Vivimos en la era del cambio. Cada
momento tiene su pulso, pero también su pausa; sobre todo,
para renovarse. El panorama actual no es nuevo, pero si
distinto. No es desconocida la letra. Necesitamos crecer,
más interiormente que exteriormente; vivir respetando y
respetándose asimismo; y, en todo caso, alentando a convivir
si no queremos morir en el desconsuelo y en la desilusión.
En cambio su espíritu, sí que es diferente, somos diversos y
esto es inevitable, aunque hemos de compartir valores
comunes. De ahí la necesidad de diálogos sinceros, de
compromisos de colaboración y cooperación, para poder
afrontar con unidad y unión los problemas y, de este modo,
transmitir esperanza. La reciente cumbre de las Américas,
donde por primera vez en más de cincuenta años, un
presidente de Estados Unidos y otro de Cuba hablan cara a
cara en una reunión, ha de propiciarse mucho más por todo el
orbe. Necesitamos entendernos por poder cohabitar. Estoy
convencido de que sólo una especie que se comprende, que se
afana en vivir para su linaje independientemente de su
cultura, se perpetuará. Nuestra respuesta a quiénes somos y
por qué vivimos, está precisamente en esa vida donada a
nuestros semejantes.
Por otra parte, tenemos que lograr el bienestar para toda la
especie sin el sacrificio de nadie. Ningún ser humano puede
ser excluido de los bienes básicos, ni de los servicios
públicos. Nos merecemos, únicamente por haber nacido, la
dignidad de persona, con lo que ello conlleva de deberes,
pero también de derechos. No es ético que los pobres
subsistan de las migajas que caen de la mesa de los
pudientes. Tampoco es ético que la ciudadanía, según el
lugar de nacimiento, tenga más o menos acceso a la
educación, a la salud, o a la misma seguridad. La forma de
conseguir esa estética ciudadana, donde todos ayudemos a
todos, requiere de más autenticidad ante todo con las
prácticas democráticas, los derechos humanos y el
empoderamiento de la mujer. En muchos países aún las mujeres
se sienten súbditas, ciudadanas de segunda clase, con poca
voz y muchas obligaciones. Por eso, es vital proseguir con
esa revuelta condescendiente con los más débiles,
ofreciéndoles posibilidades de desarrollo. Unas veces por
nuestra propia negligencia o dejadez, otras veces por la
falta de cooperación entre los Estados, lo cierto es que hay
muchos seres humanos sin posibilidad de hacer valer sus
derechos, recluidos en la resignación, y sin posibilidad
alguna de dejar este mundo que les utiliza y margina.
Por desgracia, la mentalidad contemporánea parece oponerse a
esta unión y a esta unidad del género humano. El clan de los
dominadores no deja espacio para una alianza verdaderamente
justa, porque es cuantioso el fingimiento y el egoísmo que
tenemos injertado en vena, impidiendo que podamos romper la
barrera de la frialdad que suele gobernar hoy el mundo. Nos
hemos vuelto tan insensibles que nada nos conmueve.
Predicamos mucho, pero hacemos nada por los que nada tienen.
Siempre es lo mismo. La palabra fácil, la acción imposible.
Hablamos de un futuro brillante y sostenible, de un mañana
próspero, con equidad, en el que nadie quede rezagado, pero
lo cierto es que cada día la desigualdad se acrecienta y los
buenos propósitos se olvidan. Ciertamente, es nuestro deber
e interés común fortalecer los lazos que nos unen a la luz
de los diversos desafíos comunes, tales como el terrorismo o
la misma migración. El éxito de seguir avanzando, y no
retrocediendo, va a depender del grado de seriedad que la
ciudadanía tome con los principios de la cooperación
internacional. El mundo en el que vivimos hoy en día es un
mundo cargado de vicios y corrupción, del que tenemos que
huir, creando un futuro compartido, que promueva un más
equitativo crecimiento para que favorezca la armonía entre
sus moradores más allá de las pluralidades culturales.
Por consiguiente, considero vital romper con tantas barreras
excluyentes. No podemos, ni tampoco debemos transigir, que
la desunión o la desventaja impere por el mundo. Quedarnos
cómodamente cruzados de brazos es lo que hemos de evitar en
todo momento. Indudablemente, se pueden cambiar muchas cosas
para mejorar el común horizonte de la especie humana. Cada
país, cada pueblo, se enfrenta a circunstancias específicas,
pero en su acervo, a todos ha de movernos a mejorar la
manera de trabajar juntos. Sí los países adoptan políticas
sociales, eso beneficiará a sus poblaciones, pero también
contribuirá a reducir el número de migrantes. Lo mismo
sucede con los países que adoptan políticas benignas para el
clima, eso beneficiará a sus ciudadanos principalmente, pero
por igual contribuirá a reducir las emisiones mundiales. Son
por estas razones que necesitamos políticas que no marginen,
sino que incluyan, máxime en un planeta cada día más
interconectado, donde todo, para bien o para mal, nos
afecta.
Es hora de que la especie humana despierte del letargo y
salga del mundo de los horrores hacia otros espacios menos
sangrientos y más de convivencia. El panorama en cierta
manera es desolador. Mientras unos caminan vacíos de amor,
otros andan vacíos de bien. A todos nos consta que no hay
nada más antinatural que la maldad, pero ahí está, con su
aluvión de atrocidades y crímenes. Justo para que triunfe
esta atmósfera diabólica, sólo es preciso que los buenos no
hagan nada por remediarlo. Por ello, deberíamos pensar en
fortalecer la reconciliación de los humanos y, esto es
posible, gracias a la conversión de nuestros propios
corazones. Nuestros interiores no pueden seguir
endureciéndose. Tenemos que escucharnos más. Los gritos
ciudadanos a veces no los oímos. Estamos petrificados en
multitud de cosas y lo verdaderamente importante no lo
captamos. Deberíamos, pues, reflexionar mucho más sobre esos
seres humanos atormentados, y así, poder rescatarnos del
malvado espíritu de ideas materialistas, hacia otro hábitat
más despejado, donde la armonía entre tranquilidad y
actividad, forme parte del fondo espiritual de las nuevas
generaciones.
En suma, que si nuestro común horizonte ha de ser vivir
unidos, lo que requiere gratuidad en un mundo donde todo se
compra y se vende, ha de empezarse por un sustento
moralista, cuando menos para despojarnos de tristeza, de
amargura, de pesimismo. Este desprendimiento no es fácil. Es
más bello recoger, cosechar, ser acogido. ¡No tengamos miedo
de aproximarnos, de tender la mano!. La vida es para todos.
Aunque el primer paso ha de ser siempre hacia los
marginados, también debemos ir a las fronteras del
pensamiento, para entablar un diálogo razonable y conjunto,
teniendo en cuenta que la discordia siempre nos debilita y
que la unión nos refuerza. Basta con que un ser humano odie
a otro para que el odio se extienda por toda la humanidad
entera. Deberíamos pensar en esto. No olvidemos que
respiramos todos el mismo aire y que todos somos mortales.
No entiendo la desunión, si al final todos vivimos y morimos
en este pequeño planeta. Sorprenderse y extrañarse, pienso
que es comenzar a convivir. El gran instrumento es el
lenguaje, que adquiere mayor entusiasmo, cuando las cosas se
hacen con amor y con voluntad de cambio para mejor. O sea,
para el bien colectivo de toda la humanidad.
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