Me parece una buena noticia que la
Comunidad Internacional continúe examinando su Agenda para
el Desarrollo después de 2015 y que, en relación a ello,
profundice en la mejor manera de integrar la prevención del
delito y la justicia penal, máxime cuando vivimos en un
mundo cada vez más inseguro, más desigual e injusto. En
ocasiones, es tan fuerte la tensión que se respira en el
ambiente, que resulta complicado hasta reencontrarse
armónicamente uno consigo mismo. Hoy más que nunca nos hace
falta trabajar para que haya condiciones de vida dignas para
todos. Por desgracia, multitud de seres humanos se
encuentran acorralados por todo tipo de miserias humanas.
Son muchos los que no tienen asegurado ni su propia
subsistencia. Cuando se trabaja con la cultura de la
exclusión, en lugar de propiciar un cultivo de acogida, todo
se torna ilícito. Por otra parte, el estado de derecho y la
justicia suelen brillar por su ausencia, lo que suele
propiciar un incremento en la delincuencia organizada,
cuestión que impide hasta poder desarrollarnos humanamente.
Trabajar juntos por un mundo más equitativo exige la ayuda
recíproca entre los países. De igual modo, el creciente
fenómeno de la movilidad humana nos reclama otras actitudes
más fraternas. Por esto, la primera y más importante labor
se realiza desde cada ser humano. Desde luego, tenemos que
fijar unos comportamientos de mayor compromiso, que
favorezca la autonomía de la persona, frente a otros modelos
que anulan al individuo, ignorando hasta su propia
autoestima. Por tanto, es hora de que la ciudadanía se
apiñe, se deje adoctrinar menos, de manera que nadie se
considere extraño o indiferente a la suerte de otro miembro
de la familia humana. Indudablemente, tenemos que activar
muchas más relaciones de avenencia, donde el único lenguaje
sea el de la paz. Vivimos unos tiempos de mucha
criminalidad. De tal manera, nos cuesta entender que, en
apenas tres meses, hayan sido detenidas una treintena de
personas en España por su supuesta relación con el
terrorismo yihadista. En este sentido, todos los pueblos del
mundo han de comprender, de una vez por todas, que el camino
del terror es totalmente destructivo.
Únicamente unidos podemos construir un mundo más equitativo
y gozar de los derechos humanos. Lo sabemos, pero qué
difícil resulta ponerlo en práctica. Sin duda, con una
contribución conjunta y generosa de todos y de cada uno,
estaremos más tranquilos. Estoy convencido de que ese
bienestar, en su globalidad, no existe porque no ponemos
empeño en que sea así, lo que nos debilita como ciudadanía
pensante. Es otra de las grandes asignaturas pendientes. El
día que verdaderamente, la sociedad mundial, promueva en
verdad un desarrollo inclusivo con equidad, habremos
conseguido cimentarnos como especie. Hoy por hoy el mundo
está enfermo. Mientras unos lo acaparan todo, otros nada
tienen. No hay sentido social, ni deber de hospitalidad,
puesto que los valores espirituales los hemos aparcado, o
nos los han hecho aparcar, aquellos dominadores sin
escrúpulos.
Ahora bien, sólo desde las exigencias de la justicia social
se puede avanzar hacia otro mundo menos dictatorial
económicamente. Esta es la gran cuestión. Se trata de
restablecer en cualquier lugar del mundo una cierta igualdad
de oportunidades para sus moradores. El pasado ha sido
marcado demasiado frecuentemente por relaciones de intereses
y de fuerza entre naciones. También el presente está siendo
marcado por un cierto caos, germinado en parte desde las
mismas instituciones lideradas a veces por gentes corruptas,
lo que nos dificulta salir de los atolladeros de tantas
crisis. No hay referentes claros ni referencias morales. El
futuro, que es lo único que nos pertenece a todos por igual,
tiene que llevarnos hacia un mundo equitativo, en el que la
ciudadanía sea verdaderamente la artífice de su destino. Al
fin y al cabo, tenemos que ser constructores, y no
destructores, de nuestro propio desarrollo. En consecuencia,
todos estamos llamados a asumir responsabilidades para
lograr ese mundo mejor. Algunos creerán utópicos tales
sueños, pero como diría el poeta español Antonio Machado,
“tras el vivir y el soñar, está lo que más importa: el
despertar”. Toca, pues, renacer a la estética y extinguirse
a cualquier sistema productivo como el actual, que nos
mercadea a su antojo e interés, dilapidándonos como si
fuésemos un mero objeto aborregado de consumo.
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