En un artículo titulado “Después
de las elecciones andaluzas: la restauración ya comenzó”,
Manolo Monereo analiza varios componentes imprescindibles a
la hora de entender Andalucía y su complejidad. Uno de
ellos, el más interesante bajo mi punto de vista, es el que
hace referencia a Susana Díaz, a su personalidad y su
estrategia discursivo-política. Monereo habla de populismo,
pero sin entrar en valoraciones éticas, centrándose e el
éxito de la Presidenta de la Junta al conseguir ser
identificada como la verdadera Andalucía, como “pueblo”
(asumiendo que el PSOE, pese a ir cuesta abajo y perder
votos, aun logra mantener su hegemonía en la región vecina).
Frente al enemigo madrileño, frente al Partido Popular,
Rajoy y el Gobierno Central, Susana Díaz es la “madre” de
los andaluces, es Andalucía. La política se reduce así a la
lógica schmittiana del “amigo-enemigo”.
El hecho en sí no es negativo. Conseguir ser visto como
“pueblo” no es más que lograr ser hegemónico. En una
coyuntura en la que un 1% se enriquece a costa de la
degradación del 99%, luchar por ser visto como representante
del pueblo frente a ese “enemigo” (o adversario), es algo a
lo que aspirar, algo necesario para ganar, para poder llevar
a cabo políticas en favor de la mayoría social. Todo el que
hace política en favor de alguien está haciendo política
contra alguien. Otra cosa es que no lo diga y se juegue a
decir que el interés del 1% es el mismo que el del 99%. Eso
no es eliminar el conflicto social, sino anestesiarlo,
silenciarlo, traspasar el dolor de lo público a lo
privado-individual. Lo negativo de la estrategia de Susana
Díaz no es, a mi entender, el objetivo o la asunción de la
lógica “amigo- enemigo”, sino que miente. Susana Díaz no
dice que el enemigo sean los privilegiados y aquellos a su
servicio, pues el PSOE, como principal partido del régimen,
entraría en la lista. Susana Díaz, estando en un bando,
habla para el otro.
Todo aquel que hace política contra la mayoría tiene que
lograr ser bien visto por esa misma mayoría. De lo
contrario, no le votarían. Por ello, en la –inevitable-
representación del amigo-enemigo que es la política, siempre
se competirá por estar en el lado acertado. Y porque tu
adversario quede en el otro a ojos de la ciudadanía. Es lo
que, con respecto a Marruecos y a la inmigración, siempre ha
hecho en Ceuta el Partido Popular. Quien no esté con ellos
está en contra del pueblo ceutí. Esa es su escenificación.
En los últimos tiempos en nuestra ciudad, pocas cosas, a mi
parecer, han sido más censurables que la actitud de los
populares con respecto a las muertes de la frontera del 6 de
febrero de 2014. Desde entonces, cada vez que ha surgido
alguna iniciativa para exigir responsabilidades o algún acto
para reclamar justicia y verdad, la actitud de los de Vivas
ha sido la misma: insultar, acusar de antiespañol, de
miserable y de enemigo de Ceuta y de la Guardia Civil a
quien no estaba con ellos. Así llevamos más de un año y de
nuevo, con la legalización de las devoluciones en caliente,
volvemos al mismo espectáculo: quien esté en contra de las
devoluciones, es decir, quien esté a favor de que un Estado
Democrático debe atender a todo ser humano, interesarse por
su situación, prestar asistencia médica o investigar acerca
de su procedencia para saber si puede correr peligro en caso
de ser deportado, está en contra del trabajo desempeñado por
la Guardia Civil y de la seguridad de los ceutíes. El
Partido Popular, igual que Susana Díaz es Andalucía en
Andalucía, es Ceuta en Ceuta. Son el “amigo” y señalan al
“enemigo”. Pero ese enemigo no es un ladrón de guante
blanco, ni el FMI, ni un sistema podrido, ni un partido
político determinado. Ese enemigo no es otro que la moral
misma.
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