El mundo necesita líderes con
autoridad moral. Las simientes de odio son tan fuertes que
la violencia prolifera por doquier parte del planeta. Además
de andar atrapados por el miedo, la espiral de terror es tan
acusada, que resulta difícil injertar lenguajes de paz. Todo
está como muy convulso. Fruto de este malestar, que domina y
enjaula el propio hábitat humano, germina un cúmulo de
trastornos de salud mental como jamás se ha producido en
otras épocas. Ahora bien, no tenemos que ser fatalistas con
respecto a nada, todo en el fondo es previsible y
prevenible. Es cuestión de poner remedio. Todo se ablanda
con el abecedario del afecto. Cuánto más practiquemos la
ternura, mejor nos sentiremos en nuestro itinerario de vida.
Como decía el inolvidable filósofo y ensayista español,
Ortega y Gasset, “con la moral corregimos los errores de
nuestros instintos, y con el amor los errores de nuestra
moral”. Dicho lo cual, pienso, que hoy más que nunca
precisamos gentes capaces de llegar al corazón de la
ciudadanía, que sepan entender, que convivan con la verdad,
que inviten a la comprensión. Porque comprender,
ciertamente, es comenzar a vivir armónicamente.
Sucede a veces que se rivaliza porque no se llega a
vislumbrar lo que pretende decirnos nuestro semejante. De
ahí, la importancia de trabajar todos unidos para dar luz a
los ideales y, de este modo, construir entornos dignos para
todos, con ambientes donde la conciencia crítica sea tomada
como costumbre. El apoyo moral es fundamental para proseguir
cualquier camino. Una sociedad que desprecia aquellos
valores más universales y su propia naturaleza humana, se
destruye asimismo y camina en un terreno de confusión
consigo misma. Ningún país puede dormirse en los laureles.
El sentido moral es vital, puesto que cuando se desvanece de
una nación, también su estructura social camina hacia la
hecatombe. Tanto es así, que el verdadero signo de avance
radica en el factor ético y moral. Tal y como está el mundo
actualmente, necesitaríamos verdaderamente campos donde
cultivar la decencia y la honestidad, sobre todo para no
sentirnos violentos con nosotros mismos.
Al respecto, apuntaba Aristóteles, que “la excelencia moral
es el resultado del hábito”. Naturalmente tenemos que
ejercitarnos en la consideración hacia lo humano, aunque
sólo sea porque forma parte de cada uno de nosotros. Nos
volvemos buenos realizando actos de bien, equitativos
realizando actos de justicia, valientes realizando actos de
valentía; pero también nos volvemos violentos ejecutando el
fanatismo, avivando la venganza en nuestros corazones. Y es
que el mal es un invento de la mente corrompida, inmoral,
devaluada hasta el extremo de estropear el más bello
pensamiento. A veces, yo mismo recapacito, sobre la
necesidad de refugiarnos más en nuestros propios interiores
espirituales, para crecer cuando menos humanamente. Otras
veces creo que sería saludable alentar a la ciudadanía a
tomar una postura de principios y, posteriormente, actuar
con coraje moral frente a tantas atrocidades. Quizás sería
aconsejable un poco de todo, cuando menos para tomar partido
en la aceptación de la verdad como norma que ha de regir en
todas partes del mundo.
Naturalmente, la veracidad y la ecuanimidad no deben tener
fronteras en un planeta globalizado. De lo contrario, la
indignación moral será tan fuerte, que el caos y los
desasosiegos no nos van a dejar vivir. En el fondo, esta
decadencia moral que soportamos, es cuestión de saber
digerir (y dirigir) lo ético y lo estético, de lo mundano y
lo mediocre. En cualquier caso, la mejor manera de vivir,
tanto éticamente como estéticamente, o sea moralmente,
reside en las puertas abiertas al encuentro con nuestra
misma especie. Tenemos que reencontrarnos más allá de esta
fría globalización. Estamos juntos, pero nos separa el
aluvión de maldades que vamos activando a diario con
nuestras hipocresías. Tenemos que pensar, que lo que nos
ayuda a proseguir por el camino de los avances, es nuestra
autenticidad de servicio, de generosidad, de entrega total
al que nos pide ayuda. Indudablemente, hemos de ser más
respetuosos para conducirnos, no sólo al conocimiento,
también a nuestra capacidad de amar, sin condiciones, ni
condicionantes. Hoy por hoy nos corrompen tantas
simulaciones, dobleces, que deberíamos poner orden y
concierto hasta en nuestra distintiva mirada. Que cada cual
impulse su reflexión.
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