Hemos convertido el planeta en una
selva de lobos. Se degüellan vidas humanas por doquier
rincón. Se queman vivos a seres inocentes, desvalidos. Se
arrojan a las tinieblas de la indiferencia a ciudadanos como
si fueran un objeto. Se asesina por tener un determinado
culto. Algunos mares se han convertido en auténticos
cementerios. Nos hemos deshumanizado hasta el extremo de
practicar la liturgia de la pasividad. Nada nos conmueve.
Ciertamente, deberíamos poner empeño en avivar los diálogos,
y en establecer negociaciones, aunque sólo sea para
sobrevivir como especie. Ahí está el drama de los flujos
migratorios activando tensiones por todo el orbe.
El ser humano tendrá que mostrar otro talante más solidario
y, los líderes políticos, deberán redoblar los esfuerzos
para asistir a esta abandonada ciudadanía. Sabemos que la
cuestión no es fácil, máxime cuando en esta sociedad en
lugar de propiciar la cultura de la acogida, se ha activado
la cultura de la exclusión. Por eso, más que fijar cuotas
debemos favorecer la cooperación entre países, con criterios
homogéneos e integradores entre naciones, con gestiones
unitarias en las fronteras, sobre todo de mano tendida y de
apertura. No olvidemos que muchos huyen a países vecinos por
la violencia que estalló en su propio país. En consecuencia,
también es vital permitir que la gente se mueva con
libertad, manteniendo abierto cualquier linde que nos
humanice.
Hoy, quizás más que nunca, es el momento para fomentar la
solidaridad. Necesitamos acoger y albergar a esos ciudadanos
que van de acá para allá. No podemos ser lobos de nuestros
semejantes. Este estado salvaje es inconcebible. Además,
súmele, la progresiva delincuencia planetaria que viene
poniendo en riesgo permanente cualquier sistema armónico,
aparte de obstaculizar el desarrollo y de violar los
derechos humanos. Ha llegado, pues, el tiempo de la acción
fraterna. No podemos permitir que la mala hierba perniciosa,
como decía hace unos días el Secretario General de Naciones
Unidas, nos ahogue y, sobre todo, deje sin aliento a los más
vulnerables. No se libra ningún rincón del planeta del virus
de las batallas. El crimen más horrendo está devastando
personas, comunidades y naciones.
La esperada adopción en septiembre de la nueva agenda de
desarrollo sostenible 2015, nos alienta un poco a la
esperanza, puesto que debe ser crucial para la seguridad, el
desarrollo y los derechos humanos, los tres pilares de las
Naciones Unidas. Desde luego, con urgencia, tenemos que
poner fin a este mundo de chacales que aprisiona la dignidad
humana hasta límites inconcebibles. Resultan verdaderamente
dolorosos los trágicos acontecimientos que buena parte de
los seres humanos soportan, obligando a la comunidad
internacional a actuaciones contundentes. Mirar para otro
lado ante tantos horrores nos hace más bestias.
A mi juicio, sin contemplaciones tenemos que hacer todo lo
posible y, hasta lo imposible, por detener y prevenir estos
atropellos sistemáticos contra vidas humanas, minorías
étnicas y religiosas, culturas y razas. En este sentido, es
necesario plantar cara a esa lógica del poder que todo lo
disgrega, produciendo privilegios para algunos e injusticas
para otros. Hay que fraternizar. Somos únicos, universales e
indivisibles. Indudablemente, el ser humano no puede actuar
contra sí mismo, no somos islas, somos comunidad. Y en la
comunidad hay que asociarse desde el respeto y la
tolerancia. La ayuda, por parte del Papa Francisco, de
acercamiento de Cuba y Estados Unidos, sin duda constituye
un blindaje moral y político de primer nivel. Esta es la
línea a seguir. Hay que desatar todos los nudos. Esta es una
buena noticia. Extiéndase el ejemplo.
Sin embargo, el mundo, lejos de hermanarse, se activan todo
tipo de artilugios, inclusive las armas químicas. Algunos
países parecen concentrar todos sus esfuerzos en sus
capacidades para la guerra informática, en paralelo al
desarrollo de sus programas nucleares y de misiles. Algo que
hemos de parar con el coraje que precise. Menos actos de
guerra y más actos de concordia. Evidentemente, no podemos
soportar más amenazas sabiendo que los artefactos de la
muerte, lejos de desaparecer, están más presentes que nunca.
Deberíamos poner orden en esto y no actuar con blanduras. La
tarea educativa es la gran asignatura pendiente. Hemos de
reforzarla, si en verdad queremos llevar a los moradores de
este planeta a una verdadera comunión, no de intereses, sino
de vidas compartidas, haciendo que se sientan una sola
familia, en la que la mayor atención se ponga en los más
débiles.
Pienso, por consiguiente, que debemos reforzar la convicción
de que la familia ha de ser el lugar idóneo para avanzar,
pues a través de ella el ser humano, aparte de sentirse
querido, se abre a la propia existencia, y a esa exigencia
natural de relacionarse y de convivir. Quizás, deberíamos
excavar mucho más en esa conciencia social para adentrarnos
en la raíz del mal. Hemos cerrado los ojos a tantas
controversias, que además aún no han pasado, que ahora
debemos de concentrar todas nuestras fuerzas en restablecer
las relaciones ciudadanas que median entre el derecho
natural y el amor hacia nuestro mismo linaje. No existe otro
remedio que el retorno de la humanidad a su propio auxilio.
Todos necesitamos de todos. Nuestra específica historia nos
pone al descubierto tanto los errores cometidos como
aquellos proyectos conducentes a mejorar la empresa
universal del bien colectivo, donde en absoluto cabe un
estado irracional opresor e inhumano.
En el campo, pues, de este nuevo orden mundial, fundado
sobre los principios humanos y morales, no cabe
contemplación alguna, sobre todo para aquellos que lesionan
dignidades y libertades humanas. Para empezar, debemos
limitar los desequilibrios y las desigualdades. Los
cimientos de la razón y de la justicia no pueden tambalear.
Hoy seguimos sometiendo, bajo una falsa libertad, la
voluntad humana al poder público. Uno no tiene que someterse
a nadie, y en todo caso, únicamente a la ciudadanía con el
respeto necesario y preciso. Por ello, no podemos olvidar el
sustento moral frente a los diversos puntos de vista.
Cuidado con los que dicen servir a la ciudadanía en este
mundo de lobos que ellos mismos han generado, sometiendo el
propio Estado de derecho a su antojo, para repartirse la
presa del bien común. Borran de la memoria que este trofeo
es de la colectividad y de nadie en particular.
Nadie me negará que, en el mundo actual, prolifera demasiado
partidismo, demasiado poder sin escrúpulos, demasiado
fanático atrapado por el egoísmo, demasiado pastel para unos
pocos mientras otros ni pueden acercarse. Levantan muros,
crean fronteras, se sienten dueños y señores en esta selva
donde nadie se sensibiliza por nadie, salvo cuando obtiene
beneficios para sí y los suyos. Al fin y al cabo, el egoísta
sólo se ama a él, y no admite contrincantes. Le importa nada
los que sufren. Salgamos de la contradicción y hagamos
familia desprendiéndonos hasta de nosotros mismos. Esta es
la auténtica patria humanitaria. Lo demás es abecedario
estúpido, puesto que los gobernantes anteponen su éxito
personal (de caudales) a su responsabilidad social (de
reparto y transparencia). Sálvese el que pueda.
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