Ayer desaparecían 700 migrantes en
las aguas del Canal de Sicilia. Normalmente, las vidas que
se quedan en el mar al pretender alcanzar un futuro digno,
las vidas de los invisibles, apenas merecen unos segundos de
espacio en los noticieros: se da por sentado que es “lo
normal”. Esta vez, sin embargo, la cifra es abrumadora: 700
muertos. Un número devastador que, supongo, abrirá hoy las
portadas de todos los periódicos. Supongo.
Tras esta tragedia, muchos querrán centrar el debate en las
mafias que se lucran a través del tráfico de personas. Sin
duda, a la conservación del statu quo le beneficia que así
sea. Si hablamos de mafias no hablamos del verdadero
problema: los motivos que llevan a tantos y tantos seres
humanos a abandonar a su familia, su tierra y todo lo
conocido para iniciar una odisea de riesgo, soledad, sed,
calabozos, rechazos y sufrimiento. Y es que las mafias, al
fin y al cabo, no son más que una consecuencia del problema,
la plasmación más básica de la lógica capitalista basada en
la ley de la oferta y la demanda: la detección de una
necesidad y su posterior conversión en un negocio rentable.
Focalizar la discusión en el tráfico de personas constituye,
pues, el mismo error que focalizar el debate sobre la
prostitución en el proxenetismo, olvidando así sus dos
aspectos, bajo mi punto de vista, más esenciales: la
situación inicial de las mujeres que se ven obligadas a
prostituirse y, ahondando en una perspectiva más filosófica,
la concepción del cuerpo de la mujer como una mera mercancía
susceptible de ser vendida, comprada o alquilada. Hablar de
mafias nos libra de hablar de saqueo.
Al comienzo de “Las venas abiertas de América Latina”, el
recientemente fallecido Eduardo Galeano nos recuerda que “la
división internacional del trabajo consiste en que unos
países se especializan en ganar y otros en perder”. Al
hablar de muertes en fronteras y mares debemos recordar lo
que subyace en la afirmación del uruguayo: la explotación de
los países “pobres” a manos de los países “ricos”. Si vienen
inmigrantes huyendo de conflictos bélicos es preciso que nos
preguntemos quiénes les venden armamento, quiénes sacan
beneficio de la tragedia. Si existe una dictadura execrable
en algún país de África deberemos investigar si tal
dictadura ha sido favorecida por Occidente para garantizar
el negocio de alguna multinacional dedicada al comercio de
ciertos recursos. Estas son el tipo de cuestiones que
debemos poner encima de la mesa del debate público cada vez
que el político de turno pretenda justificar un nuevo
atentado a los Derechos Humanos amparándose en el “efecto
llamada” y evitando hablar del “efecto expulsión”.
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