Me gustaría que se avivara la gran
cumbre de las verdades entre tantas reuniones de hipocresía.
Únicamente desde una realidad exacta podemos hablar de
reconciliación. Indudablemente, para conciliar relaciones
tiene que darse un clima de armonía, un diálogo verdadero
para confrontar posiciones, un respeto por toda vida y,
sobre todo, la disposición permanente de la mano tendida
para evitar las divisiones. Necesitamos más que persuadir,
hermanarnos, sentirnos parte los unos de los otros, y para
ello, lo primordial es despojarnos de intereses mezquinos.
La solidaridad tiene también que tomar un lenguaje más
auténtico. Somos cómplices de tantas miserias, de tantas
opresiones, que cuesta poner orden en un hábitat de
falsedades. Ya está bien de dejarnos gobernar por la
mentira. Tenemos que preservar la verdad como lenguaje para
sentirnos libres. Dejemos las apariencias a un lado y,
aunque sólo sea por una vez, propiciemos encuentros que no
eclipsen a ningún ser humano. Todos nos merecemos la misma
consideración, idéntica dignidad, poder ser oídos y
escuchados más allá de este materialismo dialéctico que nos
aprisiona.
En medio de este mundo confuso, adoctrinado por los poderes
y adherido a su servilismo, hace falta que otras voces nos
despierten. Remitiendo una mirada al mundo actual,
fácilmente se descubre un lenguaje de ficción que nos deja
sin verbo. El desprecio por el ser humano es tan descarado,
que no encontramos justificación alguna. Por eso, es de
admirar a los sembradores de lo auténtico, que saben
comprender y serenar con sus nítidos abecedarios lo qué
debemos hacer. En ocasiones, no es fácil discernir el bien
del mal en un ambiente iluminado por el rostro de la doblez.
A diario tenemos cumbres, realmente no cesan las reuniones
al más alto nivel; sin embargo, pienso que nos falta dar
respuestas de amor a tanto desconsuelo. Es una obligación
moral que hemos perdido. O nos la hemos quitado de encima.
En efecto, igual que gobernando el planeta hemos conformado
un espacio de vida, a través de la voluntad y el raciocinio,
así realizando actos moralmente, afectivos y efectivos
humanamente, consolidaremos espacios mucho más habitables.
Pero lejos de toda fingimiento, hemos de retornar a la
veracidad como horizonte a desarrollar, antes de que la
especie humana quede sin continuidad en el linaje.
Por desgracia, vivimos al arbitrio de lo ilusorio, lo que
genera un clima de violencias permanente. La ciudadanía como
tal, cada ser humano por sí mismo, tiene la llave del
cambio. Sólo hace falta preservar la transmisión y la
conservación de toda existencia, cultivar el bien y
practicar la donación, contemplar la belleza y recrearse con
la verdad. No es fácil en el contexto de la cultura actual,
prevalentemente endiosada, expuesta continuamente a lo
mediocre y a ignorar la dimensión espiritual del corazón
humano, y a su vocación por lo trascendente. Por
consiguiente, es la hora de la acción, no de la observación,
tampoco de la espera, frente a una aguda crisis humanitaria
que se ha globalizado. Sin duda, nuestra gran foto para la
historia humana sería esa cumbre por el encuentro con la
verdad, en el que nadie quedase excluido, y sólo así pudiese
resplandecer la humanidad, percibiendo de este modo su
significado de fraternización y acogida. Tenemos que
rescatarnos de tantas opiniones subjetivas, de tantos
adoctrinamientos sin sentido, apreciando el valor por la
vida humana de cualquier cultura, raza o religión.
No se puede relativizar lo verdadero para la construcción de
una genuina sociedad armonizada a un desarrollo humano
integral. A medida que acortamos las distancias hay que
reforzar los sistemas que velan por el diálogo y la
concordia. Lo mismo pasa con la globalización de los
suministros de alimentos, resulta cada vez más evidente la
necesidad de reforzar los sistemas que velan por la
inocuidad de los alimentos en todos los países, como bien
indica la Organización Mundial de la Salud, aprovechando la
celebración de su Día Mundial (7 de abril). En igual medida,
hemos de concebirnos como familia, y para ello hemos de
reeducarnos con menos fronteras y más unidad, con más
integración y menos desunión, con más interdependencia y
menos soberbia. La globalización es la característica que
identifica nuestra época, de ahí la necesidad de favorecer
ese intercambio de conocimientos, con el único horizonte de
la verdad como bandera. Nos hace falta, puesto que según un
reciente informe sobre el desarrollo humano, esta mal
entendida globalización únicamente ha beneficiado a una
quinta parte de la población mundial, excluyendo la parte
restante. Así no se puede continuar gobernando un planeta
que es de todos y de nadie en particular.
En consecuencia, en esa gran cumbre de verdades han de estar
otros pensamientos, otras conciencias más solidarias, otro
espíritu de menos mercado y más corazón, otras finanzas al
servicio de la persona humana y de su bien colectivo. Para
huir de todos estas inhumanidades que nos acorralan,
evidentemente hemos de superar la pasividad e implicarnos en
nuevos foros para despertar las conciencias. No podemos
permanecer indiferentes ante el aluvión de injusticias que
nos tragamos, o de mentiras que nos venden los mismos
gobiernos de turno. Tienen que dolernos los sufrimientos de
nuestros semejantes. Podíamos ser cualquiera de nosotros. El
mar, la mar, se ha convertido en vía de muerte para muchos;
pero es que la tierra, sí la tierra, también se ha
convertido en una nube de desengaños, que son espinas para
cualquier corazón humano.
A estas alturas, considero, que necesitamos escucharnos más,
sólo así podremos cambiar estas actitudes egoístas. En lugar
de servir queremos ser poderosos, dominadores, aunque para
ello activemos una cadena de espinas que es una cadena de
muerte para todos. Andamos tan desorientados que cualquiera
nos engaña. Hemos hipotecado tantas vidas humanas que
necesitamos liberarnos de las manos engañosas de los
traficantes con urgencia. Ha llegado el momento de
encarcelarlos, sí con la compasión debida, pero hay que
frenarlos, no se pueden aprovechar de la pobreza para hacer
su propio negocio, su fuente de lucro tiene que dejar de
existir. Con la penuria de algunos no se mercadea. La
especie humana tiene que revelarse mal que nos pese.
Precisamente, en la literatura española hay una comedia de
Lope de Vega que narra cómo los habitantes de la ciudad de
Fuente Ovejuna matan al Gobernador porque es un tirano, y lo
hacen de tal manera que no se sepa quién ha realizado la
ejecución. Y cuando el juez del rey pregunta: “¿Quién ha
matado al Gobernador?”, todos responden: “Fuente Ovejuna,
Señor”. Todos y ninguno. Ciertamente, hoy nadie se siente
responsable de nadie. Se ha impuesto la cultura de Pilato,
la de lavarse las manos. Pues no, hay una responsabilidad
que debe fraternizarnos, de la que todos somos coparticipes
en mayor o en menor medida, ante esta siembra de
incongruencias y mentiras, que ha de movilizarnos. Por
tanto, con coraje hemos de desterrar estos dramas nacidos
del embuste, y ver que si alguien llora, tiene que ser
auxiliado. Muera la indiferencia y germine el entusiasmo del
amor, para que la especie se embellezca por el vínculo del
amar sin condiciones, ni condicionantes. La VERDAD al poder
y el AMOR como divisa. Sólo eso.
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