalmente, en vender toda
clase de artículos, falsificados o no, en la vía pública o
en mercadillos, casi siempre haciéndoles la competencia a
los comerciantes legalmente establecidos, que pagan
religiosamente sus impuestos de toda clase. Así, han
convertido la mayoría de las ciudades europeas en
campamentos africanos, y han florecido barrios-guetos de
todo tipo de razas, etnias, religiones y nacionalidades.
Barrios que no se diferencian en nada de los que pueda haber
en Maruecos, Senegal o Nigeria. Por otro lado, esta
inmigración extraeuropea masiva y descontrolada, aparte de
causar graves consecuencias sociológicas en la sociedad de
acogida, produce daños de tipo económico en el mercado de
trabajo, pues, mientras la inmigración le genera al sector
privado más de lo que le cuesta, ésta le cuesta al sector
público más de lo que le aporta. La inmigración no es mal
negocio para la patronal (exceso de mano de obra), pero muy
malo para la sociedad en su conjunto. Lo cierto es que si
alguien crece en una cultura de la dependencia, esperando
que sea el Gobierno el que actúe o le rescate, la
emancipación intelectual no se produce, y, de este modo, se
evita un entorno propicio para que la gente tenga ambición.
Ahora, en este tiempo de elecciones municipales y
Autonómicas, los aspirantes a poltronas tan sólo se han
referido a quitar las concertinas y a un no rotundo al
rechazo en el perímetro fronterizo. Nadie ha dado una
solución razonable a cómo defender las fronteras de nuestras
ciudades de los asaltos de africanos. Así, ingenuamente,
obvian toda clase de peligros que nos puede entrar por
nuestras fronteras, españolas y europeas. Si quitamos las
concertinas y el rechazo en frontera, y los italianos, en
vez de impedir que arriben barcos cargados de ilegales a sus
costas, se los traen a Sicilia, Lampedusa o a cualquier otro
puerto, cuando esos estén hasta la bandera de ilegales, el
efecto llamada queda así garantizado. No hay nada como no
querer ver el peligro, sí, ¡el peligro!, que se cierne sobre
nuestros países con la llegada de estos miles de
extracomunitarios. Lo cierto es que si no te das cuenta de
quién está pagando la fiesta (de la inmigración ilegal), lo
más probable es que la estés pagando tú, amigo.
Otro tanto sucede respecto de la prensa: salvo contarnos las
desgracias y naufragios en el Mediterráneo, en las columnas
de los periódicos y/o en las tertulias radiofónicas o
televisadas brilla por su ausencia la referencia a la
inmigración ilegal, a qué hacer con los que logran alcanzar
el dorado europeo. En todo caso, hacen una breve alusión a
alguna tragedia o a la llegada de un barco cargado con miles
de inmigrantes ilegales, pero sin entrar en lo que pueden
suponer para Europa esos miles de extracomunitarios, cómo
puede influir en el tejido social de los diferentes países
europeos la entrada de africanos y/o de asiáticos,
procedentes de culturas completamente extrañas a las
europeas. Tan sólo Alfonso Lazo, en El Mundo, del pasado día
8, en su columna, hace alusión a un segundo viaje que
recientemente hizo a la ciudad italiana de Nápoles,
contraponiéndolo a un primer viaje que hizo bastantes años
atrás. Mientras la Nápoles de aquel viaje se le apareció
como una ciudad maravillosa, en esta ocasión se ha
encontrado una Nápoles en la que “daba miedo percibir el
caos, la proximidad de la delincuencia y la suciedad”, en
palabras del mismo Alfonso Lazo. “Pero ahora –continúa Lazo–
había algo más, no necesariamente relacionado con la
Camorra, aunque sí con la basura y el desorden: todas las
calles, todas, estaban convertidas en un inmenso mercadillo
de inmigrantes negros”. Y eso que este segundo viaje fue
realizado hace unos seis o siete años. ¿Cómo será Nápoles
ahora después de las avalanchas de miles de africanos desde
Libia en estos últimos años?
¿Por qué ha sido posible este estado de cosas? Tres
respuestas: la primera, porque los efectos perversos de esa
masa inmigrada no les llega a los políticos que la han hecho
posible; segunda, porque la ciudadanía se ha convertido en
una masa indiferenciada, aborregada, incapaz de rebelarse
ante este estado de cosas; y, tercera, porque la vileza y
ruindad de los políticos ha llegado a tal nivel, que han
modificado el código penal para evitar así que el ciudadano
plantee queja alguna contra esta invasión masiva de
inmigrantes, amenazándolo con la cárcel por delitos de odio.
(PD/ Recuerde: faltan 15 semanas para celebrar el 6º
Centenario de la conquista de Ceuta por los portugueses: el
21 de agosto de 2015)
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