Asistir a la plaza de África tres horas antes de que se
produzca el Encuentro es un acierto seguro. Sólo hay que
decidir invertir el día en un momento magnífico y repetible,
gracias a Dios, año tras año. Las voces de los legionarios
al pie de los pasos que portaban las imágenes de Jesús
Nazareno y la Sacratísima Virgen de la Esperanza sumada a la
letra y la música del ‘Novio de la Muerte’ provocaron un
nuevo saludo rodeado de llantos de emoción entre las tallas
de los dos protagonistas. Las autoridades y toda Ceuta se
afanaron ayer por perseguir el sonido en directo del
‘Encuentro’ frente al Palacio de la Asamblea.
Cada año que pasa el ‘Encuentro’ entre Jesús Nazareno y la
Virgen de la Esperanza congrega un mayor número de personas.
Los ciclos anuales renuevan la fuerza del pueblo ceutí para
convertir esa noche, la del encuentro en única y, gracias a
Dios, en repetible. Se derraman lágrimas y aplausos, miradas
y flashes de cámaras ajenas o propias. Son centenares las
máquinas que van inmortalizando cada uno de los suspiros de
La Legión, Jesús o María; cada movimiento, cada paso y cada
mecido.
A las siete de la tarde, como cada Martes Santo de cada año
en Ceuta, el público se arremolinaba con fervor por los
aledaños de la Plaza de África, pese a saber que todavía
faltaba mucho tiempo antes de que la Cruz de Guía de la
Hermandad hiciera su aparición por la puerta del Santuario
de nuestra Patrona.
Después de varios días de intensidad de emociones, ayer
hacía aparición el ‘Encuentro’ más espectacular y patriótico
de toda la Semana Mayor española. Es imposible vivir en otro
lugar una mezcla de sabores religiosos y militares tan
compatibles, tan al gusto del paladar de los ojos, el oído y
el tacto. Al amante de la Semana Mayor le merece la pena
llegarse a Ceuta un Martes Santo, aun a pesar de los precios
de las navieras. Más para los ceutíes.
Lástima del tiempo, que desangró la continuidad del
‘Encuentro’ en apenas 10 minutos. Tantas horas de espera
para tanta satisfacción comprimida en menos de un cuarto de
hora. Un acercamiento entre pasos, una levantá al unísono,
un abrazo entre capataces y un intercambio de “vivas” en la
oscuridad, en el interior de los trancaniles de los pasos.
“Vivas tú, mi Nazareno”, “viva tú Virgen de la Esperanza”.
De fondo un tambor encendía la música con los palillos,
pegando en la madera del tambor y fraguando el ambiente a
encuentro en las postrimerías del mismo.
La Virgen de la Esperanza, como las novias guapas, se hizo
esperar y apareció desde el mar, desde el costado opuesto a
la plaza de África. Su hijo le esperaba con una cruz. Desde
sus gargantas, con el lazo de chapiri por encima de las
barbillas, se entonaba ese ‘Novio de la Muerte’ que hechiza
solo con el sonido, que alienta con cualquiera de sus
estrofas. Es digno de mención el temple de los costaleros de
uno y otro paso, así como la función de los capataces del
Cristo, Andrés Peña, y de la Virgen, Juan José Cerro.
Bajo la mirada de Juan Vivas, presidente de la Ciudad, el
comandante general, José Manuel Sanz Román y el presidente
del Consejo de Hermandades, Jesús Bollit, que se encontraban
en el mismo balcón desde donde saludó el Rey, Jesús Nazareno
se dio la vuelta para despedir a su madre y hacer la carrera
oficial así como el resto del itinerario previsto por la
Hermandad y que le llevó a recorrer varias calles del centro
de la ciudad y de gran ambiente cofrade, como Velarde y
Amargura.
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