El mundo, en los próximos años,
tiene que prioritariamente activar la trasparencia y
fomentar el acercamiento entre culturas. Sin duda, la
ciudadanía tiene que sentirse unida y, a la vez, emancipada
de toda cadena dominadora. La prepotencia de las ideologías,
el acoso dominante de los pudientes, la persistente
dependencia de la tesis económica, nos viene desplazando a
una realidad mundana, sin horizontes ni esperanzas. En
ocasiones, obviamos que el verdadero progreso radica en la
superación de todas estas sumisiones, casi siempre
inhumanas, y verdaderamente crueles con todo ser humano. A
veces la realidad nos supera hasta nuestros propios
sentimientos, dejándonos el alma desconsolada. Naturalmente
este mal estar al final nos pasa factura. Comprendo, pues,
que las depresiones, las fobias, los trastornos de la
conducta alimentaria, el alzhéimer o los trastornos por
déficit de atención e hiperactividad, nos desborden. Por
desgracia, con tantos agentes que nos trastornan el ánimo,
alterando nuestra manera de pensar y de sentir, todo es
posible. El mismo miedo, o el egoísmo que tanto proliferan
en el mundo actual, enmascaran nuestra capacidad de
raciocinio, hasta volvernos realmente un mero producto de
mercado. Bajo estas mediocres concepciones, todo se ha
vuelto irracional y esperpéntico. A esto hay que sumarle la
devaluación moral de la humanidad, con lo que conlleva de
falta de discernimiento entre el bien y el mal.
Ciertamente, navegamos en el desequilibrio, y esa falta de
juicio, nos está llevando a tantos callejones sin salida,
que nos dejan sin esperanza alguna. Nunca como ahora
necesitamos la convicción de sentirnos libres para fomentar
ese acercamiento comunitario. Quizás tengamos que abrir las
puertas del corazón mucho más. Precisamente, durante estos
días, Estrasburgo (el 2 de mayo), Bruselas y Luxemburgo (9
de mayo) han abierto las diversas instituciones con el fin
de celebrar el Día de Europa, de una manera festiva y
divertida para toda la familia humana. Desde luego, me
parece interesante esta apertura institucional si en verdad
queremos trabajar por una Europa más hermanada. No olvidemos
que sólo lo que se conoce puede empezarse a amar. Descubrir
las acciones concretas, las principales preferencias y la
amplia gama de trabajo de instituciones tan diversas como el
Consejo Europeo, el Parlamento o la misma Comisión, ha de
contribuir sin duda, a que el ciudadano reflexione y
concentre sus fuerzas en la solidaridad como nuevo sentido a
su existencia.
Sabemos que las instituciones por sí mismas no pueden
solventar nada, tenemos que ser toda la ciudadanía la que
decida asistir a los más débiles y a los que sufren. No es
la política la que salva la ser humano. Realmente, cada
individuo es librado de sus penurias por el amor que nos
injertemos unos a otros. Cuando uno experimenta una gran
comunión con el otro, con su semejante, todo adquiere un
nuevo sentido, una naciente fuerza que da certeza a nuestros
pasos. Para ello, hemos de ser auténticos. La autenticidad
es el mejor signo de transparencia. Únicamente así, podremos
instaurar el dominio de la razón y de la libertad; y, por
ende, fomentar la aproximación multicultural, tan necesaria
y precisa para poder convivir en armonía. A ningún ser
humano se le puede negar la autonomía de vivir según los
principios éticos enraizados a su propia vida. La libertad
de un pueblo no es sólo la de un pensamiento o de un culto
privado, es una liberación que unos enraíza con nuestra
específica moral. Por eso, siento un gran dolor cuando
constato que el mundo todavía discrimina por razón de
ideología, religión, raza o pensamiento. De ahí, la
importancia de que cada 9 de mayo, la Unión Europea, no
escatime esfuerzos y celebre la paz y la unidad en el día de
Europa. Indudablemente cada gesto es significativo, pero son
las ideas las que han de unirnos y, más en un tiempo como el
actual, donde parece que todo lo conducen las máquinas, en
lugar del mundo del conocimiento.
Es verdad que con el discernimiento se acrecientan las
dudas, pero esto es bueno, porque nos hace más responsables
a la hora de tomar decisiones. En efecto, el evento
europeísta del 9 de mayo marca el aniversario del día en
1950 cuando Robert Schuman, uno de los fundadores de la UE,
hizo su “Declaración Schuman”, esbozando una visión de unir
a los estados europeos independientes en una sola comunidad.
Un proceso que fue gradual, pero que puso en primer lugar el
espíritu solidario como carta de acercamiento. Él propuso la
puesta en común de la producción de carbón y acero de
diferentes países europeos y argumentó que esta empresa
común sería “dejar claro que cualquier guerra entre Francia
y Alemania no sólo resulta impensable, sino materialmente
imposible”. Fue ese objetivo el que puso la unidad, mientras
que la discordia quedaría debilitada. Ahora también tenemos
que buscar puntos de coincidencia, acompañados por el
respeto a toda vida, por la dedicación a los más vulnerables
y por la paciencia ante los difíciles caminos que se cruzan
en nuestro tiempo.
Pienso, por otra parte, que tenemos que bajarnos de esta
cultura dominadora que todo lo supedita a la producción, y
que no deja al individuo libertad para tomar su propio
camino. Está visto que para reconstruir un mundo más
habitable para todos, hemos de avivar el espíritu de
servicio muto, por encima de cualquier otra reivindicación.
Estamos para servir a la ciudadanía, no para servirnos de la
ciudadanía. Esto exige una transparencia de actitudes y de
acciones continuas. Esta es la cuestión de fondo, lo que nos
exige trazar procesos constantes de humanización y
solidaridad. No es suficiente con una paz impuesta, es
necesario conciliar los lenguajes y reconciliar los ánimos.
Tampoco basta un apoyo puntual solidario, se requiere un
trabajo decidido de confraternización. Todo es de todos, y
como tal, con la convicción clara de que todos somos
necesarios y precisos, luchamos por esa unidad desde la
consideración a su manera de pensar y vivir. Por
consiguiente, no caben las tremendas desigualdades que hoy
perviven en el planeta, y que persistentemente van a poner
mecha a una cultura del conflicto, que desparrama el
desasosiego y la desconfianza por doquier lugar.
Lógicamente, claro que es difícil aproximarse en el mundo
actual, máxime cuando la unión e identidad no encaja más que
por intereses y negocios. La ciudadanía debe, por tanto,
meditar sobre su inmenso patrimonio humano cosechado desde
la autonomía social y personal, y así poder inspirar una
nueva cultura más abierta a toda la humanidad. Mi
expectativa es que dicha conciencia madure cada vez más, no
por un mero consenso de ganancias, sino como resultado de un
crecimiento intelectual más dialogante, con capacidad para
poner la transversalidad de opiniones y reflexiones al
servicio de todos. Para ese diálogo hace falta, no sólo la
empatía intergeneracional entre culturas, sino también una
metodología consistente en la mano tendida, o sea un
espíritu de comprensión junto a una visión respetuosa por
todo ser humano. Podemos sentir que lo que hacemos apenas
tiene importancia, que es solo una gota de agua en un mar
que nos desborda, pero esa gota con otra gota y otra gota,
puede hacernos recapacitar serenamente, y esto siempre será
mejor que tomar decisiones desesperadas. Yo, personalmente,
me niego a vivir la vida en una silenciosa desesperación.
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