Las promesas en periodo electoral
se utilizan para la complacencia del personal y, a veces,
para engañarse uno mismo, pues sucede con harta frecuencia
que los políticos llegan a creerse sus propias mentiras. La
apuesta que realizan muchos de ellos, genera tal
despropósito y de tal magnitud que roza el esperpento y la
carcajada.
De todos es sabido que el refranero español tiene muchos
recursos para resumir en pocas palabras la interpretación de
los sucesos más habituales que tienen lugar en nuestro
entorno, y se pone especialmente de manifiesto, cuando lo
enfrentas a otros acontecimientos de mayor alcance social o
político. En este sentido cuando alguien no cumple con lo
que promete o no se comporta como el mismo sugiere o impone
a los demás, echamos mano de expresiones como la que
encabeza este artículo. Si a lo anterior unimos el abuso de
verdades a medias, cuando no de mentiras piadosas o
deliberadas, se genera en el “respetable” un gran
desconcierto que justifica la profunda desafección que hoy
se puede apreciar en un alto porcentaje de la población. Y
la confianza -que se pierde en estas circunstancias- no es
una variable más entre las que podemos considerar a la hora
de tomar cualquier iniciativa, es determinante, y además no
admite grados, porque se tiene o no se tiene; confiar un
poco es no confiar.
En época electoral son muchos los que se suben al escenario
a proclamar agua en el desierto u osos polares en el
trópico. Los ciudadanos escuchan a voz en grito las
proclamas de unos y otros, de los que han gobernado y han
faltado a la verdad, de los que aspiran y mienten como
bellacos, de los que esbozan una sonrisa de oreja a oreja,
cuando ayer era la prepotencia y el despotismo su carta de
presentación. ¿Será verdad que se puede prometer hasta
vencer, para después de haber vencido cumplir con lo
prometido?.
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