El ataque al sosiego y a la
tranquilidad del ser humano está siendo un verdadero
calvario para muchos ciudadanos que ven truncado su personal
desarrollo armónico en cualquier esquina de la vida.
Ciertamente, todos estamos amenazados; de ahí la importancia
de compartir herramientas para hacer frente a esta
persistente intimidación. Peligros que tienen siempre su
origen en nuestra debilidad humana, en la forma superficial
de considerar nuestra propia existencia. Además, a la par
que las tensiones renacen por el planeta, las armas
nucleares se posicionan una vez más como herramienta
política. Desde luego, debiéramos prevenir esta tremenda
propagación armamentística y, de una vez por todas, lograr
su eliminación. Recordemos que Naciones Unidas, creada para
expandir la justicia y restituir los derechos universales,
no puede salirse de esa dirección y, a mi juicio, debe
actuar con más contundencia, si en verdad queremos que la
ciudadanía no pierda la esperanza en las instituciones
internacionales.
Hemos de reconocer que el panorama no es muy ventajoso. Cada
día se pone más en entredicho la libertad de la persona y el
derecho que todos tenemos a un desarrollo normal y pacífico.
Por desgracia, en lugar de proponer, se decide imponer
determinados intereses por la fuerza, resurgiendo de este
modo los conflictos, los enfrentamientos violentos, las
pugnas absurdas e inútiles. Es hora de consensuar objetivos,
de plantearnos como especie si queremos continuar
dilapidando recursos en armas, o mantener un clima de
armonía a través de un justo desarrollo, en beneficio de
todo el linaje, sin excluir a nadie. No podemos seguir
alentando estrategias mezquinas que nos llevan al
desencuentro. Para desgracia de la familia humana, hay una
legión de programadores del terror en activo, alimentando
crímenes, masacres, destrucciones, que cuando menos
debiéramos desterrarlos del poder. Ya está bien de tanta
convergencia de intereses, de tanta correlación de fuerzas
inmersas por la codicia del dinero, de tanta injusticia
poderosa que niega de un modo cínico esa autonomía ciudadana
a la que todos tenemos derecho.
El mundo lo hemos convertido en un mercado de despropósitos
y de abuso hacia los más débiles. Tampoco necesitamos tantos
poderes, en su mayoría corruptos, máxime cuando intentan
solucionar mediante la violencia lo que se puede solventar
con sociedades más justas. La mezquindad lo pervierte todo y
también lo aborrega todo. Muchas veces, mientras los
políticos todo lo enfrentan a su antojo y capricho, en vez
de establecer pactos y sumar vínculos de entendimientos, los
ciudadanos son los que sufren los efectos de sus interesadas
acciones políticas. Tenemos que pensar más en gobiernos que
activen sus programas en global. Esta es la cuestión de
fondo. No se puede legislar para un grupo, hay que pensar
colectivamente, puesto que vivimos globalizados y las
amenazas, tan reiterativas como catastróficas, también son
globales. Al fin y al cabo, es la fuerza de la razón, no la
de las armas, cómo la concordia abre camino.
Indudablemente, la situación del mundo contemporáneo pone de
manifiesto no sólo avances, asimismo revela también
múltiples tensiones y amenazas, que sobrepasan con mucho las
hasta ahora conocidas. Podemos ser víctima de nuestros
específicos progresos. La deshumanización, fruto del
permisivismo moral, se ha instaurado en nuestro singular
hábitat, volviéndonos irresponsables y, además, necios.
Sobre el germen de esta necedad resulta imposible humanizar
algo. El ser humano, por consiguiente, debería reflexionar
sobre lo que es y rescatar su fondo de humanidad antes de
fenecer de pánico, desesperación o aburrimiento. Es hora,
pues, de poner un final para las contiendas; sino éstas,
pondrán un fin para toda la especie, sabiendo que nadie
llega a la cima si se deja acompañar por el miedo. Valor es
lo que necesitamos cada día para levantarnos y comenzar el
camino, pero también se requiere para sentarse y escuchar,
para entrar en diálogo y para pensar, para convivir y; ¡cómo
no!, para despertar.
|