Les agradecería que me permitieran compartir con los
lectores una de mis inquietudes. Tengo muchas, no se crean,
pero no veo necesario hacerles partícipes de todos mis
problemas gastrointestinales, por lo que me voy a limitar
sólo a la que me asaltó anoche y esta mañana muy de
madrugada.
Anoche me desperté sudoroso. No, no sean mal pensados, no
tuve un sueño bonito con Bo Derek o Kim Novak (¿quiénes?),
ni tampoco uno en que me perseguiera Belén Esteban con su
último Best Seller en la mano. El origen de mi zozobra
estaba en una pregunta que se me vino a la mente
subrepticiamente, sin haberlo planeado ni nada, así, de
sopetón. Mi subconsciente, que esperaba con alegría el
puente del 1 de mayo, saltó de golpe tres semanas y se
plantó en las municipales del 24 de mayo. Y, aunque eso está
muy feo y no se hace en un momento de ensoñación, ya no
había remedio, ¿y ahora a quién voto yo?
Retrocedamos un poco para saber el porqué de mi inquietud.
Puede que haya mucha gente que sepa de antemano quién es el
santo de su devoción, de su devoción política, se entiende.
Incluso puede que haya quien el voto en su familia lo herede
de generación en generación, como la alopecia. Pero yo, que
siempre he tenido la manida costumbre de ver, comparar, y
comprar si encuentro algo mejor, nunca he dudado en
mercadear con mi voto al que mejor se portara, me ha dado
igual que llevara chaqueta de pana o corbata azul. Quizá sea
porque he tenido la inmensa suerte de abrir lo suficiente
los ojos durante mi vida como para saber que la ideología en
política es una falsa conciencia que, parafraseando a Marx,
aplicada al pensamiento de los individuos dificulta conocer
la verdad.
Pues bien, una vez metido en faena, no he tenido más remedio
que hacer acopio de ideas para saber qué es lo que tiene que
ofrecerme aquel a quien entregue mi amor eterno en forma de
papeleta, no sin antes limpiarme una legaña okupa en mi
párpado derecho y hacerme un café cargado con un
chorreoncito de leche condensada, desnatada por eso de la
línea, que los pijos del lugar llaman café bombón (y que mi
abuela siempre llamó “ese café tan dulce y tan rico”). Y
esto es lo que salió de mi lápiz:
Debe ser honesto. Como no sé quién es honesto (he llegado a
una edad en la que renuncio totalmente a pretender poner la
mano en el fuego por nadie diciendo que es honesto), quiero
a alguien que aún no me haya demostrado que es deshonesto.
Por tanto aquí podría descartar algunos que sé a ciencia
cierta que no lo son, y a otros que no lo aparentan…. Me
resultó muy interesante esta línea de pensamiento de la
corrupción y el clientelismo político, y eso me hizo tomar
unas cuantas notas en mi libreta de cuadros (no encontré una
de caligrafía) de color NARANJA. De esas notas saqué en
claro que no me basta con que alguien diga qué es lo que
cobra, sino que necesito saber con quién hace negocio, en
qué se ha gastado el dinero, incluso el que no quiere
reflejar en las cuentas, de quién ha recibido dinero y por
qué, qué deudas tiene, durante cuánto tiempo las tiene y por
qué no las ha pagado ya, es decir, lo que yo le pido a ese
partido onírico es que me rinda cuentas a mí, que soy el
jefe. Y advierto que, como jefe, soy bastante cabr… digooo,
exigente.
- Debe querer cambiar lo que está mal y dejar lo que está
bien, es decir, un CAMBIO SENSATO. Y esto me salió tan del
alma que me llamó la atención inmediatamente. ¿Acaso no lo
hacen todos? Pues lo pensé detenidamente y vi que no. Es muy
raro encontrar a alguien que reconozca bondades realizadas
por otro gobernante y pretenda conservar esas virtudes,
centrándose en lo que no funciona. Por regla general casi
todos buscan una revolución, desde el que quiere enfocar la
sociedad desde un punto de vista ideológicamente opuesto al
existente (de nuevo la dichosa ideología) hasta el que
simplemente quiere poner un cartucho de dinamita marca ACME,
destruirlo absolutamente todo, y que la buenaventura nos
guíe en el camino democrático del pueblo… Por favor, qué
pereza.
- Viendo los dos primeros puntos, está claro que me iba a
quedar más solo que la una y el voto corría el riesgo de
tornarse blanco. Incluso así, me gustan los retos y puse un
requisito más: que fuera un PARTIDO NUEVO. ¿Y esto por qué?
¿No me sirve lo que ya hay? Pues ya me que hacía esas
preguntas a mí mismo en un diálogo de besugos, me respondí
con la misma alegría utilizando mi lógica de andar por casa:
Si hay cosas que creo que hay que hacer bien y se están
haciendo mal, y no son pocas, me veo en la obligación de no
dar mi voto a quien es incapaz de hacerlas bien, porque yo
soy una persona exigente y no me conformo con que me
funcione la tele y el frigorífico, para que nos entendamos.
Yo quiero que funcione la tele, el frigorífico, la lavadora,
la tostadora, el microondas, el lavavajillas, la muñeca de
Famosa de mi nieta y mi señora seguramente añadiría que el
juguete que ella tiene guardado bajo el colchón, que aunque
ella crea que no lo sé, lo sé. Aunque esta información quizá
sobraba en mi tormenta de ideas, mejor la borro de la
libreta de cuadros. Al final he hecho bien utilizando el
lápiz.
Tenía muchas más demandas, como que sea un partido
respetuoso y no se dedique a descalificar y calumniar a su
oponente, que respete la igualdad de todas las personas, que
busque el bienestar de la ciudad de Ceuta con medidas
efectivas y blablablabla… Tanta demanda requirió de manera
inmediata una pastilla de ácido acetilsalicílico y un
diccionario para escribir bien esa palabra. Y me quedé ahí,
un poco expectante ante el lugar al que me iba a conducir
todas esas exigencias.
Llegados a este punto tan interesante se estaba formando en
mi cabeza la opción que a mí, como CIUDADANO, me podría
servir en mi decisión final. Me había quedado con una lista
cortísima (por llamarla “lista”) que me convenciera. Y lo he
tenido claro.
Pero de pronto, cuando iba a plasmar el nombre de mi
elección en el papel, me ha sobrevenido una sombra, la del
respeto hacia mi libreta. ¿Y si… alguien lee mi libreta y
descubría mi voto secreto? ¿Y si… alguien se encuentra con
mis reflexiones y piensa que, con lo convincente que resulto
yo por las mañanas tras un café bombón, le convenzo de a
quién votar, y realmente le privo de la alegría
inconmensurable que supone elegir por uno mismo sin
presiones ni injerencias por mi parte? Por eso he decidido
no decir a quién voy a votar. Sí, lo sé, después de tanto
esfuerzo lector, es como quedarse en el último capítulo de
la temporada de Juego de Tronos, pero los que hayan leído
entre líneas probablemente tengan la lista tan definida como
la mía.
Y ahora sí, ya puedo volver a la cama con la conciencia
tranquila para retozar entre las sábanas... Con cuidado de
no saltar de golpe, que ando mal de la ciática. Lo malo es
que ahora no podré dormir y lo mismo me da por pensar en
cómo arreglar el abusivo precio de los barcos en Ceuta.
La próxima vez me hago uno descafeinado.
|