Y no es para menos, por cuanto, a
partir de ahora, nadie pueda desechar la desconfianza que va
a ir surgiendo, incluso, en aquellos que nos lleven al
aeropuerto siguiente.
A lo largo de todas las tertulias, en las que se ha tratado
el desastre del vuelo Barcelona – Dusseldorf, no han faltado
auténticos expertos de gran prestigio, afirmando y
reafirmando, que los viajes, en avión, son más seguros que
en otros medios.
Y yo que he viajado cientos de veces, en multitud de
direcciones de todo tipo, me lo creo, pero también debemos
hacer observar que los cientos de elementos de protección y
seguridad que se han ido introduciendo, en los aviones, han
servido para dar más seguridad, también es cierto, e impedir
secuestros de docenas de “aparatos”, pero también, alguno de
ellos ha ido tan lejos que la seguridad la ha convertido en
el peligro de que un “loco”, como el copiloto del Airbus
A320 de la compañía alemana Germanwings, pueda estrellar,
cuando no hay el más mínimo riesgo, un avión en una montaña,
en el mar o contra la torre de una catedral.
Seguridad plena hay, pero ciertas cosillas tendrán que ser
remodeladas para que el mando de dos, en una cabina, no se
pueda volver a quedar bajo el dominio absoluto de uno solo
que nos estrelle.
Hay que reconocer, también, que esto que ha sucedido esta
misma semana recorre el mundo mucho más que el
descarrilamiento de cinco trenes o el vuelco de una docena
de autocares. Eso está ahí, y no hemos oído a nadie, en
todos estos días, hablar de los últimos 3000 vuelos que
hayan partido de Barcelona, sea a la dirección que sea, y
que terminaron felizmente su recorrido. La noticia, es
cierto, está en la anomalía, en aquello que es excepcional y
que no se da a diario, ni regularmente.
Andreas Lubitz, un joven, que no había destacado, hasta
ahora, por nada, dentro de su trabajo en la Lufthansa, en
los dos años escasos que llevaba en esa aerolínea, va a
pasar a la historia, ya está en la historia de la aviación
civil, por esa locura que ha ocasionado la muerte de 150
personas y que hace temblar los propios cimientos de lo que
son los vuelos con pasajeros a bordo.
Ir perdiendo mil metros de altitud por minuto tuvo que hacer
que quien conocía los riesgos de lo que estaba sucediendo
tuviera que estar destrozado en los últimos instantes. Los
que no sabían nada de lo que estaba ocurriendo, pasaron del
no saber nada a dejar de existir y quedar destrozados
totalmente.
Y mientras tanto, un copiloto, Andreas Lubitz, se iba
fraguando su detestable historia, sin mostrar el más mínimo
ajetreo en su respiración.
No voy a ser yo quien ahora mismo discuta, conmigo mismo, si
se trata de un suicidio, cuando han muerto 150 personas,
además del autor de esa fechoría. Menos diré que fuera un
atentado al uso de otros que se han podido dar. La situación
no es para hacer elucubraciones baratas y las soluciones las
tendrán que dar quienes conocen lo que es la navegación
aérea y las formas de ir atajando los problemas que en ella
se pueden dar.
De momento, aquí ya tenemos un problema nuevo, al que habrá
que responder con nuevas soluciones para impedir que se
vuelva a producir algo parecido.
De lo que sí podemos estar seguros es de que seguiremos
volando pero lo que se va a dar ahora, en torno a estas
fechas de la Semana Santa, es un descenso de los viajeros
que iban a utilizar el avión y un aumento del “miedo” a
volar, por parte de muchos viajeros.
Y dentro de esta tremenda tragedia, lo que sí debemos
resaltar es que Francia está preparada, como nadie, para que
en desgracias como esta haya una actividad y una atención a
familiares de las víctimas, como no se había visto jamás.
Por algo es Francia.
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