La Fábrica Nacional de Moneda y
Timbre (FNMT) ha diseñado unas monedas conmemorativas con el
rostro del Rey Felipe VI en uno de sus lados y la leyenda
“70 años de paz” inscrita en el otro. La polémica no se ha
hecho esperar, aunque bien es cierto que se parte de una
premisa equivocada.
Muchos indignados han entendido que esos setenta años “de
paz” hacían referencia a los vividos en España desde el
final de nuestra Guerra Civil, considerando entonces la
acuñación de las monedas, con toda la razón del mundo, un
insulto y un desprecio hacia todos aquellos represaliados,
torturados, encerrados y asesinados por el franquismo desde
el 1 de abril de 1939 hasta el inicio del régimen de 1978.
Sin embargo, si hacemos una sencilla operación matemática
comprobaremos que desde el fin de la contienda nacional
hasta nuestros días son setenta y seis y no setenta los años
que han pasado. Lo cierto es que lo que se conmemora es el
fin de la II Guerra Mundial en 1945. La indignación, sin
embargo, también estaría justificada en este caso.
Por un lado, conmemorando lo que se quiera conmemorar,
hablar de 70, 75, 60 o 50 años de paz en España es, per se,
indignante por el motivo citado anteriormente: se estaría
considerando “tiempo de paz” a los años de la dictadura
criminal del General Francisco Franco. No obstante, si
compramos el argumento de que la dictadura era
“técnicamente” tiempo de no-guerra, sería ridículo hablar de
70 años, pues usaríamos como fecha de salida el final de una
guerra en la que España, oficialmente, no participó (digo
oficialmente porque en mi opinión sí que participamos en la
II Guerra Mundial, para nuestra vergüenza, a través de la
División Azul, pero obviemos este pequeño detalle).
Entonces, hablar de setenta años de paz en España sería un
sinsentido de todas todas.
Entonces, sólo nos quedan dos opciones: que se conmemore la
paz en el mundo o la paz en Europa. Creo que no es necesario
explicar hasta qué punto sería una barbaridad el primer
caso: Corea, Vietnam, Afganistán o Irak son tan sólo cuatro
ejemplos de guerras que se me ocurren sin apenas pensar, por
no hablar de los múltiples genocidios, las guerrillas de
liberación contra el colonialismo o las distintas guerras
civiles que se han producido por todo el globo desde 1945.
En cambio, si hablamos de Europa estaríamos obviando, por
ejemplo, la guerra de Yugoslavia o la guerra civil de
Grecia, donde la reacción, con la ayuda de Gran Bretaña, no
estuvo dispuesta a asumir que los comunistas, grandes
protagonistas de la resistencia antifascista, pudieran
hacerse con el gobierno del país. La injerencia de los
británicos en el país heleno serviría también para anular el
posible argumento que esgrimiera que el motivo de la
conmemoración es, únicamente, la paz entre los países del
viejo continente. En este caso, además, tampoco estaría de
más recordar, aunque no fuera una “guerra” en el sentido
estricto, la invasión de Checoslovaquia por parte de las
fuerzas del Pacto de Varsovia en 1968.
Visto desde otra óptica, pienso que también sería
interesante preguntarnos hasta qué punto es ético hablar de
paz en Europa, en sentido amplio, teniendo en cuenta la
cantidad de “intervenciones” de la OTAN en las que han
participado los países europeos. En definitiva, hablar de
setenta años de paz, se mire por donde se mire, no puede ser
más, a mi entender, que una broma de mal gusto.
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