Existe un concepto al que el
inmovilismo político, es decir, aquellos y aquellas
partidarios y partidarias de que las cosas “se queden como
están”, del orden social existente, suele recurrir con
cierta frecuencia en los debates de filosofía política. Ese
curioso concepto no es otro que el de “naturaleza humana”.
Hace unas semanas, en un reportaje de La Sexta, el
periodista Arcadi Espada, en su defensa de Ciudadanos
(partido del que fue impulsor) echaba mano de tan socorrido
recurso. Básicamente decía que, aunque defendían un cierto
estado de bienestar (lo que más bien sonaba a un estado de
bienestar mínimo), ellos “no están en contra de la
naturaleza humana”, en clara contraposición a Podemos,
quienes, al parecer, sí que se encuentran en tal perversa
posición. Una visión interesante.
Ahora bien, ¿qué es esa supuesta “naturaleza humana” de la
que tanto hablan los defensores de la competitividad y el
individualismo como bases fundamentales de la vida en
sociedad? Precisamente eso: competitividad e individualismo,
dos factores que, sin duda, se encuentran en nosotros, pero
que, desde mi punto de vista, no son los factores que nos
hacen humanos, sino los que nos hacen animales. Todos los
animales, incluido el humano, son competitivos e
individualistas, pues en todos existe el instinto de
supervivencia, el instinto de, antes que nada, satisfacer
nuestras propias necesidades (y las de los nuestros) frente
al resto de un mundo percibido como hostil. Al hablar de
“naturaleza humana”, pues, de lo que se está hablando en
realidad es de “naturaleza animal”, entrando en la paradoja
de olvidar, precisamente, aquello que SÍ nos hace humanos,
que nos diferencia del resto de animales, y que no es otra
cosa que la razón, una razón conformada, entre otros
aspectos, por la búsqueda de valores abstractos como la
justicia o la dignidad. La historia de la construcción del
estado de derecho es, en esencia, la lucha constante entre
nuestra parte humana y nuestra parte animal, esto es, entre
la razón y esa supuesta “naturaleza humana” (animalidad)
defendida por los inmovilistas. Construir democracia es
luchar para ser humanos, no animales.
El uso del término “naturaleza” no es casual y mucho menos
neutral. Si algo es “natural” es indiscutible, no puede
encontrar oposición alguna. Nadie puede oponerse
ideológicamente a que por la mañana sale el sol o la
gravedad. Son realidades naturales, fuera de toda discusión.
Son VERDAD. Si asumimos entonces que la única y exclusiva
naturaleza humana es la conformada por el egoísmo, la
competitividad y el individualismo, todo aquel que pretenda
transformar la realidad en pos de un mundo más justo,
solidario y, en última instancia, racional, se situará fuera
de lo natural, estará discutiendo lo indiscutible. Si
aceptamos que el ser humano es, en esencia, “malo”,
percibiremos como inútil cualquier tipo de iniciativa de
carácter transformador, creando la sociedad perfecta para,
por ejemplo, un partido de gobierno asediado por casos de
corrupción. Así, este nuevo “pecado original” de los curas
denominado ahora “naturaleza humana” no es más que una
coartada que justifica la pérdida de esperanza como
fundamento de la política. Al fin y al cabo, si todos somos
malos, lo único que nos impide ser como Martínez Pujalte es
el hecho de no encontrarnos en su privilegiada situación.
Todos somos culpables. Resignación y tres Ave Marías.
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