Las cadenas de la explotación
física, monetaria, sexual y psicológica, encadenan
actualmente a multitud de seres humanos, especialmente los
más indefensos, conduciéndonos a una humillación y
deshumanización tremenda y terrible. Por otra parte, cada
día somos más esclavos de nosotros mismos. Sólo hay que
abrir la ventana del corazón y presenciar las sumisas
miradas, entristecidas y verdaderamente hundidas, desde el
horizonte de la libertad. El sistema trazado por los
poderosos suele denigrarnos, porque no deja a la persona
libre que cohabite para el bien colectivo en igualdad y
fraternidad. Todo nace como muy impuesto. O sí, o también.
Hay que respetar la convicción de todo ser humano. La vida
de cada cual es una propuesta, no ha de ser una coacción.
Evidentemente, la obediencia sin la autonomía de la persona
es un camino de servidumbre, de dominación, que hasta nos
marca los tiempos para nuestras propias relaciones humanas.
La relación entre amo y esclavo siempre ha sido tirante, hoy
tenemos otros tipos de dependencias, no menos crueles y tan
esclavas como las de antaño, quizás más impersonales, pero
que están ahí, en cualquier esquina del mundo, en término de
trata de personas, trabajos forzados, prostitución,
explotación de órganos, y un sinfín de atrocidades que están
presentes a gran escala en todo el planeta, incluso como
turismo.
Por eso, veo bien que cada año, el 25 de marzo, el Día
Internacional para el Recuerdo de las Víctimas de la
Esclavitud y de la Trata Trasatlántica de Esclavos, se nos
brinde la oportunidad de honrar y recordar a todos aquellos
que sufrieron y murieron en manos de un abominable sistema
de esclavitud. Sirva, pues, esta conmemoración para
desenmascarar aparentes costumbres aceptadas que nos dejan
sin aliento, para levantar el estandarte de los valores
humanos. Desde luego, la visión liberadora del ser humano
tiene que ser prioritaria en todos los gobiernos del mundo.
Se estima, según Naciones Unidas, que un tercio de los más
de quince millones de personas que fueron vendidas como
esclavos procedentes de África por medio de la trata
transatlántica de esclavos eran mujeres. Las hembras
esclavizadas llevaban una carga triple: además de soportar
las duras condiciones de trabajo forzoso como esclavas,
sufrieron formas extremadamente crueles de discriminación y
explotación sexual por su género y color de piel. Por
desgracia, en los últimos tiempos, observadores de
organismos internacionales han subrayado en sus informes el
incremento de actos de tortura, violación y esclavitud
sexual, conversiones religiosas forzadas y el reclutamiento
de niños para combatir. Todos estos hechos nos induce a
pensar que nuestra relación de fraternidad como especie está
profundamente herida. Nuestra inseguridad es manifiesta lo
que nos impide volar, ser nosotros mismos. En nuestro
corazón anidan tantas opresiones, que esta sociedad ha
empezado a dejar de ser humana. Algo desmedido nos
sobrepasa. Debiéramos tener la bravura de proclamar otra
cultura menos sectaria, más protectora de una vida
respetuosa y emancipada.
Rescatémonos para la libertad. Hagámoslo cultivando el
respeto y haciendo justicia. Ciertamente, vivimos momentos
aborrecibles, que pisotean los derechos fundamentales y
aniquila la propia dignidad de la persona. Hoy como ayer,
aún hay ciudadanos que nacen marcados para la esclavitud, a
pesar de que la comunidad internacional adoptase diversos
acuerdos para poner fin a este vasallaje necio y absurdo.
¿Cuántas veces la ciudadanía es tratada como un mero objeto
que no piensa? ¿Cuántas vidas humanas se les impide ser
ellas mismas? Mujeres y hombres son privados de libertad
como en otra época, mercantilizados, reducidos a ser
propiedad de otros, por la fuerza, el engaño o el
adoctrinamiento psicológico. Para colmo de males, multitud
de redes utilizan habitualmente las modernas tecnologías
informáticas para embaucar a mujeres, jóvenes y niños en
todas las partes del hábitat. Tanto es así, que ciudadanos
de todas las culturas están dispuestos a llevar a término
cualquier hazaña, por horrenda que nos parezca, con tal de
enriquecerse. El dios dinero todo lo ciega y todo lo puede.
Urge, por consiguiente, derrotar este tipo de ataduras, lo
que requiere coraje, pero sobre todo mucha paciencia y mayor
perseverancia. La indiferencia, tan propia del momento
actual, no puede sustraernos a la acción. Se precisa un
esfuerzo conjunto y también global, por parte de todos los
lideres que nos guían y de los agentes que conforman los
estamentos sociales.
Es hora de estimular las conciencias, de cooperar para poner
fin a este tipo de plagas del ser humano contra sí mismo. No
hace mucho el Secretario General de la ONU decía que “la
búsqueda de la felicidad es una cuestión seria y aseveró que
uno de los fines que persigue Naciones Unidas es crear
condiciones para la paz, prosperidad y vida digna de todos
los habitantes de la Tierra”. Obviamente, el objetivo radica
en que cada persona pueda disfrutar libremente de sus
derechos inherentes, lo que genera un clima de armonía. Para
ello, quizás tengamos que romper grilletes y establecer
otros empujes más liberadores del ser humano como tal. El
placer de vivir en paz, consigo mismo y con los que le
rodean, ha de ser extensivo a toda la humanidad. Por
desdicha cohabitan demasiadas prácticas deshumanizantes.
Veíamos recientemente que las marchas por la dignidad
volvían a tomar cuerpo en ciudades como Madrid. Esto debiera
hacernos reflexionar a todos, si cabe aún más a los
dirigentes, propiciando un mayor esfuerzo para erradicar
todas las formas contemporáneas de la esclavitud. Dicho
esto, me parecen bien los gestos, y que se inauguren cuantos
más monumentos mejor para honrar a las víctimas de la
tiranía. Indudablemente el “Arca del retorno”, construida en
la Plaza de los Visitantes, en la sede de las Naciones
Unidas en Nueva York, al menos al verla nos sensibilizará
del terrible legado de la trata de esclavos.
Sin duda, al recordar este brutal pasado y enaltecer a las
víctimas removerá nuestro compromiso de poner final a
cualquier hegemonía que nos corte las alas. Por ley natural,
todos los seres humanos requerimos vivir en un mundo libre
del racismo, con igualdad de oportunidades y derechos para
todos, y también con las consabidas obligaciones. Ahora
bien, pese a la generalizada opinión contraria a cualquier
sometimiento, continúa siendo corriente las prácticas de
tipo esclavista. Habría que romper el silencio y activar una
cultura más humanitaria, (fraternalmente humanizada), para
que no se repitan las violaciones sistemáticas de los
derechos humanos. Reconocidos o anónimos, esas personas que
se baten contra la intolerancia y la injusticia, demuestran
con su valentía que no hay fuerza más poderosa que la lucha
por la dignidad humana. Algo que parece no estar previsto en
este globalizado mundo de intereses mundanos, donde se hiere
a un ciudadano en su dignidad y, esta misma sociedad,
permanece pasiva ante el crimen. Aún estamos a tiempo de
rectificar, de dejar de ser como una piedra, para ser los
artífices de una renovada ciudadanía solidaria y fraterna.
Lo que no podemos es continuar siendo cómplices de este mal
y quedarnos tan serenos. Al final, la factura por este abuso
nos la pasarán a todos. Con razón, nosotros mismos somos
nuestro peor enemigo. En lugar de derrotarnos en inútiles
contiendas, que no conducen más que a la destrucción;
avivemos, de una vez por todas, el compromiso de
salvaguardia del linaje. Nos lo agradeceremos.
|