Considero fundamental que los
humanos reflexionemos sobre nuestra relación con el astro
que nos alienta, nos nutre y nos sustenta. Tan importante
como el aire que inhalamos es el agua que bebemos y la
tierra en la que crecen los alimentos con los que nos
saciamos. A veces lo damos por sentado que nos lo merecemos
todo; y, apenas nos damos cuenta, de que a medida que
crecemos también disminuye el consumo de recursos, por lo
que se hace necesaria una transformación mundial de
actitudes y prácticas.
En este sentido, es una buena noticia que la Comisión
Europea haya puesto en marcha un debate científico sobre
cómo alimentar al planeta. Por cierto, la discusión está
vinculada al tema de la Exposición Universal de este año (Expo
Milano 2015), activando de este modo un auténtico debate
político sobre la seguridad alimentaria mundial y la
sostenibilidad. Desde luego, hemos de pensar en la manera de
mejorar la salud pública a través de la nutrición, quizás
aumentando la seguridad y calidad de los alimentos en un
mundo globalizado, además de reducir la pérdida de víveres y
los residuos. Por consiguiente, pienso que deberíamos
concienciarnos toda la especie humana mucho más sobre este
asunto público global (alimentación, nutrición y medio
ambiente), y máxime cuando las naciones están más
estrechamente vinculadas entre sí que nunca.
Efectivamente, cuando falta la solidaridad en un país se
resiente todo el planetario. Téngase en cuenta que el
derecho a una alimentación saludable es una cuestión de
dignidad, no de limosna. Considérese también la prioridad
del ser humano sobre cualquier mercadería o especulación.
Asimismo, tenemos la necesidad de cuidar y proteger a la
madre naturaleza, aunque sólo fuera por propio interés, para
que ella no responda con la destrucción. Precisamente, en
este mes de abril, que celebramos el Día Internacional de la
Madre Tierra (el 22), deberíamos fijarnos como objetivo
cuidar de nuestro único hogar. Sea como fuere, a mi juicio,
necesitamos una mayor eficiencia de las ciudades y una mejor
gestión y protección de nuestros campos, y poner las
energías alternativas como oportunidad para defender la
naturaleza.
Hoy, cuando el hambre es completamente evitable, hemos de
reconocer que, sin embargo, la cara de la desesperanza se
acrecienta. Es un vivir sin vivir. A veces yo mismo me
pregunto: ¿Qué nos sucede para mostrar tantas desilusiones?.
Por desgracia, multitud de vidas están atrapadas en la más
horrenda miseria y viven en condiciones inhumanas, muchas
veces son víctimas del asedio al que les someten los grupos
armados en conflicto, y en otras ocasiones son mártires de
la escandalosa deshumanización de la propia especie humana.
Indudablemente, la Unión Europea es un actor crucial de
cambio, por una parte es el mayor exportador mundial de
alimentos y el segundo mayor importador, además del mayor
donante de ayuda humanitaria.
Sin duda, tenemos que humanizarnos, querernos mucho más,
amarnos sin límite. Nadie debería verse obligado a abandonar
su tierra, ni su propio hábitat cultural, por la falta de
los medios esenciales de subsistencia. Evidentemente nuestra
mentalidad tiene que cambiar. No podemos vivir encerrados en
nosotros mismos, con una actitud de pasividad, de
indiferencia, cualquiera de nosotros podíamos vernos
indefensos. De ahí la importancia de avivar primero la
cultura del encuentro, de la concordia entre nosotros, para
luego dar otros pasos que nos reanimen como sociedad
verdaderamente humana, desterrando de nuestros horizontes la
lógica de lucro y la ganancia con el ser humano.
De entrada, sabemos que la investigación y el desarrollo
rural es una de las herramientas más eficaces para aumentar
sustancialmente la producción agrícola de una manera
sostenible. En el área de la salud y seguridad de los
alimentos, hemos de establecer los más altos estándares de
seguridad alimentaria en el mundo mediante una evaluación de
riesgos. Como la nutrición es un factor determinante de la
salud, la promoción de dietas sanas han de ser nuestro
inmediato objetivo. Bajo estos signos esperanzadores,
únicamente nos queda retornar a una actitud de admiración,
de contemplación armónica del ser humano consigo mismo y con
el planeta, de escucha a la creación y de audiencia con
nuestros semejantes. ¡Impliquémonos!.
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